El arte de amar y la miseria política

Eugenio-Jesús de Ávila

Ser o no ser esa no es la cuestión. Amar o no amar, en conjugar ese verbo consiste la vida. Quizá el amor sea el único sentimiento que nos aleje de la muerte, porque, cuando se ama se no se piensa en la muerte, dama negra que aguarda escondida siempre entre las esquinas del tiempo.

El artista también se distancia la parca mientras pinta, compone música, esculpe, escribe, busca la rima. Saber amar no deja de ser un arte sublime. No todos, ni todas, sabemos, saben, descubrir la esencia del amor, sentimiento que suele confundirse con el sexo. Puede haber sexo sin amor, habitual, y amor sin sexo, hecho inexplicable que escapa a cualquier razón erótica.

Las personas inteligentes, aquellas que no temen conocerse, que no se aterran por alcanzar las simas de sus adentros, se juzgan al ritmo de los años, de los lustros, más severidad en la sentencia.  Cuando toman conciencia de que tienen más pasado que futuro, encuentran agujeros en el alma, como si las polillas de la conciencia se la hubieran devorado.

 Los políticos honrados, un oxímoron, nunca se preocupan por la pérdida del poder. Los políticos del común, malandrines, botarates, gentes sin una idea alta, ni baja tampoco, solo disfrutan con el amor a sí mismos, onanistas de la res pública. No quieren a nadie. Se diría incluso que se odian hasta tal extremo que eligen extrapolar tanta inquina interior sobre el ciudadano.

Estar o no estar es la esencia de los rufianes de la política. El político del pueblo no se halla en el poder, efímero, como la vida, sino que se reconoce en la siembra del bien que ofrecerá el fruto de una sociedad más justa, libre, equilibrada. El buen político sabe que el amor existe más allá de la res pública y suele transformarse en polvo enamorado, en metáfora barroca.

El arte de amar y la miseria política. Ama y haz lo que quieras.