COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
La ciudad que fue y quería ser
Eugenio-Jesús de Ávila
Soy un fue, un es cansado, como escribió Quevedo de sí mismo, y un será. No obstante, nunca conjugo verbo alguno en futuro, porque no depende de mí. Zamora es un poco como un servidor: una ciudad que tuvo un pasado, que alcanzó su fama en el medioevo y quizá también en el barroco. Ahora existe, es, cierto, pero languidece económicamente mientras padece una enorme hemorragia de población. Los jóvenes se van cuando acaban sus carreras e incluso aquellos que prefirieron formarse en otro tipo de profesiones no universitarias preparan su marcha, porque aquí tampoco se sabe conjugar el futuro.
Los que elegimos quedarnos aquí, cuando ya no tenemos nada que hacer porque lo dimos todo y vivimos en el júbilo, recordamos otra Zamora, más pujante, con más gente, con comercios, extraordinarios, de alcance regional; con un par de fábricas zamoranas en las que trabajaban cientos de los nuestros, un complejo ferroviarios con casi mil operarios de Renfe que vivían en nuestra ciudad; otro millar de soldados y cientos de militares profesionales; Iberduero, con oficinas que albergaban a decenas de personas; la Universidad Laboral, la Prisión Provincial y un sector primario que todavía agarraba a la gente a la tierra. Todo se fue diluyendo, sin que los zamoranos lo percibiéramos. Se nos fue aquella Zamora como se nos escapó la juventud sin darnos cuenta.
Todavía hay señas de identidad que nos caracterizan, que nos definen: una Semana Santa que dejó de ser religiosa para convertirse en un fenómeno social digno de ser analizado para escribir una tesis doctoral; el río Duero, el muy osado, sigue acariciando nuestras riberas, casi sin darnos cuenta, porque ha tiempo que no se enoja; el románico, gracias a la gestión de Rosa Valdeón recobró el color de sus sillares, la luz en sus torres, la decencia en sus tejados. Ahora el ejecutivo, a través del Ministerio de Cultura, a quién corresponde, restaura lo que dio fama a Zamora en tiempos medievales, el recinto amurallado. Las nieblas nos siguen amando en los meses del otoño tardío y el invierno tierno. El sol nos cuece a fuego lento en verano y…poco más, que cada vez somos menos, que ahora va a ser cierto que nos conocemos todos. Pero sin gente no hay sociedad, ni comercio, ni movimiento, ni vida.
No quiero conjugar verbo alguno en futuro, como expresé al inicio de este artículo. Pero reclamo un presente rebelde, inconformista y audaz. No permitamos que piensen por nosotros, que nos ordenen ser lo que no queremos, que nos engañen los políticos con el idioma que mejor hablan, el de la falacia.
Si generaciones de zamoranos crearon una Semana Santa con una enorme personalidad, porque pensaron en libertad, sin injerencias políticas, ahora nos toca, a jóvenes y gente madura, incluidos jubilados; a hombres y mujeres, combatir, con las armas de la inteligencia y el talento, por ese futuro que nunca llega, que nos han ido quitando, en silencio, con la hipocresía de sus sonrisas y la infamia en cada una de sus palabras.
Somos la ciudad que fue y que quiere ser. Por qué no lo intentamos. Merecerá la pena. Dejemos una Zamora grande a los jóvenes y a los zamoranos nonatos.
Eugenio-Jesús de Ávila
Soy un fue, un es cansado, como escribió Quevedo de sí mismo, y un será. No obstante, nunca conjugo verbo alguno en futuro, porque no depende de mí. Zamora es un poco como un servidor: una ciudad que tuvo un pasado, que alcanzó su fama en el medioevo y quizá también en el barroco. Ahora existe, es, cierto, pero languidece económicamente mientras padece una enorme hemorragia de población. Los jóvenes se van cuando acaban sus carreras e incluso aquellos que prefirieron formarse en otro tipo de profesiones no universitarias preparan su marcha, porque aquí tampoco se sabe conjugar el futuro.
Los que elegimos quedarnos aquí, cuando ya no tenemos nada que hacer porque lo dimos todo y vivimos en el júbilo, recordamos otra Zamora, más pujante, con más gente, con comercios, extraordinarios, de alcance regional; con un par de fábricas zamoranas en las que trabajaban cientos de los nuestros, un complejo ferroviarios con casi mil operarios de Renfe que vivían en nuestra ciudad; otro millar de soldados y cientos de militares profesionales; Iberduero, con oficinas que albergaban a decenas de personas; la Universidad Laboral, la Prisión Provincial y un sector primario que todavía agarraba a la gente a la tierra. Todo se fue diluyendo, sin que los zamoranos lo percibiéramos. Se nos fue aquella Zamora como se nos escapó la juventud sin darnos cuenta.
Todavía hay señas de identidad que nos caracterizan, que nos definen: una Semana Santa que dejó de ser religiosa para convertirse en un fenómeno social digno de ser analizado para escribir una tesis doctoral; el río Duero, el muy osado, sigue acariciando nuestras riberas, casi sin darnos cuenta, porque ha tiempo que no se enoja; el románico, gracias a la gestión de Rosa Valdeón recobró el color de sus sillares, la luz en sus torres, la decencia en sus tejados. Ahora el ejecutivo, a través del Ministerio de Cultura, a quién corresponde, restaura lo que dio fama a Zamora en tiempos medievales, el recinto amurallado. Las nieblas nos siguen amando en los meses del otoño tardío y el invierno tierno. El sol nos cuece a fuego lento en verano y…poco más, que cada vez somos menos, que ahora va a ser cierto que nos conocemos todos. Pero sin gente no hay sociedad, ni comercio, ni movimiento, ni vida.
No quiero conjugar verbo alguno en futuro, como expresé al inicio de este artículo. Pero reclamo un presente rebelde, inconformista y audaz. No permitamos que piensen por nosotros, que nos ordenen ser lo que no queremos, que nos engañen los políticos con el idioma que mejor hablan, el de la falacia.
Si generaciones de zamoranos crearon una Semana Santa con una enorme personalidad, porque pensaron en libertad, sin injerencias políticas, ahora nos toca, a jóvenes y gente madura, incluidos jubilados; a hombres y mujeres, combatir, con las armas de la inteligencia y el talento, por ese futuro que nunca llega, que nos han ido quitando, en silencio, con la hipocresía de sus sonrisas y la infamia en cada una de sus palabras.
Somos la ciudad que fue y que quiere ser. Por qué no lo intentamos. Merecerá la pena. Dejemos una Zamora grande a los jóvenes y a los zamoranos nonatos.
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