NUESTRA HISTORIA
Ocho franjas rojas
Erisana, una ciudad cuya situación resulta incierta en la actualidad, fue el lugar donde Viriato sitió al Cónsul Quinto Fabio Serviliano encerrándolo en un desfiladero sin otra salida que la rendición o la muerte. Viriato quiso ser generoso y propuso al jefe romano un tratado de paz y amistad entre el pueblo romano y el lusitano.
Cuando alcanzó la primera victoria consular el héroe español, puso en una lanza la primara faja roja que había tomado al enemigo, haciendo de este trofeo su principal insignia. Otra faja añadió en la segunda victoria , y fue agregando sucesivas cada vez que vencía a un Cónsul romano. Así que, con la capitulación de Serviliano puso la octava y última, con las que formó la "Seña Bermeja" que llegó a ser blasón y bandera de la ciudad de Zamora.
Aquella paz ratificada por el Senado Romano, solo duró hasta que el año 140 a.C. el Cónsul Servilio Cepión persuadió al Senado de que era una paz vergonzosa por las condiciones en que se había firmado, y consiguió autorización para romperla.
Sin molestarse en dar previo aviso a los lusitanos, los cogió desprevenidos y ocupados en volver al cultivo de sus tierras. A duras penas consiguió Viriato reunir algunas gentes para hacer frente a las legiones del Cónsul, y bien fuera por ganar tiempo o porque todavía confiaba en la justicia de los romanos, envió tres capitanes, cuyos nombres: Aulaces, Ditalcón y Minuro, quedaron para baldón de la Historia.
Cepión, en su condición de hombre rastrero, aprovechó la ocasión para comprar con deslumbrantes ofertas a los mensajeros si libraban a Roma de su molesto enemigo.
El puñal asesino cortó la preciosa vida de Viriato cuando se hallaba durmiendo en su tienda de campaña. Sus soldados le lloraron y buscaron con afán a los autores del crimen que habían huido a Roma en busca de la recompensa; encontrándose con la respuesta de que Roma no daba premios a los soldados que asesinaban a su jefe.
Los fieles soldados de Viriato le hicieron un enterramiento muy solemnizado, hicieron una gran hoguera donde pusieron el cuerpo del héroe lusitano ataviado con sus más ricas armas y vestido con sus mejores prendas. Mataron también varias reses que quemaron simultáneamente en su honor; en tanto que muchos escuadrones desfilaban danzando alrededor de la hoguera.
Quemado el cuerpo, recogieron las cenizas para enterrarlas y para mayor honra varios voluntarios pelearon de dos en dos hasta morir sobre su sepultura.
De Viriato se dijo que, hasta sus enemigos convinieron en que era humano, afable, generoso, fiel observador del trato, sencillo en el vestir, frugal en el comer, despreciaba las comodidades y el lujo, vestía como simple soldado de aquel tiempo, los botines de la guerra los repartía entre sus compañeros de armas, sin reservar nada para él, porque, al revés que los cónsules y pretores a quienes combatía, jamás pensó en enriquecerse.
Balbino Lozano
Erisana, una ciudad cuya situación resulta incierta en la actualidad, fue el lugar donde Viriato sitió al Cónsul Quinto Fabio Serviliano encerrándolo en un desfiladero sin otra salida que la rendición o la muerte. Viriato quiso ser generoso y propuso al jefe romano un tratado de paz y amistad entre el pueblo romano y el lusitano.
Cuando alcanzó la primera victoria consular el héroe español, puso en una lanza la primara faja roja que había tomado al enemigo, haciendo de este trofeo su principal insignia. Otra faja añadió en la segunda victoria , y fue agregando sucesivas cada vez que vencía a un Cónsul romano. Así que, con la capitulación de Serviliano puso la octava y última, con las que formó la "Seña Bermeja" que llegó a ser blasón y bandera de la ciudad de Zamora.
Aquella paz ratificada por el Senado Romano, solo duró hasta que el año 140 a.C. el Cónsul Servilio Cepión persuadió al Senado de que era una paz vergonzosa por las condiciones en que se había firmado, y consiguió autorización para romperla.
Sin molestarse en dar previo aviso a los lusitanos, los cogió desprevenidos y ocupados en volver al cultivo de sus tierras. A duras penas consiguió Viriato reunir algunas gentes para hacer frente a las legiones del Cónsul, y bien fuera por ganar tiempo o porque todavía confiaba en la justicia de los romanos, envió tres capitanes, cuyos nombres: Aulaces, Ditalcón y Minuro, quedaron para baldón de la Historia.
Cepión, en su condición de hombre rastrero, aprovechó la ocasión para comprar con deslumbrantes ofertas a los mensajeros si libraban a Roma de su molesto enemigo.
El puñal asesino cortó la preciosa vida de Viriato cuando se hallaba durmiendo en su tienda de campaña. Sus soldados le lloraron y buscaron con afán a los autores del crimen que habían huido a Roma en busca de la recompensa; encontrándose con la respuesta de que Roma no daba premios a los soldados que asesinaban a su jefe.
Los fieles soldados de Viriato le hicieron un enterramiento muy solemnizado, hicieron una gran hoguera donde pusieron el cuerpo del héroe lusitano ataviado con sus más ricas armas y vestido con sus mejores prendas. Mataron también varias reses que quemaron simultáneamente en su honor; en tanto que muchos escuadrones desfilaban danzando alrededor de la hoguera.
Quemado el cuerpo, recogieron las cenizas para enterrarlas y para mayor honra varios voluntarios pelearon de dos en dos hasta morir sobre su sepultura.
De Viriato se dijo que, hasta sus enemigos convinieron en que era humano, afable, generoso, fiel observador del trato, sencillo en el vestir, frugal en el comer, despreciaba las comodidades y el lujo, vestía como simple soldado de aquel tiempo, los botines de la guerra los repartía entre sus compañeros de armas, sin reservar nada para él, porque, al revés que los cónsules y pretores a quienes combatía, jamás pensó en enriquecerse.
Balbino Lozano




















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