Las palomas

Las palomas habían colonizado el parque y la zona de juegos infantiles estaba completamente vacía, aunque solo hubieran caído unas gotas de lluvia y ni siquiera se había mojado el asfalto.

A esta hora de la tarde, cuando la luz cambia y el sol juega a ocultarse y desvanecerse, me recreo contemplando el cortejo de las palomas que impúdicamente se exhiben ante cualquier curioso que se permita observarlas. Son más naturales que las personas, no se esconden, no fingen, carecen de la malicia que demuestra el ser humano para hacer una cosa y pretender otra; vuelan, se alimentan, aman y mueren en un ciclo vital obvio y natural.

En la ciudad proliferan estas aves hasta el punto de que caminan por la calle junto con los peatones sin inmutarse; la invasión es tal que molesta a las autoridades porque sus excrementos pueden transmitir enfermedades por inhalación de sus partículas una vez secas, además de causar problemas estructurales en los edificios. 

Con todo, a mí me gusta verlas porque es un acompañamiento más en las calles, y celebro escuchar sus arrullos desde casa o ver como acuden cuando llevo un pedazo de pan que les desmigo en el parque, antes de anochecer cuando apenas hay gente. Enseguida me rodean y tras ellas aparecen los gorriones, ávidos por participar en el festín. Creo que ya incluso me reconocen porque en algunas ocasiones se me acercan, aunque vaya a otra hora o no les lleve comida y entonces, observo a esas aves que se conforman tan solo con deambular un rato antes de emprender el vuelo y desaparecer.