NOTAS DEL PENSAMIENTO
Esto es así
José Antonio Ávila López
![[Img #98563]](https://eldiadezamora.es/upload/images/04_2025/8771_2765_5527_9183_8528_239_8209_6877_3755_9091_1998_4810_7036_9924_1363_jose-antonio-avila-lopez.jpg)
La Constitución del 78 ha marcado un período de paz y progreso como pocos. Aunque éramos pequeños, los que la vimos nacer lo sabemos. En aquellos años de predemocracia se tenía claro lo que se quería, y los españoles se echaban a la calle a defender lo que se deseaban, eso sí, con el riesgo asumido de recibir porrazos con las temibles arrancadas de aquellos policías que iban de largo y derechos al bulto. Libertad, justicia, honestidad..., eran las palabras más sonadas de aquellas manifestaciones en las que apoyaban los partidos sus primeros mensajes. No se trataba de diseñar una política concreta, sino un marco diferente para vivir de una forma diferente. El mismo régimen, forzado por la situación, designó a Juan Carlos I como sucesor, y llegó la Constitución, pero mucha gente se quedó en el camino cuando sus ilusiones políticas, sus utopías, sus idealismos chocaron con la política real. La mayoría se adaptó a la nueva situación, aceptando como mal menor las imperfecciones de un sistema que tenía que contentar a muchos a la vez. Pero la práctica política, el elitismo autocomplaciente, y la técnica electoral para llegar al poder, evolucionaron desde la trampa en el voto por correo (habría que ir a algunos pueblos cuando se celebran elecciones en estas fechas), a la industria electoral con dineros en Suiza, control de cajas de ahorros y estructuras internas y cerradas de los partidos. Se mejoró la vida de los españoles, pero acomodados en el bienestar económico, fuimos dejando la política en manos de élites profesionalizadas, instalándonos en el “cada cual a lo suyo”, y ante la degeneración paulatina de los valores iniciales nos instalamos en la creencia fomentada de que “esto es así”.
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La Constitución del 78 ha marcado un período de paz y progreso como pocos. Aunque éramos pequeños, los que la vimos nacer lo sabemos. En aquellos años de predemocracia se tenía claro lo que se quería, y los españoles se echaban a la calle a defender lo que se deseaban, eso sí, con el riesgo asumido de recibir porrazos con las temibles arrancadas de aquellos policías que iban de largo y derechos al bulto. Libertad, justicia, honestidad..., eran las palabras más sonadas de aquellas manifestaciones en las que apoyaban los partidos sus primeros mensajes. No se trataba de diseñar una política concreta, sino un marco diferente para vivir de una forma diferente. El mismo régimen, forzado por la situación, designó a Juan Carlos I como sucesor, y llegó la Constitución, pero mucha gente se quedó en el camino cuando sus ilusiones políticas, sus utopías, sus idealismos chocaron con la política real. La mayoría se adaptó a la nueva situación, aceptando como mal menor las imperfecciones de un sistema que tenía que contentar a muchos a la vez. Pero la práctica política, el elitismo autocomplaciente, y la técnica electoral para llegar al poder, evolucionaron desde la trampa en el voto por correo (habría que ir a algunos pueblos cuando se celebran elecciones en estas fechas), a la industria electoral con dineros en Suiza, control de cajas de ahorros y estructuras internas y cerradas de los partidos. Se mejoró la vida de los españoles, pero acomodados en el bienestar económico, fuimos dejando la política en manos de élites profesionalizadas, instalándonos en el “cada cual a lo suyo”, y ante la degeneración paulatina de los valores iniciales nos instalamos en la creencia fomentada de que “esto es así”.




















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