COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Viriato, un héroe al que no imitamos los zamoranos
Eugenio-Jesús de Ávila
La estatua de Viriato y su ariete, una obra de arte de Barrón, forma parte de la vida de todos los zamoranos. De niños, jugábamos con el carnero, como si fuera un juguete más. No sabíamos su significado. Entonces, la escultura principal pasaba desapercibida para nuestra mirada infantil. Cuando crecimos, curioso, fijamos nuestros ojos en el caudillo tribal lusitano. Aprendimos qué significaba ser un héroe; después también que algunos hombres tienen querencia por la felonía, prima hermana de la cobardía. A los valientes jamás los encuentra la muerte en el lecho, porque siempre se nos mueren combatiendo por la verdad, por el pueblo, por la libertad.
En Zamora, nuestra sociedad todavía ignora la metáfora de esa obra de arte de Barrón. Somos pusilánimes. Nos humillamos ante el poder, sea el que sea. No creemos en nada, pero convivimos con la mentira, como si fuera un escudo que nos ampara, en el que nos enrocamos como el jugador de ajedrez cuando augura una ofensiva del contrario.
Viriato, yo le he secado sus lágrimas de bronce, viene llorando por la ciudad en la que detuvo su historia de bizarría. No la concibe acobardada, sin fuste, acoquinada. El conocido como “Terror Romanorum” a veces se avergüenza de que los zamoranos se crucen de brazos ante decisiones políticas que la han condenado al ahorro de la miseria; de cuando en cuando, habla con su pedestal de granito, al que está sujeto, para que le permita recorrer nuestras calles y avenidas, rúas y plazas arengando a los jóvenes para que no se vayan de su patria chica, para que se queden a luchar por su futuro desde las riberas del Duero, que él les presta su ariete para abrir las murallas que nos apartan del progreso.
Viriato es la metáfora de bronce de la decadencia de Zamora, la escultura de nuestra apatía antropológica, la imagen de que la historia no siempre se repite. Nuestra tierra ha tiempo que se quedó sin viriatos que luchen, sin viriatos que reivindiquen al poder inversiones, sin viriatos que critiquen a los políticos. Esta ciudad también es una estatua, una sociedad inmóvil, estática, sin camino.
Eugenio-Jesús de Ávila
La estatua de Viriato y su ariete, una obra de arte de Barrón, forma parte de la vida de todos los zamoranos. De niños, jugábamos con el carnero, como si fuera un juguete más. No sabíamos su significado. Entonces, la escultura principal pasaba desapercibida para nuestra mirada infantil. Cuando crecimos, curioso, fijamos nuestros ojos en el caudillo tribal lusitano. Aprendimos qué significaba ser un héroe; después también que algunos hombres tienen querencia por la felonía, prima hermana de la cobardía. A los valientes jamás los encuentra la muerte en el lecho, porque siempre se nos mueren combatiendo por la verdad, por el pueblo, por la libertad.
En Zamora, nuestra sociedad todavía ignora la metáfora de esa obra de arte de Barrón. Somos pusilánimes. Nos humillamos ante el poder, sea el que sea. No creemos en nada, pero convivimos con la mentira, como si fuera un escudo que nos ampara, en el que nos enrocamos como el jugador de ajedrez cuando augura una ofensiva del contrario.
Viriato, yo le he secado sus lágrimas de bronce, viene llorando por la ciudad en la que detuvo su historia de bizarría. No la concibe acobardada, sin fuste, acoquinada. El conocido como “Terror Romanorum” a veces se avergüenza de que los zamoranos se crucen de brazos ante decisiones políticas que la han condenado al ahorro de la miseria; de cuando en cuando, habla con su pedestal de granito, al que está sujeto, para que le permita recorrer nuestras calles y avenidas, rúas y plazas arengando a los jóvenes para que no se vayan de su patria chica, para que se queden a luchar por su futuro desde las riberas del Duero, que él les presta su ariete para abrir las murallas que nos apartan del progreso.
Viriato es la metáfora de bronce de la decadencia de Zamora, la escultura de nuestra apatía antropológica, la imagen de que la historia no siempre se repite. Nuestra tierra ha tiempo que se quedó sin viriatos que luchen, sin viriatos que reivindiquen al poder inversiones, sin viriatos que critiquen a los políticos. Esta ciudad también es una estatua, una sociedad inmóvil, estática, sin camino.




















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