ZAMORANA
La decisión de su vida
Mº Soledad Martín Turiño
Apesadumbrado por los problemas que se le acumulan sin cesar, decide salir de casa y desembotar la cabeza, harto ya de hacer números para ver cómo salvar su pequeña empresa, ahora amenazada por los aranceles de ese presidente maleducado, soberbio y prepotente que se sabe el dueño del planeta. El sr. Trump ha amenazado a medio mundo con unos impuestos inasumibles que llevarán a la ruina a muchas empresas como la de Mauricio.
Llevaba trabajando desde los 15 años con su padre, al principio en un pequeño taller donde envasaban y etiquetaban garrafas de aceite; luego el negocio fue creciendo y compraron una nave y material moderno, a la vez que necesitaron contratar más empleados. Eran como una pequeña familia, todos se llevaban bien en aquel pueblo en que la mayoría de sus vecinos vivían del aceite. Cuando el padre falleció, Mauricio se hizo cargo del negocio y lo modernizó implantando un sistema informático que dejaba atrás el papel y lápiz junto con los libros del contable, ya jubilado.
Mauricio era uno más, trabajaba sin descanso, veía poco a su familia y vivía para su negocio. Sin embargo, desde que salió la noticia de lo que eufemísticamente han denominado Día de la Liberación, con la relación de aranceles impuestos por el presidente de EEUU a los diferentes países, supo que su empresa se resentiría ya que, pese a ser intermediarios de una gran compañía para la que trabajaban, aunque fuera con un cometido pequeño, resultaba esencial. Desconfiaba de los políticos que nunca habían apostado por los pequeños negocios, solo les interesaban los autónomos para asfixiarles a impuestos; y ahora, a nivel global, dudaba aún más de que este gobierno supiera estar a la altura, máxime cuando había, además, un presupuesto ineludible para Defensa que demandaba la Unión Europea y cuyo cumplimiento estábamos muy lejos de afrontar.
Así pues, estando a merced de Estados Unidos y de Europa, para quienes debemos entregar sumas ingentes de dinero que el gobierno no sabe de dónde sacar si no recorta el estado de bienestar con lo que ello implica, Mauricio ya estaba pensando en sus opciones: Un ERE, prejubilaciones, o incluso vender la empresa.
Él no tenía hijos que siguieran la tradición familiar, y con 66 años veía el futuro cada vez más negro. Su mujer llevaba tiempo diciéndole que se jubilara y empezara a vivir y a disfrutar de un merecido ocio; así que todo se mezclaba en su cabeza. Salió a la calle, caminó sin rumbo absorbiendo la tímida luz del sol que preconizaba una hermosa primavera; luego se sentó en un mirador solitario frente al rio y, en un momento determinado, parece que algo hizo clic en su cabeza y todo fue más sencillo. Tenía la solución; así que la sopesó en silencio una vez más, sonrió y se levantó con el firme propósito de comunicar a sus empleados al día siguiente que vendía el negocio, repartiría parte de las ganancias entre los empleados dejándoles en una buena situación económica hasta que encontraran otro empleo, y él haría caso a su mujer.
A veces parece que se nos cae el mundo acumulándose problemas que nos empañan los sentidos, nos obcecan y nos impiden tener una actitud positiva. No hay una solución mágica, ya que depende de las circunstancias de cada persona; pero sí es necesario apostar, no rendirse a la fatalidad y, en ocasiones, perder algo para ganar mucho. El dinero no lo es todo y solo tenemos una vida.
Apesadumbrado por los problemas que se le acumulan sin cesar, decide salir de casa y desembotar la cabeza, harto ya de hacer números para ver cómo salvar su pequeña empresa, ahora amenazada por los aranceles de ese presidente maleducado, soberbio y prepotente que se sabe el dueño del planeta. El sr. Trump ha amenazado a medio mundo con unos impuestos inasumibles que llevarán a la ruina a muchas empresas como la de Mauricio.
Llevaba trabajando desde los 15 años con su padre, al principio en un pequeño taller donde envasaban y etiquetaban garrafas de aceite; luego el negocio fue creciendo y compraron una nave y material moderno, a la vez que necesitaron contratar más empleados. Eran como una pequeña familia, todos se llevaban bien en aquel pueblo en que la mayoría de sus vecinos vivían del aceite. Cuando el padre falleció, Mauricio se hizo cargo del negocio y lo modernizó implantando un sistema informático que dejaba atrás el papel y lápiz junto con los libros del contable, ya jubilado.
Mauricio era uno más, trabajaba sin descanso, veía poco a su familia y vivía para su negocio. Sin embargo, desde que salió la noticia de lo que eufemísticamente han denominado Día de la Liberación, con la relación de aranceles impuestos por el presidente de EEUU a los diferentes países, supo que su empresa se resentiría ya que, pese a ser intermediarios de una gran compañía para la que trabajaban, aunque fuera con un cometido pequeño, resultaba esencial. Desconfiaba de los políticos que nunca habían apostado por los pequeños negocios, solo les interesaban los autónomos para asfixiarles a impuestos; y ahora, a nivel global, dudaba aún más de que este gobierno supiera estar a la altura, máxime cuando había, además, un presupuesto ineludible para Defensa que demandaba la Unión Europea y cuyo cumplimiento estábamos muy lejos de afrontar.
Así pues, estando a merced de Estados Unidos y de Europa, para quienes debemos entregar sumas ingentes de dinero que el gobierno no sabe de dónde sacar si no recorta el estado de bienestar con lo que ello implica, Mauricio ya estaba pensando en sus opciones: Un ERE, prejubilaciones, o incluso vender la empresa.
Él no tenía hijos que siguieran la tradición familiar, y con 66 años veía el futuro cada vez más negro. Su mujer llevaba tiempo diciéndole que se jubilara y empezara a vivir y a disfrutar de un merecido ocio; así que todo se mezclaba en su cabeza. Salió a la calle, caminó sin rumbo absorbiendo la tímida luz del sol que preconizaba una hermosa primavera; luego se sentó en un mirador solitario frente al rio y, en un momento determinado, parece que algo hizo clic en su cabeza y todo fue más sencillo. Tenía la solución; así que la sopesó en silencio una vez más, sonrió y se levantó con el firme propósito de comunicar a sus empleados al día siguiente que vendía el negocio, repartiría parte de las ganancias entre los empleados dejándoles en una buena situación económica hasta que encontraran otro empleo, y él haría caso a su mujer.
A veces parece que se nos cae el mundo acumulándose problemas que nos empañan los sentidos, nos obcecan y nos impiden tener una actitud positiva. No hay una solución mágica, ya que depende de las circunstancias de cada persona; pero sí es necesario apostar, no rendirse a la fatalidad y, en ocasiones, perder algo para ganar mucho. El dinero no lo es todo y solo tenemos una vida.




















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