
COSAS MÍAS
El río que nos une a Portugal
Eugenio-Jesús de Ávila
El Duero, río que llora lágrimas secas, tiene sed de gentes, de ojos que lo miren, de manos que lo acaricien, de lágrimas que recoger. Este hombre de agua que es el río duradero, que pasa, pero siempre está, unas veces enseñando su portentosa musculatura, en ocasiones, delgadito, tanto que se le notan los huesos del cauce, se extrañaba de que los zamoranos no bajáramos a oler su último perfume, a comprobar como juegan con su piel los gansos y los patos, a ver cómo debate con todos sus puentes, en tertulia de agua y hierro, de agua y piedra, de agua y tiempo, sobre lo que será de ellos cuando se muera la pandemia vírica y acontezca la económica.
Este río piensa mucho en nosotros que somos sus hijos de carne y de agua. Y teme que, en el futuro, nadie baje a consolarle, porque muchos de nosotros nos iremos o nos moriremos. Y si no hay nada que ver, dejará de pasar por aquí. Aunque sabe que la Catedral y sus hijas, la torre y la cúpula, siempre festejarán su eterno discurrir por la ciudad del Romancero, la ciudad pretérita, la ciudad de piedra, a la que, desde hace siglos, viene calmando su sed de justicia, su sed de ser, su sed de alma.
El Duero es agua, agua que piensa, que sufre, que llora, que ríe, que aman, que nos une a Portugal, a Tras os Montes y Oporto. No es el río que nos separa, el que levanta frontera con los hermanos lusos. Los zamoranos dejamos que siga su curso, porque sabemos que en la tierra de Pessoa lo tratarán con educación, con lirismo y elegancia.
Eugenio-Jesús de Ávila
El Duero, río que llora lágrimas secas, tiene sed de gentes, de ojos que lo miren, de manos que lo acaricien, de lágrimas que recoger. Este hombre de agua que es el río duradero, que pasa, pero siempre está, unas veces enseñando su portentosa musculatura, en ocasiones, delgadito, tanto que se le notan los huesos del cauce, se extrañaba de que los zamoranos no bajáramos a oler su último perfume, a comprobar como juegan con su piel los gansos y los patos, a ver cómo debate con todos sus puentes, en tertulia de agua y hierro, de agua y piedra, de agua y tiempo, sobre lo que será de ellos cuando se muera la pandemia vírica y acontezca la económica.
Este río piensa mucho en nosotros que somos sus hijos de carne y de agua. Y teme que, en el futuro, nadie baje a consolarle, porque muchos de nosotros nos iremos o nos moriremos. Y si no hay nada que ver, dejará de pasar por aquí. Aunque sabe que la Catedral y sus hijas, la torre y la cúpula, siempre festejarán su eterno discurrir por la ciudad del Romancero, la ciudad pretérita, la ciudad de piedra, a la que, desde hace siglos, viene calmando su sed de justicia, su sed de ser, su sed de alma.
El Duero es agua, agua que piensa, que sufre, que llora, que ríe, que aman, que nos une a Portugal, a Tras os Montes y Oporto. No es el río que nos separa, el que levanta frontera con los hermanos lusos. Los zamoranos dejamos que siga su curso, porque sabemos que en la tierra de Pessoa lo tratarán con educación, con lirismo y elegancia.
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