
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Pasar de todo cuando Zamora se muere
Eugenio-Jesús de Ávila
Me sigue doliendo Zamora. Muchas de mis cuitas nacen en su decadencia económica y poblacional, que la conducirá a convertirse en un poblachón leonés. Y no puedo guardar silencio ante esta ignominia a una ciudad, capital de una provincia bellísima, en absoluto pobre, sino llena de paisajes y energía, productora de magníficas materias primas, geografía privilegiada para llegar a Galicia y a nuestra región hermana lusa de Tras os Montes.
Sucede que aquí se ha intentado formar partidos provinciales, gestados para rebelarse contra el conformismo, la desidia y la apatía; nacidos para reclamar al poder autonómico y central inversiones públicas, esenciales para remover conciencias y economía. Pero todos fracasaron. Votar en nuestra tierra a los que fueron sus verdugos políticos esclarece cuál es nuestro carácter, mentalidad e incapacidad para la reivindicación. Ha llegado un momento en el que ese pasotismo genético, apatía antropológica, del zamorano parece irreversible, como el desierto demográfico que asola Zamora.
Y me planteo y asumo que mis denuncias y mis críticas no fructificaron en la conciencia colectiva zamorana. Las pruebas así lo demuestran. He predicado durante mucho tiempo, en estos 13 años en los que fui editor de El Día de Zamora, incluso en estos dos años y pico de ocio jubilar, de reducir mi participación en este medio de comunicación a la de un simple colaborador, hasta convencerme de que escribir en Zamora, como le sucedía a Larra en Madrid, es llorar.
Mi paso por la política, como todos mis artículos, fue una viriatada. Se me obvio. Redujeron mi papel a ensobrar Perdóneseme este neologismo. Fue mi primera y última intentona por transformar esta tierra. Fracasé moralmente. Desde entonces, comicios municipales, me ordené a mí mismo detenerme para olvidarme de la deriva de Zamora. ¡Qué escriban otros! ¡Qué den la cara, si les queda, dura o blanda, otros medios! A mí ya me la partieron las bofetadas de la realidad. No hay nada que hacer. Quizá la opción más práctica consiste en imitar al alma colectiva zamorana: ni ver, ni oír, ni hablar y cruzarse de brazos. Ni una sola protesta, ni más quejas, ni más críticas. Pasar de todo. De hecho, los políticos que no aportaron ni una sola de idea siguen en la res pública.
Curioso que los que apostaron por el progreso, por el bien, por el avance recibieron todo tipo de críticas. Los que no hicieron nada o aprovecharon su paso por las instituciones públicas y cargos políticos para lucrarse lucen como zamoranos de pro, mientras perciben salarios muy superiores a sus capacidades intelectuales y profesionales y, cuando sea menester, las jubilaciones más altas del Estado.
En el mundo del periodismo local, sucede algo parecido: si no criticas a nadie, si das coba al que manda, sea montescos o capuletos, se te respeta. Ni una sola crítica. Pero si te has pasado la vida criticando al poder, sea el que fuere, porque es tu deber como periodista, siempre aparecerá algún propio para insultarte, menospreciarte y calumniarte.
Sí, me duele Zamora y, de vez en cuando, esa pena me obliga a escribir para suturar esa herida. Eso sí, cada vez menos. Siempre me quedará la palabra, pero pocas veces más tomará la forma de cuitas escritas.
Eugenio-Jesús de Ávila
Eugenio-Jesús de Ávila
Me sigue doliendo Zamora. Muchas de mis cuitas nacen en su decadencia económica y poblacional, que la conducirá a convertirse en un poblachón leonés. Y no puedo guardar silencio ante esta ignominia a una ciudad, capital de una provincia bellísima, en absoluto pobre, sino llena de paisajes y energía, productora de magníficas materias primas, geografía privilegiada para llegar a Galicia y a nuestra región hermana lusa de Tras os Montes.
Sucede que aquí se ha intentado formar partidos provinciales, gestados para rebelarse contra el conformismo, la desidia y la apatía; nacidos para reclamar al poder autonómico y central inversiones públicas, esenciales para remover conciencias y economía. Pero todos fracasaron. Votar en nuestra tierra a los que fueron sus verdugos políticos esclarece cuál es nuestro carácter, mentalidad e incapacidad para la reivindicación. Ha llegado un momento en el que ese pasotismo genético, apatía antropológica, del zamorano parece irreversible, como el desierto demográfico que asola Zamora.
Y me planteo y asumo que mis denuncias y mis críticas no fructificaron en la conciencia colectiva zamorana. Las pruebas así lo demuestran. He predicado durante mucho tiempo, en estos 13 años en los que fui editor de El Día de Zamora, incluso en estos dos años y pico de ocio jubilar, de reducir mi participación en este medio de comunicación a la de un simple colaborador, hasta convencerme de que escribir en Zamora, como le sucedía a Larra en Madrid, es llorar.
Mi paso por la política, como todos mis artículos, fue una viriatada. Se me obvio. Redujeron mi papel a ensobrar Perdóneseme este neologismo. Fue mi primera y última intentona por transformar esta tierra. Fracasé moralmente. Desde entonces, comicios municipales, me ordené a mí mismo detenerme para olvidarme de la deriva de Zamora. ¡Qué escriban otros! ¡Qué den la cara, si les queda, dura o blanda, otros medios! A mí ya me la partieron las bofetadas de la realidad. No hay nada que hacer. Quizá la opción más práctica consiste en imitar al alma colectiva zamorana: ni ver, ni oír, ni hablar y cruzarse de brazos. Ni una sola protesta, ni más quejas, ni más críticas. Pasar de todo. De hecho, los políticos que no aportaron ni una sola de idea siguen en la res pública.
Curioso que los que apostaron por el progreso, por el bien, por el avance recibieron todo tipo de críticas. Los que no hicieron nada o aprovecharon su paso por las instituciones públicas y cargos políticos para lucrarse lucen como zamoranos de pro, mientras perciben salarios muy superiores a sus capacidades intelectuales y profesionales y, cuando sea menester, las jubilaciones más altas del Estado.
En el mundo del periodismo local, sucede algo parecido: si no criticas a nadie, si das coba al que manda, sea montescos o capuletos, se te respeta. Ni una sola crítica. Pero si te has pasado la vida criticando al poder, sea el que fuere, porque es tu deber como periodista, siempre aparecerá algún propio para insultarte, menospreciarte y calumniarte.
Sí, me duele Zamora y, de vez en cuando, esa pena me obliga a escribir para suturar esa herida. Eso sí, cada vez menos. Siempre me quedará la palabra, pero pocas veces más tomará la forma de cuitas escritas.
Eugenio-Jesús de Ávila
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