ZAMORANA
Reflexiones estivales
El verano resulta un periodo extraño para aquellos que no lo disfrutan en forma de vacaciones, para quienes siguen con su rutina como si fuera otro mes del calendario, días que se suceden sin pena ni gloria, hojas a arrancar del almanaque sin que se les haya sacado jugo, retazos de vida que se restan del total que nos queda.
Cada verano la televisión nos ofrece la estampa estival de gente en playas atiborradas de cuerpos desnudos y sin complejos, niños que salpican arena y personas que dicen disfrutar y lo hacen junto al mar, comiendo en el chiringuito y bebiendo con inusitado placer. No sé si creerlos, porque esas son unas vacaciones en manada, sin intimidad, donde hay que guardar fila hasta para ir al baño; reconozco que prefiero la libertad que se da la mano con el retiro para ver un amanecer, gozar de un paisaje o deleitarse con un monumento. La playa me gusta cuando cae la tarde y solo hay paseantes de orilla, y algunos bañistas que no molestan.
Conozco gente que alquila un apartamento de cuatro o seis plazas y se mete toda la familia para aprovecharlo, hacinándose en camas abatibles y sofás; compartiendo varios un solo baño, sin aparentes comodidades, aunque vuelvan diciendo lo bien que se lo pasaron en aquella estancia.
En verano hay para todos los gustos, porque lo importante es salir, relajarse y olvidar los problemas que esperan a la vuelta. Desde luego es una forma de ver la vida, haciendo bueno el “carpe diem” de Horacio; se vive a tope y luego se afrontará lo que venga; o el conflicto renacentista representado por Don Carnal y Doña Cuaresma: primero se goza y se festeja para después llegar a la austeridad y la penitencia.
En estos tiempos que vivimos, los políticos de turno nos exhortan a trabajar menos, nunca rindiendo más, precisamente en un país como España con escasos recursos propios que no sean el sol y los turistas, que necesitaría de muchas manos y no pocas mentes para producir o innovar pero, sobre todo, se debería tener conciencia de que el trabajo es también un derecho recogido en el Artículo 35 de la Constitución Española, además de un don necesario que contribuye a hacernos personas, a ayudar a la comunidad, o a ganarnos un sueldo dignamente; pero en lugar de pensar así, apena comprobar que muchos jóvenes se conforman, no aspiran a nada que suponga mayor esfuerzo, ayudados por las “paguitas” o los “bonos culturales” de un gobierno que pretende así comprar voluntades en determinados sectores sociales para que se conviertan en estómagos agradecidos y les voten dócilmente.
Así las cosas, se comprende esa necesidad de la gente por vacacionar y el desánimo que les supone regresar al trabajo a la vuelta de vacaciones.
Mª Soledad Martín Turiño
El verano resulta un periodo extraño para aquellos que no lo disfrutan en forma de vacaciones, para quienes siguen con su rutina como si fuera otro mes del calendario, días que se suceden sin pena ni gloria, hojas a arrancar del almanaque sin que se les haya sacado jugo, retazos de vida que se restan del total que nos queda.
Cada verano la televisión nos ofrece la estampa estival de gente en playas atiborradas de cuerpos desnudos y sin complejos, niños que salpican arena y personas que dicen disfrutar y lo hacen junto al mar, comiendo en el chiringuito y bebiendo con inusitado placer. No sé si creerlos, porque esas son unas vacaciones en manada, sin intimidad, donde hay que guardar fila hasta para ir al baño; reconozco que prefiero la libertad que se da la mano con el retiro para ver un amanecer, gozar de un paisaje o deleitarse con un monumento. La playa me gusta cuando cae la tarde y solo hay paseantes de orilla, y algunos bañistas que no molestan.
Conozco gente que alquila un apartamento de cuatro o seis plazas y se mete toda la familia para aprovecharlo, hacinándose en camas abatibles y sofás; compartiendo varios un solo baño, sin aparentes comodidades, aunque vuelvan diciendo lo bien que se lo pasaron en aquella estancia.
En verano hay para todos los gustos, porque lo importante es salir, relajarse y olvidar los problemas que esperan a la vuelta. Desde luego es una forma de ver la vida, haciendo bueno el “carpe diem” de Horacio; se vive a tope y luego se afrontará lo que venga; o el conflicto renacentista representado por Don Carnal y Doña Cuaresma: primero se goza y se festeja para después llegar a la austeridad y la penitencia.
En estos tiempos que vivimos, los políticos de turno nos exhortan a trabajar menos, nunca rindiendo más, precisamente en un país como España con escasos recursos propios que no sean el sol y los turistas, que necesitaría de muchas manos y no pocas mentes para producir o innovar pero, sobre todo, se debería tener conciencia de que el trabajo es también un derecho recogido en el Artículo 35 de la Constitución Española, además de un don necesario que contribuye a hacernos personas, a ayudar a la comunidad, o a ganarnos un sueldo dignamente; pero en lugar de pensar así, apena comprobar que muchos jóvenes se conforman, no aspiran a nada que suponga mayor esfuerzo, ayudados por las “paguitas” o los “bonos culturales” de un gobierno que pretende así comprar voluntades en determinados sectores sociales para que se conviertan en estómagos agradecidos y les voten dócilmente.
Así las cosas, se comprende esa necesidad de la gente por vacacionar y el desánimo que les supone regresar al trabajo a la vuelta de vacaciones.
Mª Soledad Martín Turiño
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