ZAMORANA
Reencuentro
Mº Soledad Martín Turiño
Es tal la pasión que siento por mi tierra, ya sea el pueblo o la capital (léase Castronuevo o Zamora), que cada vez que voy a visitarlas y salgo de esta gran urbe, a medida que voy dejando atrás casas y coches y me adentro en la comunidad que llaman de Castilla y León, cuando en el paisaje aparecen las primeras planicies, mi rostro se ilumina y mis labios dibujan una sonrisa, de la que ni siquiera soy consciente.
Recuerdo que, en una ocasión, viajaba mi padre con nosotros en el coche y, observándome desde el asiento trasero, se permitió esta reflexión:
“Ya te ha cambiado la cara, Sol. ¡Cómo se nota que nos acercamos a nuestra tierra!”.
Sí, a mí la tierra me ha tirado desde siempre y, si antes el pueblo fue el lugar al que ansiaba volver en verano para reencontrarme con familia, amigos y vecinos, ahora es la ciudad del Romancero la que verdaderamente me atrapa. Cada vez que llego, en una especie de ritual que hago desde que era niña, recorro las calles, paseo por las plazas, me detengo en los miradores y, luego, cuando ya he cubierto ese recorrido, me siento en algún lugar tranquilo, confirmando que todo sigue tal y como estaba en mi pensamiento.
En ocasiones, cuando visito a algún familiar o a amigas de la infancia; constato que ya somos todas mayores. ¡El tiempo pasa demasiado rápido!, pero salgo feliz de cada encuentro, regresando por las rúas principales, ya de atardecida, cuando han encendido las farolas y las calles se iluminan de unos tonos rojizos únicos.
Es tal la pasión que siento por mi tierra, ya sea el pueblo o la capital (léase Castronuevo o Zamora), que cada vez que voy a visitarlas y salgo de esta gran urbe, a medida que voy dejando atrás casas y coches y me adentro en la comunidad que llaman de Castilla y León, cuando en el paisaje aparecen las primeras planicies, mi rostro se ilumina y mis labios dibujan una sonrisa, de la que ni siquiera soy consciente.
Recuerdo que, en una ocasión, viajaba mi padre con nosotros en el coche y, observándome desde el asiento trasero, se permitió esta reflexión:
“Ya te ha cambiado la cara, Sol. ¡Cómo se nota que nos acercamos a nuestra tierra!”.
Sí, a mí la tierra me ha tirado desde siempre y, si antes el pueblo fue el lugar al que ansiaba volver en verano para reencontrarme con familia, amigos y vecinos, ahora es la ciudad del Romancero la que verdaderamente me atrapa. Cada vez que llego, en una especie de ritual que hago desde que era niña, recorro las calles, paseo por las plazas, me detengo en los miradores y, luego, cuando ya he cubierto ese recorrido, me siento en algún lugar tranquilo, confirmando que todo sigue tal y como estaba en mi pensamiento.
En ocasiones, cuando visito a algún familiar o a amigas de la infancia; constato que ya somos todas mayores. ¡El tiempo pasa demasiado rápido!, pero salgo feliz de cada encuentro, regresando por las rúas principales, ya de atardecida, cuando han encendido las farolas y las calles se iluminan de unos tonos rojizos únicos.




















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