Eugenio-Jesús de Ávila
Sábado, 31 de Mayo de 2025
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA

Un casco antiguo, muy viejo, que clama una profunda renovación

Eugenio-Jesús de Ávila

 

El casco antiguo -vamos a escribir con propiedad-, mejor casco viejo, sigue degradándose. Las reformas de Vázquez lo dejaron más bonito, fue como un lifting multimillonario, porque llegó a Zamora muchísimo dinero de Europa, merced a un zamorano inolvidable: Folgado. Ahora bien, tantas obras escondieron la realidad. El zamorano miraba, pero no veía. No se profundizó en los trabajos de alcantarillado, porque se presuponía que apareciesen restos arqueológicos de importancia que paralizarían el proyecto. Y más que desarrollo en el párrafo que sigue.

 

En vez de cubrir todas las calles desde la Plaza Mayor a la Catedral con granito de Sayago, nuestro, propio, de 8 centímetros, se eligió granito chino de menos grosor, de solo 6; se colocaron cantos por doquier, superficies irregulares, que obligan al transeúnte a fijarse más en el suelo que en los edificios, por temor a tropezar, sufrir un esguince o caerse al suelo. Pero salía más barato. No obstante, hubo dinero suficiente. ¿En qué se gastó todo aquel montante?

 

Pasadas las décadas, esa zona noble de la ciudad se ha ido degradando, por razones obvias: tráfico de vehículos, erosión meteorológica, mala calidad de las losetas chinas…

 

La Rúa de los Notarios parece ya una vía de escarnios, con esa revuelta, que se intentó transformar, sin conseguirlo, al concluir la plaza de los Cientos; con fachadas de balcones colgantes, ya derribadas, casi como en Cuenca -permítaseme la ironía-, sin que hubiera amparo detrás; con el viejo convento, ya deshabitado, con el que la Iglesia no sabe, o no ha dicho, que quiere hacer; más ese convento de las Marinas, donde solo habita el tiempo, porque las monjitas clarisas se las llevaron a León.

 

Se exige ya, antes de concluya este mandato,  la redacción de  un 2º Plan del Casco  Antiguo, que se comprometa con un arranque de piedras y sustitución por granito; acuerdos con los propietarios de los solares, una de las horribles manchas y girones que luce esa parte de la ciudad en su traje de los domingos, con el objetivo de construir en esos terrenos viviendas sociales, con un modelo arquitectónico propio de ese recinto;  fuentes en el parque del Castillo, un auténtico secarral; mejor trato a la fortaleza medieval y una segunda restauración, tanto en su epidermis como en su interior; construir una escalera de piedra, artística, ornamental, para acceder a la plaza de la Catedral por el Portillo de la Lealtad o para descender hacia el Sillón de la Reina, que clama por una remodelación; estudio edafológico del sendero de Trascastillo, que sigue desprendiendo piedras y rocas de todo tamaño; la casona, esquinazo a la calle del Troncoso, que luce una techumbre que podría venirse abajo a no tardar, intentar negociar con su propietario para derribarla y ampliar el jardín; la tercera remodelación -¿definitiva?- de la plaza de San Martín, con excepción del parque infantil,  ya se ha realizado.

 

Y no me he olvidado de las murallas ni del Puente de Piedra. La restauración del muro defensivo medieval corresponde al Ministerio de Cultura, que ya está realizando las primeras labores al respecto.  Pero queda aún mucho recorrido. Y no se desean nuevas chapuzas en nuestro patrimonio monumental.

 

El viaducto románico se ha embellecido, se acerca a su génesis, merced a la gestión de Guarido, pero sigo pidiendo que se recuperen sus torres. Se conocen planos y fotografías. ¡Hágase!

 

Zamora ciudad, como su provincia, poseen una materia prima extraordinaria. La capital, con una excelente epidermis monumental: sus iglesias románicas, modernismo y eclecticismo; el recinto amurallado, el viaducto medieval, las aceñas, más las riberas del río y el bosque de Valorio. Pero la sensibilidad de nuestra historia de piedra merece mimo y cuidado continuo. Si pensamos que el turismo cultural podría rendir dividendo a nuestra depauperada economía, no queda otro remedio que proyectar ideas y dinero sobre el legado histórico de Zamora.

 

Hay que trabajar para que nuestra ciudad no mengue, no se depaupere, crezca, salga de su miseria económica y relance su herencia arquitectónica medieval.

 

Por cierto, antes de poner punto final a estas consideraciones, una más: cómo es posible que llevemos décadas con ese reloj incrustado en la torre de la Catedral, antiestético, impropio de sus siglos de vida románicos. Ahora, a no tardar, que encontrará accesibilidad, podría intentarse una transformación que haga honor al monumento y a Cronos.

 

 

 

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