LITERATURA
Libros que vuelan
Basta arrojarlo al aire, tal vez con una patada, como si fuese un balón de fútbol, y el libro se abre, tal vez revienta, con sus páginas abiertas, como alas impotentes de corto vuelto, que se agitan en breves espasmos manteniéndose un poco en el aire antes de caer desparramando sus contenidos por los suelos, poco importa que sea un volumen sacro, de pensamiento, de sueños, tal vez poético o fantástico... Quizás sea un texto que nos enseña la historia, lo pasado, que apenas leen los políticos, nuestros gobiernos, porque sus asesores son fundamentalmente amigotes de la mafia que pulula en torno al partido y tampoco leen; buena parte de ellos son simplemente necios, aprovechados, zorros que husmean en las alcantarillas de las estructuras democráticas, ratas...
La primavera trae a muchas ciudades el fruto de enormes esfuerzos, como son las letras o imágenes concentradas en los textos, el fundamento del conocimiento de nuestros tiempos, desde hace ya milenios, y esos millones de horas de estudio o pensamiento, concentradas en un pequeño formato de celulosa y tinta, se reúnen con el florido tiempo en torno a otro gran empeño, la feria del libro, en muchas ciudades y pueblos. Célebre concentración de autores en torno a las páginas que escribieron. La cultura sigue siendo demasiado importante. Si leyeran nuestros gobernantes sabrían que los conflictos armados siempre son descontrolados riesgos, que los comenzados, como la Primera Guerra Mundial, pensando que iba a durar unos días, pueden durar años, destruyendo de modo impensable lo construido durante siglos; habrían aprendido que solo acercarse a la confrontación armada produce unos desajustes que no compensan, casi nunca, a los pueblos... Pero son excesivamente necios.
Mis huellas por Dublín, cerca de la hermosa y colorida iglesia gótica de St. Kevin, donde rezan con fervor los católicos oratorianos también por nosotros, descubro The last bookshop: efectivamente, parece la última librería. En esa capital de las letras, donde está enterrado Swift y de la que surgió Oscar Wilde, mantienen todavía cerrado el Museo de la literatura; después de la pandemia no lo han abierto. Pasear por las laberínticas salas de su National Gallery, llena de estupendas obras, como las de Ucello, Mantegna, Perugino, Velázquez, Caravaggio, Poussin o Goya es fascinante, como hallar a la entrada la estatua en bronce del gran dramaturgo, Bernard Shaw, pues dejó parte de los derechos de su Pigmalion para ese museo... Generosidad hoy impensable, porque apenas servirían para comprar el pedestal, tanto ha caído la lectura y los beneficios de los autores, en general. Basta ir por el metro de cualquier gran ciudad, la mayoría juega con su teléfono móvil, vídeos, mensajes, raro es quien lee un libro, en formato electrónico o en papel. Las bibliotecas se vacían... Sin embargo, todavía sabemos que es fundamental mantener la llama, el vuelo del conocimiento.
Ilia Galán
Catedrático de Estética y Teoría de las Artes
Humanidades: Geografía, Historia y Arte
Universidad Carlos III de Madrid
Basta arrojarlo al aire, tal vez con una patada, como si fuese un balón de fútbol, y el libro se abre, tal vez revienta, con sus páginas abiertas, como alas impotentes de corto vuelto, que se agitan en breves espasmos manteniéndose un poco en el aire antes de caer desparramando sus contenidos por los suelos, poco importa que sea un volumen sacro, de pensamiento, de sueños, tal vez poético o fantástico... Quizás sea un texto que nos enseña la historia, lo pasado, que apenas leen los políticos, nuestros gobiernos, porque sus asesores son fundamentalmente amigotes de la mafia que pulula en torno al partido y tampoco leen; buena parte de ellos son simplemente necios, aprovechados, zorros que husmean en las alcantarillas de las estructuras democráticas, ratas...
La primavera trae a muchas ciudades el fruto de enormes esfuerzos, como son las letras o imágenes concentradas en los textos, el fundamento del conocimiento de nuestros tiempos, desde hace ya milenios, y esos millones de horas de estudio o pensamiento, concentradas en un pequeño formato de celulosa y tinta, se reúnen con el florido tiempo en torno a otro gran empeño, la feria del libro, en muchas ciudades y pueblos. Célebre concentración de autores en torno a las páginas que escribieron. La cultura sigue siendo demasiado importante. Si leyeran nuestros gobernantes sabrían que los conflictos armados siempre son descontrolados riesgos, que los comenzados, como la Primera Guerra Mundial, pensando que iba a durar unos días, pueden durar años, destruyendo de modo impensable lo construido durante siglos; habrían aprendido que solo acercarse a la confrontación armada produce unos desajustes que no compensan, casi nunca, a los pueblos... Pero son excesivamente necios.
Mis huellas por Dublín, cerca de la hermosa y colorida iglesia gótica de St. Kevin, donde rezan con fervor los católicos oratorianos también por nosotros, descubro The last bookshop: efectivamente, parece la última librería. En esa capital de las letras, donde está enterrado Swift y de la que surgió Oscar Wilde, mantienen todavía cerrado el Museo de la literatura; después de la pandemia no lo han abierto. Pasear por las laberínticas salas de su National Gallery, llena de estupendas obras, como las de Ucello, Mantegna, Perugino, Velázquez, Caravaggio, Poussin o Goya es fascinante, como hallar a la entrada la estatua en bronce del gran dramaturgo, Bernard Shaw, pues dejó parte de los derechos de su Pigmalion para ese museo... Generosidad hoy impensable, porque apenas servirían para comprar el pedestal, tanto ha caído la lectura y los beneficios de los autores, en general. Basta ir por el metro de cualquier gran ciudad, la mayoría juega con su teléfono móvil, vídeos, mensajes, raro es quien lee un libro, en formato electrónico o en papel. Las bibliotecas se vacían... Sin embargo, todavía sabemos que es fundamental mantener la llama, el vuelo del conocimiento.
Ilia Galán
Catedrático de Estética y Teoría de las Artes
Humanidades: Geografía, Historia y Arte
Universidad Carlos III de Madrid



















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