ZAMORANA
El taller de Emilia
Mª Soledad Martín Turiño
![[Img #99601]](https://eldiadezamora.es/upload/images/06_2025/2780_7411_1350_sol1.jpg)
Emilia se acostó temprano porque había tenido un día duro, demasiadas tareas para una persona que había dejado atrás la madurez y se veía inmersa en lo que eufemísticamente llamaban tercera edad.
La casa parecía abrazar su soledad y tenía tantos recuerdos en cada estancia, que nunca se sintió sola; allí estaban las fotografías de sus padres y de su marido ya fallecidos, y la de su único hijo que vivía en la otra parte del mundo y al que apenas veía en persona, solo a través de las videoconferencias, un sistema de comunicación por el que optó para saber de su madre y verse de vez en cuando, aunque fuera por tele-llamada.
Siempre había sido una mujer activa, y desde su jubilación residía en el pueblo, en la casa que fuera de sus padres. Allí continuó escribiendo para el periódico con el que colaboraba; puso en práctica un taller de reciclado que unió a las mujeres para hacer manualidades y cerámica a partir de productos sencillos: cartón, cristal, madera, cuero…; de este modo se entretenían y era una forma de socializar cada martes y jueves en el improvisado taller que antaño fue la casa del guardés. Le había llevado tiempo sacar de allí decenas de cajas y objetos inútiles apilados durante años, pintar los muros y comprar unos bancos de madera y una mesa grande. Luego adornó las paredes con dibujos que tenía guardados y el resultado le pareció muy acertado. Las mujeres empezaron a acudir tímidamente, pero pronto casi todas las del pueblo encontraron en aquella estancia un refugio para aprender, pero, sobre todo, para contar sus cosas, reír, charlar y pasar la tarde.
Transcurrieron los años y Castronuevo se fue vaciando: unos porque emigraron a otros lugares donde lograr mejor fortuna, otros porque fueron muriendo… el caso es que el pueblo no tenía nada que ver con la antigua villa donde las calles estaban siempre con gente, niños que jugaban y mujeres que iban o venían de la tienda. Al taller de Emilia ya solo iban tres o cuatro señoras, y todas mayores porque las jóvenes que todavía vivían en el pueblo estaban demasiado ocupadas ayudando con las tierras, cuidando el ganado y los hijos; aun así, el taller seguía abierto.
Emilia tuvo un accidente fortuito que le propició ingresar en el hospital durante dos semanas; cuando regresó al pueblo tenía que ayudarse de un bastón para caminar y no podía permanecer de pie porque las piernas no la sujetaban. Decidió hacer caso a su hermana y trasladarse a la ciudad para vivir con ella; así que, con gran pesar, cerró la casa y el taller y se fue a Zamora.
Un día recibió carta de una chica joven que había regresado al pueblo, era hija de unos vecinos, y le proponía reabrir el taller pagándole un modesto alquiler. Emilia vio el cielo abierto y le dio su aprobación inmediata. Pasó el tiempo; las mujeres que antes ayudaban a sus maridos en el campo de forma manual, dejaron de hacerlo al llegar la mecanización rural y optaron por ocupar dos tardes para reunirse en el taller, perpetuando la idea inicial de Emilia que fue todo un éxito en el pueblo durante muchos años.
![[Img #99601]](https://eldiadezamora.es/upload/images/06_2025/2780_7411_1350_sol1.jpg)
Emilia se acostó temprano porque había tenido un día duro, demasiadas tareas para una persona que había dejado atrás la madurez y se veía inmersa en lo que eufemísticamente llamaban tercera edad.
La casa parecía abrazar su soledad y tenía tantos recuerdos en cada estancia, que nunca se sintió sola; allí estaban las fotografías de sus padres y de su marido ya fallecidos, y la de su único hijo que vivía en la otra parte del mundo y al que apenas veía en persona, solo a través de las videoconferencias, un sistema de comunicación por el que optó para saber de su madre y verse de vez en cuando, aunque fuera por tele-llamada.
Siempre había sido una mujer activa, y desde su jubilación residía en el pueblo, en la casa que fuera de sus padres. Allí continuó escribiendo para el periódico con el que colaboraba; puso en práctica un taller de reciclado que unió a las mujeres para hacer manualidades y cerámica a partir de productos sencillos: cartón, cristal, madera, cuero…; de este modo se entretenían y era una forma de socializar cada martes y jueves en el improvisado taller que antaño fue la casa del guardés. Le había llevado tiempo sacar de allí decenas de cajas y objetos inútiles apilados durante años, pintar los muros y comprar unos bancos de madera y una mesa grande. Luego adornó las paredes con dibujos que tenía guardados y el resultado le pareció muy acertado. Las mujeres empezaron a acudir tímidamente, pero pronto casi todas las del pueblo encontraron en aquella estancia un refugio para aprender, pero, sobre todo, para contar sus cosas, reír, charlar y pasar la tarde.
Transcurrieron los años y Castronuevo se fue vaciando: unos porque emigraron a otros lugares donde lograr mejor fortuna, otros porque fueron muriendo… el caso es que el pueblo no tenía nada que ver con la antigua villa donde las calles estaban siempre con gente, niños que jugaban y mujeres que iban o venían de la tienda. Al taller de Emilia ya solo iban tres o cuatro señoras, y todas mayores porque las jóvenes que todavía vivían en el pueblo estaban demasiado ocupadas ayudando con las tierras, cuidando el ganado y los hijos; aun así, el taller seguía abierto.
Emilia tuvo un accidente fortuito que le propició ingresar en el hospital durante dos semanas; cuando regresó al pueblo tenía que ayudarse de un bastón para caminar y no podía permanecer de pie porque las piernas no la sujetaban. Decidió hacer caso a su hermana y trasladarse a la ciudad para vivir con ella; así que, con gran pesar, cerró la casa y el taller y se fue a Zamora.
Un día recibió carta de una chica joven que había regresado al pueblo, era hija de unos vecinos, y le proponía reabrir el taller pagándole un modesto alquiler. Emilia vio el cielo abierto y le dio su aprobación inmediata. Pasó el tiempo; las mujeres que antes ayudaban a sus maridos en el campo de forma manual, dejaron de hacerlo al llegar la mecanización rural y optaron por ocupar dos tardes para reunirse en el taller, perpetuando la idea inicial de Emilia que fue todo un éxito en el pueblo durante muchos años.




















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