Miércoles, 05 de Noviembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Viernes, 02 de Mayo de 2025
ZAMORANA

Una historia

[Img #98715]Caminaba con la ilusión de un adolescente, atravesó el puente de piedra recién restaurado, y a cada paso se detenía cruzando sus brazos sobre el pretil para observar la panorámica de la ciudad: las murallas, la catedral, la iglesia de san Ildefonso, su casa, la cuesta…. Después se detuvo a contemplar la corriente que se arremolinaba con fuerza sorteando los juncos mientras la luz intensa del sol incidía sobre el agua.

 

Tras cruzar el puente caminó por el paseo aledaño al Duero, bordeó las Aceñas de Cabañales y se permitió sentarse en uno de los bancos a la sombra. Cerró los ojos y se adormeció con el murmullo del agua; los árboles, cuajados de hojas tiernas lo cobijaban; era su momento de paz de cada tarde y el rio su único testigo. Dio la casualidad de que se encontró con un amigo de la infancia a quien hacía tiempo que no veía, le acompañó en el banco y estuvieron charlando durante un buen rato poniéndose al día de sus respectivas vidas; luego se despidieron y mi amigo continuó su caminata hasta llegar al puente de hierro, lo cruzó despacio porque el peso del recorrido hacía mella sobre su cansado cuerpo de anciano, aunque su ilusión estuviera intacta como cuando tenía veinte años. Estaba enamorado de Zamora desde que tuvo la oportunidad de regresar tras haber vivido fuera durante muchos años; cierto es que a su vuelta no conocía a nadie, la ciudad se le antojaba extraña, pero al mismo tiempo, le proporcionaba un refugio seguro y todo parecía estar en consonancia con los recuerdos que albergaba de su estancia allí en el pasado.

 

Paraba poco en casa y corría mucho las calles, sobre todo las dos principales donde se cruzaba con gente a la que miraba buscando rasgos conocidos de los viejos amigos que había dejado también antaño en el pueblo; a él le observaban igualmente y poco a poco decidió que lo más importante era seguir descubriendo esta pequeña urbe, recorrerla, admirarla, defenderla e incluso se permitió el lujo de hacer alguna observación que no cayó en saco roto ante los políticos de la ciudad con el fin de mejorarla en ciertos aspectos.

 

Aquellos que le conocían sabían que su final le llegaría en Zamora y nadie podría sacarle de allí; ni el amor de sus hijos, ni la fuerza de sus nietos que vivían fuera; si acaso alguna vez tomaba el tren, iba un par de días para verles y regresaba de nuevo como si necesitara el aire fresco de Zamora para respirar. Nunca se aburrió, ni tampoco fue una carga para nadie; sencillamente vivió el tiempo que se le había dispensado en esta tierra gozando cada minuto, y ahora, desde San Atilano contempla el cielo que tanto estudiaba, ese cielo azul turquesa tan característico que varía cuando el firmamento se enfada o prorrumpe en un estallido de lluvia o truenos; pero él está a buen recaudo, cobijado en su ciudad del alma, la que siempre amó y por la que vivió los años más felices de su vida.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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