Eugenio-Jesús de Ávila
Miércoles, 19 de Marzo de 2025
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA

Potenciar, restaurar y embellecer lo que queda de Zamora

Eugenio-Jesús de Ávila

 

Si me hubieran dado a elegir cuándo nacer en Zamora, me quedaría en la segunda mitad del siglo XIX, cuando todavía el puente de piedra lucía en todo su esplendor, con sus torres magníficas; el recinto amurallado casi en su integridad, el Castillo y la Catedral, con sabor a medioevo, el río Duero más claro, con más variedad de fauna, atmósfera limpia, las puertas de l a ciudad en piel, la torre octogonal de Santa Clara…y menos gente, pero que se sentía zamorana, porque esta era su casa y viajar a otras ciudades, provincias, regiones y naciones apenas era un deseo que solo alcanzaban aristócratas y cuatro pequeños burgueses.

 

En el último tercio de la centuria decimonónica, la ciudad que fue, la bien cercada, se fue desmoronando. Entonces se consideraba que las murallas paralizaban el crecimiento de la ciudad. Las torres del viaducto protogótico se derribaron, por razones propias del modernisno, del desarrollo de la urbe. De los más de 50 templos que protagonizaban la vida religiosa de nuestra ciudad, más de la mitad desaparecieron. Y solo existían unas poquitas cofradías de Semana Santa, las propias de los grandes días: Domingo de Ramos y Resurrección, Vera Cruz, Jesús Nazareno y Santo Entierro.

 

La mayor parte de los zamoranos vivían en el agro.  La provincia presentaba una potente demografía. Más de 300.000 habitantes. En la capital, no pasarían de 15.000. Aquella gente carecía de sensibilidad para apreciar recinto amurallado, Palacio de los Momos, Puente de Piedra, iglesias, arte. Se trataba de comer para vivir. No todos los días se restauraban todos los cuerpos, más los de los trabajadores.

 

Los políticos tardaron más de un siglo en apreciar nuestro patrimonio monumental. Cuando adquirieron cierta sensibilidad se habían perdido ya las torres del Puente Románico, más de 20 templos, parte del Castillo, casas señoriales, lienzos de murallas y todas sus puertas. Nos queda el arco de Doña Urraca, pero sin sus pináculos.

 

Se recuperaron dos edificios extraordinarios: el palacio de los Condes de Alba y Aliste y el Hospital de la Encarnación. A finales del siglo pasado, La Alhóndiga. Los tres no solo restauraron patrimonio, sino que también fueron útiles, como parador de Turismo, como Diputación o centro cultural.

 

Cuando el año 2025 huele a primavera, mientras España se ahoga en un magma de quiebra moral y política, nuestros políticos, artistas e intelectuales deberían tomar conciencia de la importancia del legado que nos queda, para restaurarlo en su caso, recuperarlo y mantenerlo.

 

A mi encantaría que se realizaran excavaciones arqueológicos, por ejemplo, en los jardines del Castillo; que se aprobase un Plan Director de la Muralla y un Plan del Casco Histórico, que la Plaza Mayor cambiase su fisonomía, porque me parece un ágora poco agradable; que creasen nuevas fuentes, tanto los parques de toda la ciudad, como en la plaza de la Constitución; que todas las rúas y plazuelas que van desde la Plaza Mayor a la Seo se levantasen para cubrirlas, por completo, de baldosas de granito de Sayago, y que los solares abandonados desde hace décadas o se expropien o se negocie con la propiedad para construir edificios, acordes con la estética del entorno, para matrimonios y parejas jóvenes. Y, por supuesto, reconstruir las torres del viaducto medieval, aunque sé que Patrimonio, funcionarios, nunca lo permitirían. Loado, no obstante, sea Guarido por haber restaurado el Puente Románico.

 

Nuestra ciudad tiene todavía un patrimonio histórico y monumental importante. Este mandato municipal debería procurar transformarlo, restaurarlo y potenciarlo en estos cuatro años. Si queremos que el turismo cultural contribuya al bien estar de la economía zamorana, hágase. Las Edades del Hombre deberían marcar un punto de inflexión en nuestro turismo cultural. Necesitamos ideas para transformar Zamora, embellecerla, potenciarla y desarrollarla.

 

 

 

 

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