ZAMORANA
Bochornoso espectáculo
Mº Soledad Martín Turiño
Todos conocemos algún caso de esos chulos de instituto, matones de barrio, jefes de pandillas camorristas, bravucones, pendencieros que les gusta atemorizar al débil, burlarse de él y hacerle sentirse inferior. Son gente acomplejada que disfrutan creyéndose los dueños de la calle, y los hay a todos los niveles: en la oficina, en la escalera de vecinos, en el futbol… y cada uno en su nivel hacen lo mismo: amedrentar al que consideran inferior. Cuentan con el beneplácito de un coro de palmeros que le apoyan desde un plano secundario, pero no osan interponerse en los dictados del jefe y tampoco suelen recibir una réplica por parte de quienes son atacados.
En política, y más en esta época que vivimos, hay muchos bravucones, peleones, fanfarrones, prepotentes, que hacen del descrédito al otro su lema, imponen su ley por el mero hecho de estar en el poder y no consienten “recibir lecciones de nadie”, a pesar de que estén muy necesitados de ellas. Ignoran a sus oponentes y desacreditan ideas por buenas que sean, si no han salido de sus filas. Sin mencionar un solo nombre, en nuestro país hay claros ejemplos.
Sin embargo, esta tendencia al despotismo y a la intransigencia ha alcanzado su nivel más alto en Estados Unidos desde que ha regresado a la Casa Blanca el presidente Trump. No hay más que ver la parafernalia que exhibe ante los periodistas y demás medios de comunicación cada vez que firma decretos u órdenes ejecutivas, en un escenario más propio de un teatrillo, que la seriedad que debería esperarse del mandatario más poderoso del mundo, por su impacto en las políticas propias y también de otros países, a todos los niveles; basten como ejemplos: en salud (retirada de la OMS), discriminación por sexo (solo se van a reconocer el género masculino y femenino, borrando el resto de identidades), crisis climática (retirada del Acuerdo de París) guerras (pretende crear un resort turístico en Gaza y reasentar a sus legítimos habitantes en otros lugares), lugares estratégicos (proyecta tomar el control del canal de Panamá, y anexionarse Groenlandia).
Sin embargo, su engreimiento se ha hecho aún más patente en la reciente entrevista con el presidente ucraniano Zelensky, reunión que tenía un doble objetivo: para EEUU hacerse con las tierras raras de Ucrania como contraprestación a lo que ha invertido en ese país y, a cambio, poner fin a la guerra; y para el presidente ucraniano garantías por parte de Estados Unidos para evitar que, terminada la guerra, Putin decidiera volver a atacar Ucrania.
Hasta aquí las dos posiciones que se iban a negociar. ¿qué falló? La forma de hacerlo por parte del presidente Trump que, desde el mismo momento del saludo, recibió a Zelensky burlándose de su forma de vestir, cosa en la que insistió después el palmero estadounidense Vance una vez en el interior de la Casa Blanca. Más tarde, siguiendo con la falta de modales y la bravuconería a la que nos tiene acostumbrados, Trump, sabiéndose actor principal ante todas las cámaras de televisión del mundo, no dudó en zaherir a Zelensky, en humillarle públicamente, culpándole de que no había dado las gracias a EEUU por su apoyo, amenazarle con hacer el trato que le proponía o le dejaba fuera, e incluso fue más allá acusándole de jugar con la Tercera Guerra Mundial.
Espectáculo bochornoso promovido por quien se siente superior y cree que puede jugar con el mundo, ignorar a Europa o desequilibrar la economía mundial; y lo peor de todo es que está en disposición de poder hacerlo, por eso resulta más peligroso todavía.
Montesquieu lo expresaba perfectamente en su frase: “Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”, y es que el poder, unido como en este caso al dinero, puede crear un monstruo de dimensiones estratosféricas, con el grave peligro que conlleva. Así las cosas, el mundo mira a Estados Unidos con el mismo temor del débil frente al bravucón, y calla avergonzado, porque sabe que las consecuencias de una posible respuesta pueden ser muy graves.
Todos conocemos algún caso de esos chulos de instituto, matones de barrio, jefes de pandillas camorristas, bravucones, pendencieros que les gusta atemorizar al débil, burlarse de él y hacerle sentirse inferior. Son gente acomplejada que disfrutan creyéndose los dueños de la calle, y los hay a todos los niveles: en la oficina, en la escalera de vecinos, en el futbol… y cada uno en su nivel hacen lo mismo: amedrentar al que consideran inferior. Cuentan con el beneplácito de un coro de palmeros que le apoyan desde un plano secundario, pero no osan interponerse en los dictados del jefe y tampoco suelen recibir una réplica por parte de quienes son atacados.
En política, y más en esta época que vivimos, hay muchos bravucones, peleones, fanfarrones, prepotentes, que hacen del descrédito al otro su lema, imponen su ley por el mero hecho de estar en el poder y no consienten “recibir lecciones de nadie”, a pesar de que estén muy necesitados de ellas. Ignoran a sus oponentes y desacreditan ideas por buenas que sean, si no han salido de sus filas. Sin mencionar un solo nombre, en nuestro país hay claros ejemplos.
Sin embargo, esta tendencia al despotismo y a la intransigencia ha alcanzado su nivel más alto en Estados Unidos desde que ha regresado a la Casa Blanca el presidente Trump. No hay más que ver la parafernalia que exhibe ante los periodistas y demás medios de comunicación cada vez que firma decretos u órdenes ejecutivas, en un escenario más propio de un teatrillo, que la seriedad que debería esperarse del mandatario más poderoso del mundo, por su impacto en las políticas propias y también de otros países, a todos los niveles; basten como ejemplos: en salud (retirada de la OMS), discriminación por sexo (solo se van a reconocer el género masculino y femenino, borrando el resto de identidades), crisis climática (retirada del Acuerdo de París) guerras (pretende crear un resort turístico en Gaza y reasentar a sus legítimos habitantes en otros lugares), lugares estratégicos (proyecta tomar el control del canal de Panamá, y anexionarse Groenlandia).
Sin embargo, su engreimiento se ha hecho aún más patente en la reciente entrevista con el presidente ucraniano Zelensky, reunión que tenía un doble objetivo: para EEUU hacerse con las tierras raras de Ucrania como contraprestación a lo que ha invertido en ese país y, a cambio, poner fin a la guerra; y para el presidente ucraniano garantías por parte de Estados Unidos para evitar que, terminada la guerra, Putin decidiera volver a atacar Ucrania.
Hasta aquí las dos posiciones que se iban a negociar. ¿qué falló? La forma de hacerlo por parte del presidente Trump que, desde el mismo momento del saludo, recibió a Zelensky burlándose de su forma de vestir, cosa en la que insistió después el palmero estadounidense Vance una vez en el interior de la Casa Blanca. Más tarde, siguiendo con la falta de modales y la bravuconería a la que nos tiene acostumbrados, Trump, sabiéndose actor principal ante todas las cámaras de televisión del mundo, no dudó en zaherir a Zelensky, en humillarle públicamente, culpándole de que no había dado las gracias a EEUU por su apoyo, amenazarle con hacer el trato que le proponía o le dejaba fuera, e incluso fue más allá acusándole de jugar con la Tercera Guerra Mundial.
Espectáculo bochornoso promovido por quien se siente superior y cree que puede jugar con el mundo, ignorar a Europa o desequilibrar la economía mundial; y lo peor de todo es que está en disposición de poder hacerlo, por eso resulta más peligroso todavía.
Montesquieu lo expresaba perfectamente en su frase: “Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”, y es que el poder, unido como en este caso al dinero, puede crear un monstruo de dimensiones estratosféricas, con el grave peligro que conlleva. Así las cosas, el mundo mira a Estados Unidos con el mismo temor del débil frente al bravucón, y calla avergonzado, porque sabe que las consecuencias de una posible respuesta pueden ser muy graves.





















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