COSAS PROPIAS
La Rúa del Troncoso o la calle de los besos perdidos
Eugenio-Jesús de Ávila
Si entras en la calle del Troncoso, acompañado por una dama que te atrae tanto por lo que exhibe como lo que oculta, por su alma y por su cuerpo, por ese equilibrio que muestra entre seso y sexo, cuando terminas de atravesarla, saldrás ya enamorado perdidamente. Para mí, el Troncoso es la Rúa de la Pasión. No hay espacio más romántico es nuestra ciudad del Romancero para besar por primera vez a una mujer y, cuando pase el tiempo, también para dar la última caricia, pronunciar la última palabra y el adiós postrero.
Sí, esta calle con carne de dura piedra y un techo de cielo, con lluvia, sol o niebla, el néctar del espíritu emana desde lo más profundo de tu ser. Y si te hallas tan cerca de una hija de Venus que escuchas su respiración y sientes el sístole diástole de tu corazón, el volcán de tu esencia erupciona para expulsar toda la lava del del delirio, las fumarolas del deseo, el cráter por el que alcanza el firmamento erótico la lujuria escondida en el magma de tus entrañas.
Cuando miras a los ojos, mientras paseas, de noche, con la luna vigilando el titilar de las estrellas, a la mujer que te ha arrebatado el alma, se diría que el tiempo se detiene, como si Cronos ordenase que la besaras, que humedecieras sus labios, que acariciases y esculpieses con tu lengua cada palabra de amor para colocarla el sensual jardín de su boca.
Si has perdido tus besos, aquellos que nunca encontraron unos hermosos labios femeninos en tú tránsito erótico por la vida, búscalos en la Rúa de las Pasiones, porque, quizá, allí, a la sombra de los verbos, murieron de desamor entre esos dos muros de las lamentaciones eróticas que conforman ese apasionado espacio de la Zamora más tierna, sensible y lírica, una noche de otoño cuando las hojas secas, escuchando al viento, recordaban, con melancolía, los trinos de los ruiseñores en primavera.
Eugenio-Jesús de Ávila
Si entras en la calle del Troncoso, acompañado por una dama que te atrae tanto por lo que exhibe como lo que oculta, por su alma y por su cuerpo, por ese equilibrio que muestra entre seso y sexo, cuando terminas de atravesarla, saldrás ya enamorado perdidamente. Para mí, el Troncoso es la Rúa de la Pasión. No hay espacio más romántico es nuestra ciudad del Romancero para besar por primera vez a una mujer y, cuando pase el tiempo, también para dar la última caricia, pronunciar la última palabra y el adiós postrero.
Sí, esta calle con carne de dura piedra y un techo de cielo, con lluvia, sol o niebla, el néctar del espíritu emana desde lo más profundo de tu ser. Y si te hallas tan cerca de una hija de Venus que escuchas su respiración y sientes el sístole diástole de tu corazón, el volcán de tu esencia erupciona para expulsar toda la lava del del delirio, las fumarolas del deseo, el cráter por el que alcanza el firmamento erótico la lujuria escondida en el magma de tus entrañas.
Cuando miras a los ojos, mientras paseas, de noche, con la luna vigilando el titilar de las estrellas, a la mujer que te ha arrebatado el alma, se diría que el tiempo se detiene, como si Cronos ordenase que la besaras, que humedecieras sus labios, que acariciases y esculpieses con tu lengua cada palabra de amor para colocarla el sensual jardín de su boca.
Si has perdido tus besos, aquellos que nunca encontraron unos hermosos labios femeninos en tú tránsito erótico por la vida, búscalos en la Rúa de las Pasiones, porque, quizá, allí, a la sombra de los verbos, murieron de desamor entre esos dos muros de las lamentaciones eróticas que conforman ese apasionado espacio de la Zamora más tierna, sensible y lírica, una noche de otoño cuando las hojas secas, escuchando al viento, recordaban, con melancolía, los trinos de los ruiseñores en primavera.




















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