COSAS MÍAS
¡Cómo se me devora el tiempo!
Eugenio-Jesús de Ávila
Estamos hechos de tiempo. Nuestro esqueleto lo construyó Cronos, el arquitecto de nuestra vida. Julio, a la grupa del caballo del calor, se nos escapa mientras intentamos esquivar la dictadura de las horas, los días, los meses y los años. Yo, lo confieso, he dejado de ser Eugenio-Jesús de Ávila varias veces a lo largo de mi existencia. Creo que me he re-almado. Palabro raro, verdad. Solo quiero significar que, sobre el mismo cuerpo que envejece, hay almas que lo van ocupando. Quizá el amor que sentí por una dama hace unos años ya no sea tal, ni tan si quiera me explique ahora por qué me enamoró, además de su físico o su elegancia. Aquel cuerpo con su alma de antaño ha ido degenerando. Me espera la vejez a la vuelta de la esquina.
Fundé este medio de comunicación, del que ya soy un mero colaborador desde hace más de dos años, un mes de mayo de 2010. Entonces por mis venas, además de sangre jacobina, corrían glóbulos rojos de ilusión, de fe en el periodismo, de amor para inmolarme por el bien de Zamora y su provincia. Tampoco soy aquel que creó El Día de Zamora, el que botó ese barquito de papel. No creo en nada, casi ni en mí. Vivo en el escepticismo político, social y erótico. Ahora me preocupa el mal ajeno, su origen, sus causas. No me obsesiona hacer el bien, solo no hacer daño al prójimo.
Mientras me devora el tiempo, escribo como terapia para curarme de este vivir, de lo absurdo de amar, y recuerdo aquellos versos de Juan Ramón Jiménez: ¡Qué triste es amarlo todo sin saber lo que se ama! ¡Qué triste es tener sin flores el santo jardín del alma…! ¡Qué triste es llorar, sin ojos que contesten nuestras lágrimas!
Eugenio-Jesús de Ávila
Estamos hechos de tiempo. Nuestro esqueleto lo construyó Cronos, el arquitecto de nuestra vida. Julio, a la grupa del caballo del calor, se nos escapa mientras intentamos esquivar la dictadura de las horas, los días, los meses y los años. Yo, lo confieso, he dejado de ser Eugenio-Jesús de Ávila varias veces a lo largo de mi existencia. Creo que me he re-almado. Palabro raro, verdad. Solo quiero significar que, sobre el mismo cuerpo que envejece, hay almas que lo van ocupando. Quizá el amor que sentí por una dama hace unos años ya no sea tal, ni tan si quiera me explique ahora por qué me enamoró, además de su físico o su elegancia. Aquel cuerpo con su alma de antaño ha ido degenerando. Me espera la vejez a la vuelta de la esquina.
Fundé este medio de comunicación, del que ya soy un mero colaborador desde hace más de dos años, un mes de mayo de 2010. Entonces por mis venas, además de sangre jacobina, corrían glóbulos rojos de ilusión, de fe en el periodismo, de amor para inmolarme por el bien de Zamora y su provincia. Tampoco soy aquel que creó El Día de Zamora, el que botó ese barquito de papel. No creo en nada, casi ni en mí. Vivo en el escepticismo político, social y erótico. Ahora me preocupa el mal ajeno, su origen, sus causas. No me obsesiona hacer el bien, solo no hacer daño al prójimo.
Mientras me devora el tiempo, escribo como terapia para curarme de este vivir, de lo absurdo de amar, y recuerdo aquellos versos de Juan Ramón Jiménez: ¡Qué triste es amarlo todo sin saber lo que se ama! ¡Qué triste es tener sin flores el santo jardín del alma…! ¡Qué triste es llorar, sin ojos que contesten nuestras lágrimas!
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