Mª Soledad Martín Turiño
Domingo, 23 de Marzo de 2025
ZAMORANA

El Duero, mi confidente

Mº Soledad Martín Turiño

[Img #97090]

 

He venido a confesarme mientras me miraba en el espejo de tus aguas, a contarte en silencio mis cuitas, porque sé que tú, Duero, eres quien mejor comprende y mejor sabe escuchar, dado que has sido testigo mudo de pasajes inmemoriales de la historia pasada y reciente. Arribo a tu orilla y me embeleso contemplando los saltos de agua en forma de escalones donde se producen pequeñas cataratas, y la corriente produce un ruido especial, como temiendo dañarse el agua al caer por ese precipicio.

 

Me asomo al pretil y desde ahí me inundo de belleza al contemplar el puente de piedra, recién estrenado, limpio de los estragos del paso de tiempo, de su inevitable decadencia, y que ahora luce con un brillo especial. La Zamora extramuros, a esta hora de la tarde está desierta, por eso me gusta deambular por aquí y dejar que mis pensamientos vuelen alto, como los pájaros y las cigüeñas, alto y libres. Recorro calles de piedra, de muros rojizos iluminados por el tenue brillo de una farola, rúas que se han quedado en el medievo y no quieren acomodarse a los nuevos tiempos, tal vez porque entonces perderían esta belleza singular que ahora poseen.

 

         De pronto, comienzan a caer gruesos goterones como para despertarme de mi ensimismamiento que obligan a refugiarme bajo un techado; en poco tiempo cae mucha agua, pero solo es una nube descargando lluvia. Se forman charcos que corren cuesta abajo limpiando las calles y perfumando el ambiente con un bálsamo de calma. Así, sin gente, con el sonido de fondo del aguacero al caer y topar con el suelo, pienso que es una especie de transformación, de purificación de la ciudad, que la descontamina de malas querencias al tiempo que la bendice para seguir siendo casta, adquiriendo esa penitencia espiritual que la acerca a la Semana Santa donde la ciudad será protagonista, regocijándose con su belleza y haciendo gala de una espiritualidad costumbrista que forma parte de su idiosincrasia.

 

         Zamora resplandece, al igual que la piedra con la que se viste. Regreso a casa y, de nuevo, paso junto al puente ¡es tan magnífico! El Duero baja bravío, con fuerza y con un caudal muy crecido debido a las recientes lluvias; por eso sus aguas están teñidas de un turbio color arenáceo, que no es el que más le favorece; pero llegará la primavera y con ella reverdecerán los árboles, explosionará la vida y el rio, mi Duero, volverá a vestirse de azul y de verde; y se permitirá incluso hacer un hueco a la gente para que se bañe en sus aguas, aliviándoles de los calores estivales. El puente de piedra, lucirá magnífico y podremos pasearnos por él para contemplar como discurren las aguas bajo sus ojos, recordando los versos de Blas de Otero:  

 

Por los puentes de Zamora,

sola y lenta, iba mi alma.                       

 

 

No por el puente de hierro,
el de piedra es el que amaba.

 

A ratos miraba al cielo,
a ratos miraba al agua.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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