
SOLIDADRIDAD
La acogida solidaria de 23 niños saharauis por 20 familias en Zamora
A pesar de las dificultades administrativas y logísticas, 23 niños saharauis ya están en Zamora, acogidos por 20 familias que, un año más, abren sus puertas y corazones para ofrecerles un verano diferente, lleno de afecto, experiencias nuevas y descanso lejos de los duros campamentos de refugiados del Sáhara Occidental.
Este año, la llegada de los menores se vio comprometida por una tardía autorización por parte del gobierno español, que no aprobó su entrada hasta mediados de junio. Esta demora burocrática provocó el retraso de vuelos, ajustes de agenda y la pérdida de 15 días del programa. A pesar de ello, la ilusión de las familias y la determinación de la asociación organizadora lograron que el proyecto saliera adelante, aunque los niños solo podrán quedarse hasta el 1 de septiembre. “Muy a nuestro pesar, porque a nosotros nos gustaría que se quedaran hasta el 15”, comentan desde la organización.
Los pequeños han sido acogidos con entusiasmo y cariño. Las familias han planificado actividades para estos días, entre ellas una salida a Gijón y una convivencia provincial en Corrales del Vino el 26 de agosto, como parte de una agenda pensada para ofrecer a los niños momentos inolvidables. A partir de ahí, cada familia adapta sus vacaciones a la presencia de estos nuevos miembros, disfrutando juntos de playas, piscinas, campamentos urbanos y juegos en comunidad.
“Lo más importante es que ya están aquí. Ahora toca disfrutar”, dicen emocionados los organizadores. El programa no solo ofrece descanso físico a los menores, sino que también les proporciona un entorno seguro y una experiencia de vida completamente diferente a la habitual. Muchos de ellos repiten año tras año y ya llegan sabiendo qué esperar, mientras que otros viven con nervios e incertidumbre su primera vez, esperando haber "caído en una buena familia". Por fortuna, como bien señala una voluntaria, “familias malas no hay”.
Una historia conmovedora es la de dos familias que han acogido a tres niños cada una, todos primos. Estas familias llevan años colaborando con el proyecto y han viajado incluso a los campamentos del Sáhara, por lo que conocen a los niños desde su nacimiento. “No podemos decirle que sí a uno y no al otro”, explican, reflejando el profundo vínculo emocional que se ha forjado con el tiempo.
Aunque no existen impedimentos económicos —ya que la asociación cubre los gastos del viaje y estancia de los niños—, la principal barrera para acoger es la disponibilidad y el tiempo de las familias. Sin embargo, muchas han demostrado que es posible adaptar la rutina veraniega para integrar a estos pequeños. “Lo mismo que se hace con un hijo se puede hacer con ellos”, aseguran. Además, los niños se integran en campamentos urbanos y actividades locales, lo que facilita su cuidado durante las jornadas laborales.
La invitación a otras familias para que se sumen en años futuros es clara: “La experiencia es tan enriquecedora que una vez que acoges, ya estás pensando en el año siguiente”.
Más allá del aspecto humano, la organización denuncia la lentitud política como un obstáculo innecesario. La autorización del gobierno español se publicó en el BOE recién el 17 o 18 de junio, retrasando la emisión de visados y el transporte aéreo. La consecuencia directa: quince días menos de verano para los niños, perdidos por trámites administrativos. “Todo estaba listo en Zamora; solo faltaba el papel”, explican con frustración.
A pesar de estos retos, el espíritu solidario de las familias zamoranas ha prevalecido una vez más. Este programa no solo transforma la vida de los niños saharauis, sino también la de quienes los acogen. Es un acto de generosidad que deja huella y que demuestra que, con voluntad, empatía y compromiso, es posible construir un mundo un poco más justo.
A pesar de las dificultades administrativas y logísticas, 23 niños saharauis ya están en Zamora, acogidos por 20 familias que, un año más, abren sus puertas y corazones para ofrecerles un verano diferente, lleno de afecto, experiencias nuevas y descanso lejos de los duros campamentos de refugiados del Sáhara Occidental.
Este año, la llegada de los menores se vio comprometida por una tardía autorización por parte del gobierno español, que no aprobó su entrada hasta mediados de junio. Esta demora burocrática provocó el retraso de vuelos, ajustes de agenda y la pérdida de 15 días del programa. A pesar de ello, la ilusión de las familias y la determinación de la asociación organizadora lograron que el proyecto saliera adelante, aunque los niños solo podrán quedarse hasta el 1 de septiembre. “Muy a nuestro pesar, porque a nosotros nos gustaría que se quedaran hasta el 15”, comentan desde la organización.
Los pequeños han sido acogidos con entusiasmo y cariño. Las familias han planificado actividades para estos días, entre ellas una salida a Gijón y una convivencia provincial en Corrales del Vino el 26 de agosto, como parte de una agenda pensada para ofrecer a los niños momentos inolvidables. A partir de ahí, cada familia adapta sus vacaciones a la presencia de estos nuevos miembros, disfrutando juntos de playas, piscinas, campamentos urbanos y juegos en comunidad.
“Lo más importante es que ya están aquí. Ahora toca disfrutar”, dicen emocionados los organizadores. El programa no solo ofrece descanso físico a los menores, sino que también les proporciona un entorno seguro y una experiencia de vida completamente diferente a la habitual. Muchos de ellos repiten año tras año y ya llegan sabiendo qué esperar, mientras que otros viven con nervios e incertidumbre su primera vez, esperando haber "caído en una buena familia". Por fortuna, como bien señala una voluntaria, “familias malas no hay”.
Una historia conmovedora es la de dos familias que han acogido a tres niños cada una, todos primos. Estas familias llevan años colaborando con el proyecto y han viajado incluso a los campamentos del Sáhara, por lo que conocen a los niños desde su nacimiento. “No podemos decirle que sí a uno y no al otro”, explican, reflejando el profundo vínculo emocional que se ha forjado con el tiempo.
Aunque no existen impedimentos económicos —ya que la asociación cubre los gastos del viaje y estancia de los niños—, la principal barrera para acoger es la disponibilidad y el tiempo de las familias. Sin embargo, muchas han demostrado que es posible adaptar la rutina veraniega para integrar a estos pequeños. “Lo mismo que se hace con un hijo se puede hacer con ellos”, aseguran. Además, los niños se integran en campamentos urbanos y actividades locales, lo que facilita su cuidado durante las jornadas laborales.
La invitación a otras familias para que se sumen en años futuros es clara: “La experiencia es tan enriquecedora que una vez que acoges, ya estás pensando en el año siguiente”.
Más allá del aspecto humano, la organización denuncia la lentitud política como un obstáculo innecesario. La autorización del gobierno español se publicó en el BOE recién el 17 o 18 de junio, retrasando la emisión de visados y el transporte aéreo. La consecuencia directa: quince días menos de verano para los niños, perdidos por trámites administrativos. “Todo estaba listo en Zamora; solo faltaba el papel”, explican con frustración.
A pesar de estos retos, el espíritu solidario de las familias zamoranas ha prevalecido una vez más. Este programa no solo transforma la vida de los niños saharauis, sino también la de quienes los acogen. Es un acto de generosidad que deja huella y que demuestra que, con voluntad, empatía y compromiso, es posible construir un mundo un poco más justo.
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