ZAMORANA
Los pueblos vacíos y la falta de memoria
Mª Soledad Martín Turiño
![[Img #97056]](https://eldiadezamora.es/upload/images/03_2025/8724_9812_sol1.jpg)
Pierde el tiempo sin ser consciente de que las horas que se van no vuelven. Resulta lamentable verle inactivo, a sus treinta y seis años, tumbado en el sofá, mirando sin ver la televisión, carente de aspiraciones, vacío de ilusión, falto de ambiciones.
En el pueblo apenas hay trabajo y las tierras que tiene a su cargo las labra cómodamente en pocos días, el resto del tiempo se convierte en ocio. Permanece solo en esa casa que se ha hecho demasiado grande tras la muerte de sus padres, con habitaciones vacías que cierra para no sentir el peso de la soledad. En el pueblo quedan unos pocos solteros, como él, que a veces se reúnen en el café y pasan el rato; sin embargo, en invierno o cuando hace mal tiempo, no apetece salir de casa y, a falta de otros entretenimientos, la televisión o el ordenador le sirven para conectarse con el mundo.
Vive en lo que llaman pueblos vaciados y, ciertamente, es así. Resulta penoso pasar por ellos sin ver un alma; las casas cerradas a cal y canto, otras desmoronándose por la climatología y el abandono de sus dueños; se descubre el ayuntamiento por las banderas de su fachada, y las iglesias, siempre clausuradas, son testigo también de la dejadez y el abandono; porque ni a los poderes institucionales ni a los religiosos parece importarles la deriva de los pueblos, a los que solo utilizan como argumento en época electoral obviando su interés el resto del año.
Si un viajero quiere detenerse en alguno de ellos para hacer una pausa en el camino o tomar un café, o no hay bares o, si los hay, también están cerrados. Tampoco se ven tiendas de comestibles; si acaso, llega alguna furgoneta con viandas un par de veces por semana y así se abastecen quienes no pueden ir a una gran superficie de la capital para aprovisionarse de víveres.
El invierno es duro en estas tierras llanas, los días eternos, el quehacer escaso y la inquietud nula. La mayoría de los pocos vecinos que quedan son gente de edad avanzada o algún joven que ama demasiado la tierra como para dejarse seducir por los encantos de la ciudad y, de este modo, la realidad de la despoblación resulta un hecho evidente, sobre todo en esta provincia zamorana que ostenta el ingrato honor de tener una densidad de población de las más bajas de España.
Con el ocaso de los pueblos se está perdiendo toda una cultura, costumbres, forma de vida, lengua, identidad y valores, al tiempo que desaparecen también unas generaciones sin dejar huella, sin preservar esa “memoria histórica” tan evidente que se manifiesta en el legado que dejaron a sus descendientes y que conforma lo que son ahora.
¿A qué vamos a esperar, a que la despoblación se generalice y el vaciamiento de los pueblos se complete?, porque ya hay muchos que tienen menos de 50 habitantes (Padrón municipal, 1 de enero de 2024, publicado por el INE), y la cifra va cayendo; y mientras tanto, mientras los pequeños pueblos de nuestra provincia –y de otras muchas- van menguando población, los políticos miran para otro lado; no se molestan en instalar industrias que paliarían el éxodo de los jóvenes, ni tampoco de descentralizar instituciones descargando Madrid en favor de otras ciudades, ni potencian lo que ha sido la forma de vida tradicional de los pueblos: la agricultura y la ganadería. Ahora que Europa manda, es preciso seguir sus dictados y España, como en tantas otras cosas, se queda atrás y no tiene un plan B para sus pueblos.
El paisaje se ha visto dañado por la proliferación de plantas fotovoltaicas que están deteriorando el aspecto propio de estas tierras sembradas de planicies; ha desaparecido el ganado que pastaba por las laderas y solo se ven enormes rebaños de placas solares que interfieren e incluso ocultan los colores del campo. Sin embargo, esto no parece interesar, porque las tierras pobres de la parte oriental de Zamora (Tierra de Campos-Pan), no son importantes; por fortuna sí lo son las del occidente (Sanabria, Aliste y Sayago), y espero que no se le ocurra a nadie perturbar ese maravilloso paisaje con alguna ocurrencia que desbarate y anule la orografía de esos lugares.
El tiempo pasa de forma inexorable, los pequeños pueblos de nuestras comarcas se siguen vaciando, la gente mayor se muere y los pocos jóvenes que quedan continúan siendo testigos de la decadencia de unas zonas que hace no tantos años estaban llenas de gente. También ellos se irán un día y quedarán tan solo resquicios de lo que hubo una vez: gentes que labraban las tierras, ganado que había que atender; en definitiva…vida.
Poco confío en los políticos de este país; solo espero que en algún momento salte una chispa que les ponga en alerta de lo que estamos perdiendo, y entonces remedien la situación de desamparo y desidia que sufren unos pueblos deshabitados que van camino a su inevitable desaparición.
Pierde el tiempo sin ser consciente de que las horas que se van no vuelven. Resulta lamentable verle inactivo, a sus treinta y seis años, tumbado en el sofá, mirando sin ver la televisión, carente de aspiraciones, vacío de ilusión, falto de ambiciones.
En el pueblo apenas hay trabajo y las tierras que tiene a su cargo las labra cómodamente en pocos días, el resto del tiempo se convierte en ocio. Permanece solo en esa casa que se ha hecho demasiado grande tras la muerte de sus padres, con habitaciones vacías que cierra para no sentir el peso de la soledad. En el pueblo quedan unos pocos solteros, como él, que a veces se reúnen en el café y pasan el rato; sin embargo, en invierno o cuando hace mal tiempo, no apetece salir de casa y, a falta de otros entretenimientos, la televisión o el ordenador le sirven para conectarse con el mundo.
Vive en lo que llaman pueblos vaciados y, ciertamente, es así. Resulta penoso pasar por ellos sin ver un alma; las casas cerradas a cal y canto, otras desmoronándose por la climatología y el abandono de sus dueños; se descubre el ayuntamiento por las banderas de su fachada, y las iglesias, siempre clausuradas, son testigo también de la dejadez y el abandono; porque ni a los poderes institucionales ni a los religiosos parece importarles la deriva de los pueblos, a los que solo utilizan como argumento en época electoral obviando su interés el resto del año.
Si un viajero quiere detenerse en alguno de ellos para hacer una pausa en el camino o tomar un café, o no hay bares o, si los hay, también están cerrados. Tampoco se ven tiendas de comestibles; si acaso, llega alguna furgoneta con viandas un par de veces por semana y así se abastecen quienes no pueden ir a una gran superficie de la capital para aprovisionarse de víveres.
El invierno es duro en estas tierras llanas, los días eternos, el quehacer escaso y la inquietud nula. La mayoría de los pocos vecinos que quedan son gente de edad avanzada o algún joven que ama demasiado la tierra como para dejarse seducir por los encantos de la ciudad y, de este modo, la realidad de la despoblación resulta un hecho evidente, sobre todo en esta provincia zamorana que ostenta el ingrato honor de tener una densidad de población de las más bajas de España.
Con el ocaso de los pueblos se está perdiendo toda una cultura, costumbres, forma de vida, lengua, identidad y valores, al tiempo que desaparecen también unas generaciones sin dejar huella, sin preservar esa “memoria histórica” tan evidente que se manifiesta en el legado que dejaron a sus descendientes y que conforma lo que son ahora.
¿A qué vamos a esperar, a que la despoblación se generalice y el vaciamiento de los pueblos se complete?, porque ya hay muchos que tienen menos de 50 habitantes (Padrón municipal, 1 de enero de 2024, publicado por el INE), y la cifra va cayendo; y mientras tanto, mientras los pequeños pueblos de nuestra provincia –y de otras muchas- van menguando población, los políticos miran para otro lado; no se molestan en instalar industrias que paliarían el éxodo de los jóvenes, ni tampoco de descentralizar instituciones descargando Madrid en favor de otras ciudades, ni potencian lo que ha sido la forma de vida tradicional de los pueblos: la agricultura y la ganadería. Ahora que Europa manda, es preciso seguir sus dictados y España, como en tantas otras cosas, se queda atrás y no tiene un plan B para sus pueblos.
El paisaje se ha visto dañado por la proliferación de plantas fotovoltaicas que están deteriorando el aspecto propio de estas tierras sembradas de planicies; ha desaparecido el ganado que pastaba por las laderas y solo se ven enormes rebaños de placas solares que interfieren e incluso ocultan los colores del campo. Sin embargo, esto no parece interesar, porque las tierras pobres de la parte oriental de Zamora (Tierra de Campos-Pan), no son importantes; por fortuna sí lo son las del occidente (Sanabria, Aliste y Sayago), y espero que no se le ocurra a nadie perturbar ese maravilloso paisaje con alguna ocurrencia que desbarate y anule la orografía de esos lugares.
El tiempo pasa de forma inexorable, los pequeños pueblos de nuestras comarcas se siguen vaciando, la gente mayor se muere y los pocos jóvenes que quedan continúan siendo testigos de la decadencia de unas zonas que hace no tantos años estaban llenas de gente. También ellos se irán un día y quedarán tan solo resquicios de lo que hubo una vez: gentes que labraban las tierras, ganado que había que atender; en definitiva…vida.
Poco confío en los políticos de este país; solo espero que en algún momento salte una chispa que les ponga en alerta de lo que estamos perdiendo, y entonces remedien la situación de desamparo y desidia que sufren unos pueblos deshabitados que van camino a su inevitable desaparición.
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