DENUNCIA
El problema de las moreras en la ciudad
De sombra agradecida a molestia persistente: las moras manchan calles, coches
y acaban dentro de las casas
Siempre se ha dicho que “la mancha de una mora, con otra verde se quita”. Pero conviene advertir, en tono jocoso y por si acaso: ¡no lo intente en casa! Porque este refrán no se refiere al fruto del árbol, sino al del corazón; es, más bien, una metáfora amorosa —el nuevo amor cura al viejo— y no una receta de limpieza urbana. Así que nada de frotar con una mora verde para quitar la mancha: no funciona.
Y de manchas de mora saben bien los vecinos de barrios como San José Obrero o la carretera de La Hiniesta, donde, cada verano, las aceras se convierten en un mosaico pegajoso, negro y resbaladizo. Las moreras, plantadas en hilera por toda la ciudad, ofrecen sombra, sí, pero también una temporada entera de incomodidad y suciedad.
El fruto cae, se pisa, se aplasta, y el resultado es una pasta difícil de eliminar, incluso con agua a presión. La simple escoba no sirve. Las manchas se incrustan en el pavimento y, además, se adhieren al calzado, lo que convierte a cada peatón en un vehículo de reparto de mora: las manchas entran en los portales, se arrastran por las escaleras y acaban dentro de las viviendas, dejando rastro en suelos, alfombras y tiendas.
Tampoco se libran los coches aparcados bajo estos árboles: la fruta madura y fermentada cae sobre capós, lunas y techos, mezclándose con hojas, savia y los inevitables restos de aves, atraídas por el festín.
¿Solución? Algunos dicen: “Aparquen en otro sitio”. Pero, en muchos barrios, no hay dónde.
Vecinos hartos del problema reclaman una intervención municipal seria. No basta con el barrido rutinario: las manchas permanecen durante semanas, generan malos olores y afean los espacios públicos. En algunas ciudades ya se han tomado medidas: campañas de limpieza intensiva o, directamente, la sustitución progresiva de la especie por árboles de sombra menos problemáticos.
Si el Ayuntamiento de Zamora decide mantener las moreras en zonas residenciales, también debe hacerse cargo de las consecuencias. La naturaleza es bienvenida en la ciudad, pero no a costa de entrar en casa por la suela del zapato.
Porque una cosa es dar sombra y otra, dejar rastro.
y acaban dentro de las casas
Siempre se ha dicho que “la mancha de una mora, con otra verde se quita”. Pero conviene advertir, en tono jocoso y por si acaso: ¡no lo intente en casa! Porque este refrán no se refiere al fruto del árbol, sino al del corazón; es, más bien, una metáfora amorosa —el nuevo amor cura al viejo— y no una receta de limpieza urbana. Así que nada de frotar con una mora verde para quitar la mancha: no funciona.
Y de manchas de mora saben bien los vecinos de barrios como San José Obrero o la carretera de La Hiniesta, donde, cada verano, las aceras se convierten en un mosaico pegajoso, negro y resbaladizo. Las moreras, plantadas en hilera por toda la ciudad, ofrecen sombra, sí, pero también una temporada entera de incomodidad y suciedad.
El fruto cae, se pisa, se aplasta, y el resultado es una pasta difícil de eliminar, incluso con agua a presión. La simple escoba no sirve. Las manchas se incrustan en el pavimento y, además, se adhieren al calzado, lo que convierte a cada peatón en un vehículo de reparto de mora: las manchas entran en los portales, se arrastran por las escaleras y acaban dentro de las viviendas, dejando rastro en suelos, alfombras y tiendas.
Tampoco se libran los coches aparcados bajo estos árboles: la fruta madura y fermentada cae sobre capós, lunas y techos, mezclándose con hojas, savia y los inevitables restos de aves, atraídas por el festín.
¿Solución? Algunos dicen: “Aparquen en otro sitio”. Pero, en muchos barrios, no hay dónde.
Vecinos hartos del problema reclaman una intervención municipal seria. No basta con el barrido rutinario: las manchas permanecen durante semanas, generan malos olores y afean los espacios públicos. En algunas ciudades ya se han tomado medidas: campañas de limpieza intensiva o, directamente, la sustitución progresiva de la especie por árboles de sombra menos problemáticos.
Si el Ayuntamiento de Zamora decide mantener las moreras en zonas residenciales, también debe hacerse cargo de las consecuencias. La naturaleza es bienvenida en la ciudad, pero no a costa de entrar en casa por la suela del zapato.
Porque una cosa es dar sombra y otra, dejar rastro.




















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