Carlos Domínguez
Jueves, 24 de Abril de 2025
HABLEMOS

Inmortales, ¿pero eternos?

[Img #98380]   Un obituario sobre la figura de Vargas Llosa con arreglo a sus méritos literarios siempre dará para algo más que el panegírico habitual. Incluso desde la anécdota del rifirrafe hidalgo con un Gabo por delante en sensibilidad narrativa, sin menospreciar el pulcro y depurado lenguaje del novelista peruano. Con todo, acudiendo a una perspectiva amplia respecto al horizonte  de la posteridad, viene al caso reflexionar sobre el clásico aforismo: “sic transit…”. Como otros autores insignes, Vargas Llosa ocupará su trono arropado por el nobel que a él sí se le otorgó. No obstante, en lo literario y de modo general se advertirán carencias respecto a una precaria inmortalidad, pues contar historias se halla inevitablemente muy cerca de lo que sucede a ojos vista del autor. Lo social, lo afectivo e incluso político en sus afanes o vivencias es, como fuente de inspiración, argamasa demasiado débil para atrapar hoy o mañana al lector generoso con quien aspira al supremo galardón.

 

   Aun así, hay quienes salvando la frontera de la realidad visible se elevan gracias a la literatura a semejante cima. Genios verdaderamente olímpicos lo consiguen adentrándose en la hondura del saber, para abordar  temas que jamás quedaron ni quedarán al albur de la moda o de cualquier experiencia vital. Cervantes y su caballero andante, no por casualidad pura ficción abocada a la locura, se aproximaron a tal excelencia. Y junto a Mann con su tampoco casual montaña mágica, pocos más de cuyo nombre aquí no es preciso acordarse. Acaso por no merecerlo, al distraer lo esencial. Que lo eterno, lo inherente a aquello que de mayor valor tiene el alma humana va unido al pensar y la filosofía, ésta dadivosa en ocasiones merced a su préstamo enriquecedor a la literatura, oficio menor igual que fugaz a través de eras y sociedades condenadas a pasar.

 

   Y para qué engañarnos, condena también del saber y el pensamiento, con fecha de caducidad en paralelo al resto de lo humano, Pero mientras éste sea lo que es, y sólo por poner un ejemplo, el lector sin duda valiente nunca se sentirá defraudado al profundizar en las páginas de Hegel cuando aborda la cuestión del ser y el no ser, o en las de Heidegger relativas al tiempo y el hecho decisivo de la muerte. Si esto, aventajando a la literatura, no raya lo eterno en cuanto a la naturaleza por suerte finita del hombre, al menos se le parece. En fin, tratándose ahora del genio de Vargas Llosa, con independencia de la finura a pulir del estilo su mejor novela, entiéndase por lo literario, es La ciudad y los perros. Auténtica y vital.

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