NOTAS DEL PENSAMIENTO
Club de los ricos y club de los millones de pobres
José Antonio Ávila López
![[Img #99130]](https://eldiadezamora.es/upload/images/05_2025/3617_3597_266_1758_5877_8071_8771_2765_5527_9183_8528_239_8209_6877_3755_9091_1998_4810_7036_9924_1363_jose-antonio-avila-lopez.jpg)
Nuestra organización social, política y económica permite, según ha trascendido últimamente en los medios de comunicación, diferencias abismales entre miembros de un mismo país. Concretamente, con nuestros impuestos, nuestros ingresos en bancos, nuestras condiciones laborales, nuestras compras y demás consumo, hemos logrado que los más ricos posean el mismo patrimonio que los millones de pobres que hay en España. Ante esa perspectiva, algunos planteamos que eso no puede seguir así, que es necesario ayudar al que menos tiene, y que, en caso de urgencia, el Estado debería aprovisionar una cantidad mínima de dinero a todo aquel español que por sus circunstancias pudiera verse en situación de pobreza extrema... ¿Qué ocurre? Que el Estado prefiere darle el dinero al extranjero que llega. El sistema económico imperante ha logrado que muchas personas se hayan hecho de oro a costa de los que pagan productos más caros o reciben peores condiciones laborales, con el objetivo de que el margen de sus beneficios siempre ascienda. Nosotros, los ciudadanos, hemos ayudado a crear ese “club de los más ricos”, y sin embargo, cuando se plantea ayudar al “club de los millones de pobres”, que supondría la misma cantidad de dinero que destinamos a esas personas más ricas, se tilda la idea, desde los sectores progres, de demagógica, oportunista y utópica. A veces uno piensa en los conceptos que tenemos instaurados en la cabeza, en las definiciones y el uso que les damos, y “utopía” es un ejemplo claro de ello, en el que más se aprecia nuestro cacao mental. En otro mundo sería considerado utópico que con nuestros actos lográsemos que algunas personas tuvieran la misma riqueza que millones de ellas, pero aquí, en este mundo, consideramos utópico plantear que millones de personas puedan aspirar a tener la mínima cantidad de dinero para sobrevivir de manera más o menos digna. En otro mundo consideraríamos utópico no establecer límites para aquellos que estén comenzando a ganar una cantidad astronómica de riqueza que no podrían gastar ni aunque viviesen mil años, pero en este mundo lo que consideramos utópico es proporcionarle una cantidad mínima al que lo necesita, pensando en que si a todos se les diera, nadie querría trabajar, como si el espíritu generalizado del individuo fuese la pereza y la nula aspiración vital.
Nuestra organización social, política y económica permite, según ha trascendido últimamente en los medios de comunicación, diferencias abismales entre miembros de un mismo país. Concretamente, con nuestros impuestos, nuestros ingresos en bancos, nuestras condiciones laborales, nuestras compras y demás consumo, hemos logrado que los más ricos posean el mismo patrimonio que los millones de pobres que hay en España. Ante esa perspectiva, algunos planteamos que eso no puede seguir así, que es necesario ayudar al que menos tiene, y que, en caso de urgencia, el Estado debería aprovisionar una cantidad mínima de dinero a todo aquel español que por sus circunstancias pudiera verse en situación de pobreza extrema... ¿Qué ocurre? Que el Estado prefiere darle el dinero al extranjero que llega. El sistema económico imperante ha logrado que muchas personas se hayan hecho de oro a costa de los que pagan productos más caros o reciben peores condiciones laborales, con el objetivo de que el margen de sus beneficios siempre ascienda. Nosotros, los ciudadanos, hemos ayudado a crear ese “club de los más ricos”, y sin embargo, cuando se plantea ayudar al “club de los millones de pobres”, que supondría la misma cantidad de dinero que destinamos a esas personas más ricas, se tilda la idea, desde los sectores progres, de demagógica, oportunista y utópica. A veces uno piensa en los conceptos que tenemos instaurados en la cabeza, en las definiciones y el uso que les damos, y “utopía” es un ejemplo claro de ello, en el que más se aprecia nuestro cacao mental. En otro mundo sería considerado utópico que con nuestros actos lográsemos que algunas personas tuvieran la misma riqueza que millones de ellas, pero aquí, en este mundo, consideramos utópico plantear que millones de personas puedan aspirar a tener la mínima cantidad de dinero para sobrevivir de manera más o menos digna. En otro mundo consideraríamos utópico no establecer límites para aquellos que estén comenzando a ganar una cantidad astronómica de riqueza que no podrían gastar ni aunque viviesen mil años, pero en este mundo lo que consideramos utópico es proporcionarle una cantidad mínima al que lo necesita, pensando en que si a todos se les diera, nadie querría trabajar, como si el espíritu generalizado del individuo fuese la pereza y la nula aspiración vital.
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