ZAMORANA
El paso del tiempo
Si existe una manera de frenar el inexorable paso del tiempo es mediante el recuerdo. La evocación de momentos pasados es una forma de vivir de nuevo aquellas experiencias que una vez formaron parte de nuestra existencia; instantes en los que damos marcha atrás al reloj de la vida y lo detenemos a voluntad. Goethe llamaba “insensato” a quien dejaba transcurrir el tiempo estérilmente, del mismo modo que Darwin declaraba: “Un hombre que se permite malgastar una hora de su tiempo no ha descubierto el valor de la vida”, porque el tiempo tiene un precio y resulta que es carísimo.
Asimismo, el concepto del tiempo ha sido estudiado desde siempre por religiosos, filósofos y pensadores; cada uno desde su propia perspectiva han ido aportando opiniones y juicios diferentes, desde Pitágoras que consideraba el tiempo como el alma de este mundo, hasta Platón, que lo concibe como una imagen móvil de la eternidad; porque este concepto de lo temporal es algo que nos afecta a todos y de lo que nadie puede abstraerse.
En efecto, algo tan etéreo como el trascurrir de las horas, esa forma que han inventado para medir el tiempo, se convierte en el regalo más valioso de quienes habitamos este mundo, sobre todo porque tiene fecha de caducidad y solo de nosotros depende vivirlo con gozo e intensidad, o desaprovecharlo inútilmente.
Desde que nacemos empieza a correr el reloj, aunque en la etapa de adolescencia e incluso en la juventud se hace eterno; sin embargo, a medida que entramos en la madurez y somos más conscientes de lo que nos resta, el tiempo parece reducirse, los días se suceden raudos y empezamos a pensar si los estamos aprovechando adecuadamente. De ahí que surja ese afán por disfrutar (odiosa palabra que, por repetida, casi está perdiendo su identidad), de exprimir los días y de gozar el ocio con actividades gratas: viajar, estudiar, bailar… cualquier entretenimiento resulta válido si nos hace creer que estamos sacando todo el jugo a las horas antes de que suene el despertador final que anuncie que nuestro tiempo en este mundo ya ha terminado.
Mª Soledad Martín Turiño
Si existe una manera de frenar el inexorable paso del tiempo es mediante el recuerdo. La evocación de momentos pasados es una forma de vivir de nuevo aquellas experiencias que una vez formaron parte de nuestra existencia; instantes en los que damos marcha atrás al reloj de la vida y lo detenemos a voluntad. Goethe llamaba “insensato” a quien dejaba transcurrir el tiempo estérilmente, del mismo modo que Darwin declaraba: “Un hombre que se permite malgastar una hora de su tiempo no ha descubierto el valor de la vida”, porque el tiempo tiene un precio y resulta que es carísimo.
Asimismo, el concepto del tiempo ha sido estudiado desde siempre por religiosos, filósofos y pensadores; cada uno desde su propia perspectiva han ido aportando opiniones y juicios diferentes, desde Pitágoras que consideraba el tiempo como el alma de este mundo, hasta Platón, que lo concibe como una imagen móvil de la eternidad; porque este concepto de lo temporal es algo que nos afecta a todos y de lo que nadie puede abstraerse.
En efecto, algo tan etéreo como el trascurrir de las horas, esa forma que han inventado para medir el tiempo, se convierte en el regalo más valioso de quienes habitamos este mundo, sobre todo porque tiene fecha de caducidad y solo de nosotros depende vivirlo con gozo e intensidad, o desaprovecharlo inútilmente.
Desde que nacemos empieza a correr el reloj, aunque en la etapa de adolescencia e incluso en la juventud se hace eterno; sin embargo, a medida que entramos en la madurez y somos más conscientes de lo que nos resta, el tiempo parece reducirse, los días se suceden raudos y empezamos a pensar si los estamos aprovechando adecuadamente. De ahí que surja ese afán por disfrutar (odiosa palabra que, por repetida, casi está perdiendo su identidad), de exprimir los días y de gozar el ocio con actividades gratas: viajar, estudiar, bailar… cualquier entretenimiento resulta válido si nos hace creer que estamos sacando todo el jugo a las horas antes de que suene el despertador final que anuncie que nuestro tiempo en este mundo ya ha terminado.
Mª Soledad Martín Turiño




















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