COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
El ocaso de Zamora: política, prensa y pueblo
Eugenio-Jesús de Ávila
No sé si los zamoranos se han preguntado por qué su provincia ocupa la última posición en actividad económica; por qué sus comarcas acabaron convertidas en desiertos demográficos; por qué sus jóvenes se van para no regresar jamás; por qué su sector primario late casi sin vida, con tierras que ya no se cultivan por falta de labradores, con miles de establos cerrados; por qué no nacen niños, por qué nos hemos hecho tan ancianos, por qué apenas sonreímos, por qué Zamora se halla en coma inducido.
Esta provincia y sus principales ciudades, Zamora, Benavente y Toro, comenzaron su cuesta abajo en la rodada cuando el felipismo apostó por las desinversiones del Estado en la capital y la provincia; políticas muy poco socialistas: cierre de líneas férreas, Universidad Laboral, traslado del Regimiento Toledo, más una profunda reconversión agroganadera, que, poco a poco, descapitalizó el campo. Después, los sucesivos gobiernos, tanto del PP como del PSOE, se cruzaron de brazos. Solo se realizaron inversiones estatales por inercia: último tramo de la Ruta de la Plata, entre Zamora y Benavente; transformación de autovía entre la capital y Tordesillas, y el AVE. Nuestros políticos, los de Zamora y algún que otro paracaidista, prefirieron servir a sus partidos antes que al pueblo.
Los zamoranos, timoratos, pusilánimes, cándidos, desinformados, tampoco movieron un dedo por detener ese tren, el que viajaban, rumbo al abismo económico y demográfico. Votaron y volvieron a votar. Casi siempre lo mismo. Creían, aunque no tuvieran fe, en los políticos. Su apatía antropológica provoca que las formaciones políticas les engañen elección tras elección. ¡Qué piensen ellos!
Todos somos culpables -mi incluyo como zamorano y periodista- de esta deriva de nuestra tierra hasta su colapso económico. Hay una jerarquía de la decadencia de Zamora. Existen unos reos de nuestro ocaso. Arriba, en la cúspide la casta política, en léxico de Pablo Iglesias, con vergonzantes actuaciones de los políticos zamoranos, que eligieron continuar en el cargo antes que desafiar y criticar las acciones de sus partidos, de sus jefes, perjudiciales para la gran mayoría que zamoranos que los votaron.
Cómplices necesarios, los medios de comunicación, locales o con capital foráneo, porque confundieron periodismo con cobismo. Se olvidaron de la crítica al poder para loarlo. Si no se arrodillaban ante las instituciones públicas, se acaba el chollo de la publicidad. Las subvenciones, en cualquiera de sus acepciones, convierten a quienes las reciben en súbditos, lacayos, nada.
Y, en la escala más baja de la responsabilidad de este declive de Zamora, su gente, nosotros, los zamoranos. Destacamos por nuestra cobardía, falta de ambición, silencio masoquista, entrega y rendición ante el fuerte; linchamiento del débil, felonía y viriatismo. Hemos premiado a los canallas y condenado al ostracismo a los bizarros, gallardos y bravos. Condecoramos la mediocridad y expulsamos el talento. Los zamoranos no hemos sido vencidos, porque nunca luchamos. Solo somos cobardes y desertores. Zamora se muere. No estaré en sus exequias. No me quedan lágrimas que llorar. No hice cuanto pude. Soy uno más, un hijo que apenas combatió por el futuro de nuestra tierra. “Requiescat in pace”.
Eugenio-Jesús de Ávila
No sé si los zamoranos se han preguntado por qué su provincia ocupa la última posición en actividad económica; por qué sus comarcas acabaron convertidas en desiertos demográficos; por qué sus jóvenes se van para no regresar jamás; por qué su sector primario late casi sin vida, con tierras que ya no se cultivan por falta de labradores, con miles de establos cerrados; por qué no nacen niños, por qué nos hemos hecho tan ancianos, por qué apenas sonreímos, por qué Zamora se halla en coma inducido.
Esta provincia y sus principales ciudades, Zamora, Benavente y Toro, comenzaron su cuesta abajo en la rodada cuando el felipismo apostó por las desinversiones del Estado en la capital y la provincia; políticas muy poco socialistas: cierre de líneas férreas, Universidad Laboral, traslado del Regimiento Toledo, más una profunda reconversión agroganadera, que, poco a poco, descapitalizó el campo. Después, los sucesivos gobiernos, tanto del PP como del PSOE, se cruzaron de brazos. Solo se realizaron inversiones estatales por inercia: último tramo de la Ruta de la Plata, entre Zamora y Benavente; transformación de autovía entre la capital y Tordesillas, y el AVE. Nuestros políticos, los de Zamora y algún que otro paracaidista, prefirieron servir a sus partidos antes que al pueblo.
Los zamoranos, timoratos, pusilánimes, cándidos, desinformados, tampoco movieron un dedo por detener ese tren, el que viajaban, rumbo al abismo económico y demográfico. Votaron y volvieron a votar. Casi siempre lo mismo. Creían, aunque no tuvieran fe, en los políticos. Su apatía antropológica provoca que las formaciones políticas les engañen elección tras elección. ¡Qué piensen ellos!
Todos somos culpables -mi incluyo como zamorano y periodista- de esta deriva de nuestra tierra hasta su colapso económico. Hay una jerarquía de la decadencia de Zamora. Existen unos reos de nuestro ocaso. Arriba, en la cúspide la casta política, en léxico de Pablo Iglesias, con vergonzantes actuaciones de los políticos zamoranos, que eligieron continuar en el cargo antes que desafiar y criticar las acciones de sus partidos, de sus jefes, perjudiciales para la gran mayoría que zamoranos que los votaron.
Cómplices necesarios, los medios de comunicación, locales o con capital foráneo, porque confundieron periodismo con cobismo. Se olvidaron de la crítica al poder para loarlo. Si no se arrodillaban ante las instituciones públicas, se acaba el chollo de la publicidad. Las subvenciones, en cualquiera de sus acepciones, convierten a quienes las reciben en súbditos, lacayos, nada.
Y, en la escala más baja de la responsabilidad de este declive de Zamora, su gente, nosotros, los zamoranos. Destacamos por nuestra cobardía, falta de ambición, silencio masoquista, entrega y rendición ante el fuerte; linchamiento del débil, felonía y viriatismo. Hemos premiado a los canallas y condenado al ostracismo a los bizarros, gallardos y bravos. Condecoramos la mediocridad y expulsamos el talento. Los zamoranos no hemos sido vencidos, porque nunca luchamos. Solo somos cobardes y desertores. Zamora se muere. No estaré en sus exequias. No me quedan lágrimas que llorar. No hice cuanto pude. Soy uno más, un hijo que apenas combatió por el futuro de nuestra tierra. “Requiescat in pace”.
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