SAN JUAN
El cubata aguado de San Juan
Crónica de una noche de fiesta, lluvia y contradicciones en Zamora
Como ya se ha vuelto tradición en Zamora, la noche de San Juan volvió a celebrarse con un gran evento central que ha acabado por sustituir aquellas pequeñas hogueras de barrio que antaño ardían en solares y descampados. Aquellas fogatas improvisadas servían para deshacerse de trastos viejos y daban pie a una suerte de competición vecinal entre los chavales, que se esmeraban en reunir más leña que los del portal de al lado para ver quién lograba la hoguera más grande.
Pero los tiempos cambian. Hoy lo que se lleva es la música alta, el vaso en la mano y el ambiente de festival. Pan y circo, que no falte, con el Ayuntamiento poniendo escenario, baños portátiles y poco más. En medio de todo ello, una pequeña hoguera,más simbólica que funcional, hacía acto de presencia como guiño nostálgico a la tradición.
Peñas, cuadrillas y todo aquel con ganas de pasarlo bien acudió a disfrutar de una velada animada. El cielo amenazaba con lluvia, pero las primeras gotas casi se agradecieron. ¿Quién dijo miedo? A pesar de que no había ningún espacio cubierto o carpa para refugiarse, los asistentes aguantaron. La lluvia, por momentos, parecía incluso animar el ambiente.
Con cubatas generosos en alcohol, algún toque de limón o cola, y el hielo olvidado por quien debía haberlo traído, la noche avanzaba entre risas y música. Los bares de la avenida Obispo Acuña servían sin descanso, con las barras volcadas hacia la calle, porque el público lo exigía así.
Aunque se instalaron baños portátiles, muchos optaron por lo de siempre, buscar un rincón oscuro en la orilla del río para “dejar su huella”. El hedor, perceptible ya al amanecer, promete acompañar durante días a quienes paseen por la zona. Una estampa que, lamentablemente, empieza a formar parte de la nueva tradición.
No todos, sin embargo, compartían el entusiasmo. El ruido se colaba por las ventanas, y, como si fuera el reloj de la Cenicienta, un aguacero inesperado a las dos de la madrugada puso fin al espectáculo. La música se apagó, el escenario se vació, y mientras unos corrían a casa, otros tomaban rumbo a la carretera de Villalpando, como si fuera un sábado cualquiera.
Y se acabó. Quedan los restos habituales: bolsas, botellas, vasos de plástico… y el recuerdo. La próxima cita será, como dicta el calendario, en San Julián del Mercado. Los que acudan, que recen para que no llueva; y los vecinos, que recen justo para lo contrario… aunque solo sea para poder dormir. Que al día siguiente, como siempre, se madruga.
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Como ya se ha vuelto tradición en Zamora, la noche de San Juan volvió a celebrarse con un gran evento central que ha acabado por sustituir aquellas pequeñas hogueras de barrio que antaño ardían en solares y descampados. Aquellas fogatas improvisadas servían para deshacerse de trastos viejos y daban pie a una suerte de competición vecinal entre los chavales, que se esmeraban en reunir más leña que los del portal de al lado para ver quién lograba la hoguera más grande.
Pero los tiempos cambian. Hoy lo que se lleva es la música alta, el vaso en la mano y el ambiente de festival. Pan y circo, que no falte, con el Ayuntamiento poniendo escenario, baños portátiles y poco más. En medio de todo ello, una pequeña hoguera,más simbólica que funcional, hacía acto de presencia como guiño nostálgico a la tradición.
Peñas, cuadrillas y todo aquel con ganas de pasarlo bien acudió a disfrutar de una velada animada. El cielo amenazaba con lluvia, pero las primeras gotas casi se agradecieron. ¿Quién dijo miedo? A pesar de que no había ningún espacio cubierto o carpa para refugiarse, los asistentes aguantaron. La lluvia, por momentos, parecía incluso animar el ambiente.
Con cubatas generosos en alcohol, algún toque de limón o cola, y el hielo olvidado por quien debía haberlo traído, la noche avanzaba entre risas y música. Los bares de la avenida Obispo Acuña servían sin descanso, con las barras volcadas hacia la calle, porque el público lo exigía así.
Aunque se instalaron baños portátiles, muchos optaron por lo de siempre, buscar un rincón oscuro en la orilla del río para “dejar su huella”. El hedor, perceptible ya al amanecer, promete acompañar durante días a quienes paseen por la zona. Una estampa que, lamentablemente, empieza a formar parte de la nueva tradición.
No todos, sin embargo, compartían el entusiasmo. El ruido se colaba por las ventanas, y, como si fuera el reloj de la Cenicienta, un aguacero inesperado a las dos de la madrugada puso fin al espectáculo. La música se apagó, el escenario se vació, y mientras unos corrían a casa, otros tomaban rumbo a la carretera de Villalpando, como si fuera un sábado cualquiera.
Y se acabó. Quedan los restos habituales: bolsas, botellas, vasos de plástico… y el recuerdo. La próxima cita será, como dicta el calendario, en San Julián del Mercado. Los que acudan, que recen para que no llueva; y los vecinos, que recen justo para lo contrario… aunque solo sea para poder dormir. Que al día siguiente, como siempre, se madruga.




















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