LUNES SANTO
El hombre que amaba la Semana Santa
Eugenio-Jesús de Ávila
No sé si nos reencarnamos, si después de esta vida vuelves a vivir en otro cuerpo con idéntica alma. No sé nada. Pero, desde hace años, tengo otra fe, creencia, nada basado en la razón. Verbigracia: nos re-almamos. Me explico. Pienso que, -mi experiencia- por mi cuerpo, ya desmoronándose, a lo largo de la vida han pasado diversas almas. La que ocupa este esqueleto y carne en quebranto, difiere de la que me acompañó en mi juventud, también de la que entró cuando me enamoré.
Cuento estos asuntos íntimos, de filosofía propia, porque ahora la Semana Santa de mi tierra ha penetrado en mi memoria para usurpar sus recuerdos, que son sus hijos bastardos. Y aquel joven creía en algo, si se quiere en un dios hecho a su medida; sin duda, era un hombre sin madurar, pero religioso. Amaba mis cofradías, unas más que otras. Solo sé que, cuando concluían los desfiles procesionales, en la tarde del Domingo de Resurrección, entraba en una especie de bajón moral, en una especie de depresión de la que tardaba bastante tiempo en recuperarme. Pues hete aquí que aquel joven ya no queda nada en el que soy ahora de pasión por la Pasión. No vibro ni con cantos gregorianos, ni con marchas, ni con tambores, ni con cornetas. Les aprecio por cuanto tienen de belleza, pero se deslizan por mi espíritu como el agua de montaña por la roca pulida.
Me trae sin cuidado por qué hombres y mujeres, de cualquier edad, mantengan, año tras año, ese vínculo con sus cofradías, quizá religiosos, pudiera ser que basados en la tradición. No lo sé. Ya he dicho que no me importa. Ahora bien, me encanta que miles de zamoranos, creyentes, agnósticos e incluso ateos, amen a sus hermandades, con sus nazarenos, crucificados, dolorosas y verónicas. Me apena que esa unión esotérica con la Semana Santa no se extrapole al progreso y al desarrollo de nuestra ciudad y provincia. ¿Por qué no llevamos a Zamora al futuro con la misma fuerza que, primavera tras primavera, colocamos a la Pasión zamorana en el mundo religioso, cultural y económico? ¿Qué sucede para que nos vayamos hundiendo en el pantano de la nada?
He escrito que el alma que ha alquilado mi materia, lo que queda de mi cuerpo, ya no siente la Semana Santa como cuando era un jovencito. Cierto. Pero aquel y este tienen en común que ambos amamos a nuestra tierra, siendo dos almas distintas que se quedaron a vivir un tiempo en la misma estructura humana.
Esto me dio por escribir cuando el ocaso se apoderaba del Lunes Santo y, a través de mi balcón, veía pasar a cofrades, con túnicas y capas, rumbo de la iglesia de San Lázaro. Y regresé a mi infancia y recordé esa procesión con cariño. Yo soy ya un fue, solo un hombre que amaba la Semana Santa. Ya, no. Mi cerebro venció a mi músculo cardiaco, vulgarmente conocido como corazón.
Fotografía: Esteban Pedrosa
Eugenio-Jesús de Ávila
No sé si nos reencarnamos, si después de esta vida vuelves a vivir en otro cuerpo con idéntica alma. No sé nada. Pero, desde hace años, tengo otra fe, creencia, nada basado en la razón. Verbigracia: nos re-almamos. Me explico. Pienso que, -mi experiencia- por mi cuerpo, ya desmoronándose, a lo largo de la vida han pasado diversas almas. La que ocupa este esqueleto y carne en quebranto, difiere de la que me acompañó en mi juventud, también de la que entró cuando me enamoré.
Cuento estos asuntos íntimos, de filosofía propia, porque ahora la Semana Santa de mi tierra ha penetrado en mi memoria para usurpar sus recuerdos, que son sus hijos bastardos. Y aquel joven creía en algo, si se quiere en un dios hecho a su medida; sin duda, era un hombre sin madurar, pero religioso. Amaba mis cofradías, unas más que otras. Solo sé que, cuando concluían los desfiles procesionales, en la tarde del Domingo de Resurrección, entraba en una especie de bajón moral, en una especie de depresión de la que tardaba bastante tiempo en recuperarme. Pues hete aquí que aquel joven ya no queda nada en el que soy ahora de pasión por la Pasión. No vibro ni con cantos gregorianos, ni con marchas, ni con tambores, ni con cornetas. Les aprecio por cuanto tienen de belleza, pero se deslizan por mi espíritu como el agua de montaña por la roca pulida.
Me trae sin cuidado por qué hombres y mujeres, de cualquier edad, mantengan, año tras año, ese vínculo con sus cofradías, quizá religiosos, pudiera ser que basados en la tradición. No lo sé. Ya he dicho que no me importa. Ahora bien, me encanta que miles de zamoranos, creyentes, agnósticos e incluso ateos, amen a sus hermandades, con sus nazarenos, crucificados, dolorosas y verónicas. Me apena que esa unión esotérica con la Semana Santa no se extrapole al progreso y al desarrollo de nuestra ciudad y provincia. ¿Por qué no llevamos a Zamora al futuro con la misma fuerza que, primavera tras primavera, colocamos a la Pasión zamorana en el mundo religioso, cultural y económico? ¿Qué sucede para que nos vayamos hundiendo en el pantano de la nada?
He escrito que el alma que ha alquilado mi materia, lo que queda de mi cuerpo, ya no siente la Semana Santa como cuando era un jovencito. Cierto. Pero aquel y este tienen en común que ambos amamos a nuestra tierra, siendo dos almas distintas que se quedaron a vivir un tiempo en la misma estructura humana.
Esto me dio por escribir cuando el ocaso se apoderaba del Lunes Santo y, a través de mi balcón, veía pasar a cofrades, con túnicas y capas, rumbo de la iglesia de San Lázaro. Y regresé a mi infancia y recordé esa procesión con cariño. Yo soy ya un fue, solo un hombre que amaba la Semana Santa. Ya, no. Mi cerebro venció a mi músculo cardiaco, vulgarmente conocido como corazón.
Fotografía: Esteban Pedrosa


















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.29