La paloma, el maestro, el alumno y la fuente

Eugenio-Jesús de Ávila

La plaza del Maestro me parece una de las más coquetas de Zamora. Una magnífica escultura, quizá la más profunda de Hipólito Pérez Calvo, realizada en el ya lejano 1972, preside esa ágora. Una magnífica fuente, de las más logradas de nuestra ciudad, embellece más la obra del escultor.

 Circundada por árboles de distintos géneros y jardinillos, ese espacio urbano se ha convertido en apetecible para descansar de la vida en cualquiera de sus bancos de madera o restaurar los cuerpos en las terrazas que allí se ubican. Pero no quiero glosar la excelencia de vinos de Toro, ni las refrescantes cañas, ni de las viandas que las cocineras preparan para los paladares más exquisitos, sino escribir de esos instantes líricos que nos depara la vida. Verbigracia. Cuando el ocaso de unos de estos días de julio se apoderaba del cielo, una paloma se posaba en el dedo anular de la escultura del maestro, dibujando un momento especial: hice propios los versos que escribió la columba buscando la rima en la obra de arte del gran escultor zamorano. La cámara de mi móvil captó ese instante que registrará mi memoria hasta las parcas me vengan a buscar. Porque la vida, más en Zamora, todos los días escribe poemas que no todos saben apreciar ni leer. Yo sé que el agua de esa fontana ha servido para escribir apasionados versos de amor.

Los docentes nos enseñan, cultivan nuestras mentes, nos abren los ojos del alma para que, cuando seamos adultos, no nos engañen los políticos con sus mentiras, palabras huecas, promesas vacías, cuentos ridículos. Alguno de mis profesores, cuando yo era como el niño de la obra de Pérez Calvo, me mostró el secreto de la poesía para que aprendiese a amar la belleza de la vida.