Mª Soledad Martín Turiño
Domingo, 09 de Marzo de 2025
ZAMORANA

Romper las reglas

[Img #96732]Sintió la necesidad de romper las reglas, de saltarse a la torera los consejos sobre salud y cuidados y darse el capricho de tomar un buen pedazo de tarta coronado con nata y un café, a pesar de su colesterol, de su glucosa, de su hipertensión, y de todas las prohibiciones que tenía con su alimentación. Salió y se permitió el lujo de vivir no más de un cuarto de hora o veinte minutos de indisciplina, pero fue feliz saboreando aquel manjar prohibido.

 

¿De qué le había servido cuidarse tanto a su amigo con el que solía dar largos paseos huyendo a respirar naturaleza a las afueras de la ciudad? Un hombre deportista, joven como él, al que de pronto le diagnosticaron una enfermedad irreversible y, también de pronto, casi de un día para el siguiente, se acabaron los paseos, las confidencias, porque ya no había ganas, porque era violento hablar de otra cosa que no fuera el mal que se había cebado en él; y decidieron distanciarse y cada uno vivir su propia soledad.

 

Él no quería ser el siguiente en la lista, aunque estaba preparado, había hecho todo lo que anhelaba hacer en la vida, y llevaba años con un régimen de vida casi espartano, por aquello de llegar a una edad avanzada en plena forma  física y mental; pero cuando la vida le trastocó los planes, cuando de pronto cayó de bruces en el suelo, se dio cuenta de que tenía que permitirse esporádicos pequeños caprichos, aún a riesgo de que se descompensaran las constantes, aún a riesgo de que de vez en cuando hubiese un pico descontrolado, aún a riesgo de tantas cosas… y a favor solamente de darse alguna vez un merecido homenaje; y se prometió también no sentirse culpable, porque empezaba a notar como la soledad le aguijoneaba el alma y ya no había ningún recurso donde aferrarse, ninguna esperanza a la que asirse.

 

Los médicos le alertaban sobre la salud, pero nadie le había hablado sobre la violenta irrupción de la enfermedad, ni tampoco de que había que tenerlo todo listo para que, llegado el último momento, no le pillara por sorpresa, sino que lo recibiera con la sensación apacible de estar esperando para ingresar en otra etapa diferente.

 

Dejó de salir por la ruta que antes frecuentaba con su amigo y se centró más en la ciudad, que recorría incesantemente. De vez en cuando entraba en el casino a tomar un café y echar la partida; de ese modo entabló amistad con otros que, como él, mataban el tiempo y buscaban compañía. Resurgió de aquella tristeza que anidó en su alma cuando se enteró de la fatal noticia sobre su amigo; pero luego, dando tiempo al tiempo, se recompuso y siguió adelante, como hacemos todos, con la intención desde que abría los ojos al empezar el día, hasta que caía rendido en brazos de Morfeo por la noche, de ser lo más feliz posible, de vivir en positivo, de sonreír, de ayudar, de vivir.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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