
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Cuando yo me haya ido de la ciudad pretérita
Eugenio-Jesús de Ávila
No me queda mucho para partir, para convertirme en recuerdo, pero tan solo unos años entre la gente que me quiso. Y se quedará mi Zamora con sus cuitas eternas, con sus envidias y calumnias, pero también con la cúpula de su Catedral y su hermana la torre, que quizá entonces, cuando ya no esté, sea accesible a todo ciudadano, nacido en nuestro lar o allende de nuestras fronteras provinciales. Y, cuando sea polvo en el tiempo, los zamoranos serán los más ancianitos de una España confederal, mientras nuestra provincia jugará, como siempre, el rol de cenicienta de esta autonomía sin sentido.
Cuando sea memoria entre mi familia y amigos, quizá habrá un presidente de la Junta de Castilla y León nacido en Zamora y entonces nuestra tierra sea la princesa de esta doble región sin sentido, como carecen de razón el resto, si exceptuamos las narcisistas, las que se creen superiores. Podría ser que para aquel tiempo, se halla detenido la despoblación, jóvenes trabajen en empresas radicadas en nuestra ciudad y provincia y el casco histórico luzca con toda su potencia, tengamos un museo de Baltasar Lobo digno del genio de Cerecinos, un Castillo remozado, una Plaza Mayor más noble, una plaza de la Constitución con una fuente y un jardín, admirada por zamoranos y visitantes, unas murallas sin fisuras, sin desprendimientos, y un Puente de Piedra con sus dos torres, sus dos vanidades mirándose al Duero. Así, aunque nunca este cuerpo que soporta mi alma y languidece las cruces, los zamoranos que nazcan ahora conocerán la belleza de su viaducto medieval
Y, por qué no, cuando no quede de mí ni el recuerdo y mis amigos también hayan muerto, y mi prole, encanecido, un presidente de gobierno elegirá a un zamorano ilustre, profesional y preparado como ministro de Infraestructuras. Así, por fin, mis paisanos del futuro podrán visitar y disfrutar de la nación hermana lusa conduciendo su automóvil por una magnífica autovía que nos conducirá a Tras os Montes y a la hermosa Oporto desde nuestra capital. Y también ese ministro, como yo vengo pidiendo desde hace tiempo, abordará la transformación de la N-631 entre el cruce y la intersección, Mombuey, A-52, para que desde Madrid y el sur de la comunidad autónoma descubramos Galicia sin cruzar un puente tan arcaico como el de la Estrella o jugárnosla por una nacional del franquismo, la peor nacional de España, o sin tener que desviarse a Benavente.
Sé que mis lánguidos ojos no verán esos sueños, tan necesarios para mi tierra, transformados en realidad. Solo el futuro traerá a Zamora las autovías mencionadas, el patrimonio restaurado, una provincia más joven, una ciudad con más empresas y población, con un turismo cultural sincero, no de bocata de mejillones y Coca-Cola. Ojalá esos zamoranos recuerden que hubo una generación que escribió sobre nuestras carencias para que el poder político, el radicado en Valladolid y el de La Moncloa supiesen que Zamora también es España, quizá tanto como Cataluña o el País Vasco.
No me da la real gana que a Zamora se la siga conociendo la ciudad pretérita, si bien nuestra historia también deber ser arma de nuestro progreso.
Eugenio-Jesús de Ávila
Eugenio-Jesús de Ávila
No me queda mucho para partir, para convertirme en recuerdo, pero tan solo unos años entre la gente que me quiso. Y se quedará mi Zamora con sus cuitas eternas, con sus envidias y calumnias, pero también con la cúpula de su Catedral y su hermana la torre, que quizá entonces, cuando ya no esté, sea accesible a todo ciudadano, nacido en nuestro lar o allende de nuestras fronteras provinciales. Y, cuando sea polvo en el tiempo, los zamoranos serán los más ancianitos de una España confederal, mientras nuestra provincia jugará, como siempre, el rol de cenicienta de esta autonomía sin sentido.
Cuando sea memoria entre mi familia y amigos, quizá habrá un presidente de la Junta de Castilla y León nacido en Zamora y entonces nuestra tierra sea la princesa de esta doble región sin sentido, como carecen de razón el resto, si exceptuamos las narcisistas, las que se creen superiores. Podría ser que para aquel tiempo, se halla detenido la despoblación, jóvenes trabajen en empresas radicadas en nuestra ciudad y provincia y el casco histórico luzca con toda su potencia, tengamos un museo de Baltasar Lobo digno del genio de Cerecinos, un Castillo remozado, una Plaza Mayor más noble, una plaza de la Constitución con una fuente y un jardín, admirada por zamoranos y visitantes, unas murallas sin fisuras, sin desprendimientos, y un Puente de Piedra con sus dos torres, sus dos vanidades mirándose al Duero. Así, aunque nunca este cuerpo que soporta mi alma y languidece las cruces, los zamoranos que nazcan ahora conocerán la belleza de su viaducto medieval
Y, por qué no, cuando no quede de mí ni el recuerdo y mis amigos también hayan muerto, y mi prole, encanecido, un presidente de gobierno elegirá a un zamorano ilustre, profesional y preparado como ministro de Infraestructuras. Así, por fin, mis paisanos del futuro podrán visitar y disfrutar de la nación hermana lusa conduciendo su automóvil por una magnífica autovía que nos conducirá a Tras os Montes y a la hermosa Oporto desde nuestra capital. Y también ese ministro, como yo vengo pidiendo desde hace tiempo, abordará la transformación de la N-631 entre el cruce y la intersección, Mombuey, A-52, para que desde Madrid y el sur de la comunidad autónoma descubramos Galicia sin cruzar un puente tan arcaico como el de la Estrella o jugárnosla por una nacional del franquismo, la peor nacional de España, o sin tener que desviarse a Benavente.
Sé que mis lánguidos ojos no verán esos sueños, tan necesarios para mi tierra, transformados en realidad. Solo el futuro traerá a Zamora las autovías mencionadas, el patrimonio restaurado, una provincia más joven, una ciudad con más empresas y población, con un turismo cultural sincero, no de bocata de mejillones y Coca-Cola. Ojalá esos zamoranos recuerden que hubo una generación que escribió sobre nuestras carencias para que el poder político, el radicado en Valladolid y el de La Moncloa supiesen que Zamora también es España, quizá tanto como Cataluña o el País Vasco.
No me da la real gana que a Zamora se la siga conociendo la ciudad pretérita, si bien nuestra historia también deber ser arma de nuestro progreso.
Eugenio-Jesús de Ávila
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