OBITUARIO
Mateos, el profesor que quiso despertar a Zamora de su letargo
Eugenio-Jesús de Ávila
Se nos murió Miguel Ángel Mateos cuando un servidor estaba lejos de su patria chica y también de la grande, la que se va quebrando poco a poco, en silencio. Nunca me dio clase, pero ejercicio de tutor y me permitió impartir lecciones de Historia a sus alumnas del María de Molina. Después fue uno de mis políticos favoritos, quizá porque nunca ejerció de tal, sino de ciudadano a la manera de la Revolución Francesa. Asistí al crecimiento de Adeiza, un intento, fallido, como todos, de construir una formación zamoranista. Durante aquellos años asumí que el profesor, siempre elegante, en vestuario, gesto y comportamiento, no había entendido Zamora, porque la ciudad que él quería, anhelaba, deseaba, solo se hallaba en su cerebro. Nunca existió separación tan colosal entre el deseo del erudito en Historia y la realidad de su tierra.
Adeiza fracasó porque el catedrático de Historia creó una formación a su manera. Inmenso voluntarismo, ganas intensas para transformar Zamora, pero a las gentes zamoranas nadie les enseñó a ser libres, a pensar, a distinguir las voces de los ecos que versificara Antonio Machado. Y Mateos predicó en el desierto intelectual de nuestra ciudad y provincia, donde se sanciona a los que piensan, son diferentes y critican al poder, ese poder que es el de siempre, aunque sea el de ahora, poder que encaja en todos los partidos de políticos profesionales.
Miguel Ángel quiso hacer política desde su verdad, sin importarle la esencia económica que marca la relación con el poder, con cualquier institución, donde se juega con el dinero público para transformarlo en privado. Él hablaba un idioma diferente al de la vulgaridad política. Pero tampoco lo entendió el pueblo llano. Quizá los intelectuales carezcan, lo que me resulta toda una paradoja, de esa profundidad analítica que descubre lo esencial de la sociedad que habitan. No alcanzan a descender hasta allí dónde mora la gente del común. No tienen perspectiva para divisar el horizonte del ciudadano medio, sus objetivos, sus necesidades, sus filias y fobias.
A mi amigo, el profesor de Historia, lo mató la política, entendida en su sentido más peyorativo. Ni su bonhomía, ni su erudición le sirvieron para sacar a Zamora de sus ostracismo económico, cultural y demográfico. Se entregó a esa hermosa tarea, pero acudió a la batalla sin peto ni espaldar. Herido de muerte en la política, porque los zamoranos decidieron que no los representase más en la Corporación Municipal, en la casa de todos, en la que ya no pintaba nada él, creo que se dejó morir, se lo comió la pena, se le minimizó su cerebro privilegiado para buscar el paraíso en otra Zamora celestial. Miguel Ángel se nos murió de amor, despechado por una ciudad y una provincia que nunca le comprendieron. La pasión, cuando es tan profunda como la de Mateos por su tierra, mata al trovador.
Se me murió un amigo al que admiré, al que presté mi atención, mi periódico, mis páginas para que transmitiera sus reflexiones, sus sueños, sus batallas por Zamora, por una ciudad que nunca estuvo preparada, salvo unas cuantas almas pías, para escuchar un mensaje ilusionante, esperanzador e intelectual. Quiso despertar a Zamora de su letargo, de su postración, de su rendición, pero los zamoranos eligieron la derrota sin haber luchado.
Hasta siempre, mi querido Miguel Ángel, el intelectual que más amó a su tierra sin pedirle nada a cambio.
Eugenio-Jesús de Ávila
Se nos murió Miguel Ángel Mateos cuando un servidor estaba lejos de su patria chica y también de la grande, la que se va quebrando poco a poco, en silencio. Nunca me dio clase, pero ejercicio de tutor y me permitió impartir lecciones de Historia a sus alumnas del María de Molina. Después fue uno de mis políticos favoritos, quizá porque nunca ejerció de tal, sino de ciudadano a la manera de la Revolución Francesa. Asistí al crecimiento de Adeiza, un intento, fallido, como todos, de construir una formación zamoranista. Durante aquellos años asumí que el profesor, siempre elegante, en vestuario, gesto y comportamiento, no había entendido Zamora, porque la ciudad que él quería, anhelaba, deseaba, solo se hallaba en su cerebro. Nunca existió separación tan colosal entre el deseo del erudito en Historia y la realidad de su tierra.
Adeiza fracasó porque el catedrático de Historia creó una formación a su manera. Inmenso voluntarismo, ganas intensas para transformar Zamora, pero a las gentes zamoranas nadie les enseñó a ser libres, a pensar, a distinguir las voces de los ecos que versificara Antonio Machado. Y Mateos predicó en el desierto intelectual de nuestra ciudad y provincia, donde se sanciona a los que piensan, son diferentes y critican al poder, ese poder que es el de siempre, aunque sea el de ahora, poder que encaja en todos los partidos de políticos profesionales.
Miguel Ángel quiso hacer política desde su verdad, sin importarle la esencia económica que marca la relación con el poder, con cualquier institución, donde se juega con el dinero público para transformarlo en privado. Él hablaba un idioma diferente al de la vulgaridad política. Pero tampoco lo entendió el pueblo llano. Quizá los intelectuales carezcan, lo que me resulta toda una paradoja, de esa profundidad analítica que descubre lo esencial de la sociedad que habitan. No alcanzan a descender hasta allí dónde mora la gente del común. No tienen perspectiva para divisar el horizonte del ciudadano medio, sus objetivos, sus necesidades, sus filias y fobias.
A mi amigo, el profesor de Historia, lo mató la política, entendida en su sentido más peyorativo. Ni su bonhomía, ni su erudición le sirvieron para sacar a Zamora de sus ostracismo económico, cultural y demográfico. Se entregó a esa hermosa tarea, pero acudió a la batalla sin peto ni espaldar. Herido de muerte en la política, porque los zamoranos decidieron que no los representase más en la Corporación Municipal, en la casa de todos, en la que ya no pintaba nada él, creo que se dejó morir, se lo comió la pena, se le minimizó su cerebro privilegiado para buscar el paraíso en otra Zamora celestial. Miguel Ángel se nos murió de amor, despechado por una ciudad y una provincia que nunca le comprendieron. La pasión, cuando es tan profunda como la de Mateos por su tierra, mata al trovador.
Se me murió un amigo al que admiré, al que presté mi atención, mi periódico, mis páginas para que transmitiera sus reflexiones, sus sueños, sus batallas por Zamora, por una ciudad que nunca estuvo preparada, salvo unas cuantas almas pías, para escuchar un mensaje ilusionante, esperanzador e intelectual. Quiso despertar a Zamora de su letargo, de su postración, de su rendición, pero los zamoranos eligieron la derrota sin haber luchado.
Hasta siempre, mi querido Miguel Ángel, el intelectual que más amó a su tierra sin pedirle nada a cambio.




















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