TORMENTAS
Zamora, cuando la belleza se enamora de unas nubes violetas
Eugenio-Jesús de Ávila
Cuando la primavera se resiste al poderío de verano y lucha por su vida, las tormentas aparecen sobre los cielos con sus voces de truenos y alaridos con forma de relámpagos. La revolución toma la atmósfera, harta de tanta nube blanca, de un sol cursi, para que las almas sensibles encuentren la rima a las estrofas que escribe el poeta del éter con su tinta de lluvia y pluma de granizo.
Zamora, ayer, último día de mayo de 2025, contempló como las nubes grises conspiraban contra la dictadura de la primavera, hetera que se vendió al invierno por unas cuantas flores y un vestido verde botella. Y un hombre, a la búsqueda de la poesía perdida, captó esta imagen portentosa, donde una hermosa farola, a la espera de la luz que hace de la noche una madrugada lírica, miraba a esas nubes que jugaban a esconder a ese sol con querencia por irse a mojarse los pies amarillos al Atlántico luso.
Todavía un trocito de la tarta exhibía su color celeste antes de que las nubes violetas le arrancaran su protagonismo durante el ocaso. En nuestra ciudad, la del alma, todos los días se escriben poemas. Quizá sus gentes, tan acostumbradas a mirar al suelo que se olvidaron del cielo, se olviden de que hay tanta belleza por encima de sus cabezas que se morirán sin saber que vivieron. ¡Ay si Zamora recibiese la pasión que merece de sus hijos, que parecerían avergonzarse de sus atractivos, de sus labios románicos, de su cabello de río, de sus curvas de historia, de sus lealtades confundidas con felonía, ahora no seríamos la tierra más envejecida de lo que queda de España, la que menos actividad económica desarrolla, aquella en la que el tren pasa sin darse cuenta o nunca llega, como una estrella fugaz en el cielo helado del invierno!
Eugenio-Jesús de Ávila
Cuando la primavera se resiste al poderío de verano y lucha por su vida, las tormentas aparecen sobre los cielos con sus voces de truenos y alaridos con forma de relámpagos. La revolución toma la atmósfera, harta de tanta nube blanca, de un sol cursi, para que las almas sensibles encuentren la rima a las estrofas que escribe el poeta del éter con su tinta de lluvia y pluma de granizo.
Zamora, ayer, último día de mayo de 2025, contempló como las nubes grises conspiraban contra la dictadura de la primavera, hetera que se vendió al invierno por unas cuantas flores y un vestido verde botella. Y un hombre, a la búsqueda de la poesía perdida, captó esta imagen portentosa, donde una hermosa farola, a la espera de la luz que hace de la noche una madrugada lírica, miraba a esas nubes que jugaban a esconder a ese sol con querencia por irse a mojarse los pies amarillos al Atlántico luso.
Todavía un trocito de la tarta exhibía su color celeste antes de que las nubes violetas le arrancaran su protagonismo durante el ocaso. En nuestra ciudad, la del alma, todos los días se escriben poemas. Quizá sus gentes, tan acostumbradas a mirar al suelo que se olvidaron del cielo, se olviden de que hay tanta belleza por encima de sus cabezas que se morirán sin saber que vivieron. ¡Ay si Zamora recibiese la pasión que merece de sus hijos, que parecerían avergonzarse de sus atractivos, de sus labios románicos, de su cabello de río, de sus curvas de historia, de sus lealtades confundidas con felonía, ahora no seríamos la tierra más envejecida de lo que queda de España, la que menos actividad económica desarrolla, aquella en la que el tren pasa sin darse cuenta o nunca llega, como una estrella fugaz en el cielo helado del invierno!




















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