Jueves, 11 de Diciembre de 2025

Eugenio-Jesús de Ávila
Lunes, 28 de Julio de 2025
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA

Zamora, la ciudad que llevo dentro

Eugenio-Jesús de Ávila

 

Con cierta reiteración, en mis horas de soledad elegida, cuando el búho caza, la luna sonríe y el Duero llora lágrimas secas sobre los ojos del Puente Románico, me suelo preguntar por lo que le queda a Zamora y cómo es el carácter colectivo, si es que existe, de los zamoranos, de los hijos de su tierra. Y siento que guardamos más patrimonio monumental que sangre en el alma.

 

Ahí está la Catedral y su Torre, siempre felices, al alba, cuando el sol las besa antes de irse al lecho del océano Atlántico; toda su arquitectura eclesial de los siglos XII y XIII, algunos palacios que resistieron el paso del tiempo y kilómetros de una muralla, que ahora se restaura, cansada de defender a la bien cercada, con memoria de piedra de civilizaciones periclitadas. Confieso que, cuando mi espíritu se viene abajo, y que mi cuerpo se vive por inercia, me dedico, con sosiego, a pasear cerca de ábsides, canecillos, arcos de medio punto, pórticos y torres de los templos, porque necesito acariciarlos con mis miradas, mimarlos con las yemas de mis manos, dedicarles algunos versos. Después regreso a casa como si me hubiera restaurado el alma en una clínica del medioevo.

 

Ahora bien, esta ciudad, lo que nos queda de su esplendor, no se comparece con la condición generalizada de su ciudadanía. Aquí, se enterró todo síntoma de rebeldía me temó que, desde los hermosos días de la toma del Cuartel Viriato, cuando yo todavía lucía talento y físico. Después aconteció que el poder de esta democracia de cartón piedra nos fue hipnotizando hasta convencernos de que Zamora jamás podrá aspirar a retener a su juventud más cualificada, al progreso económico, a una sanidad extendida por doquier, tanto en la capital como en el campo, medio del que ya huyeron los hombres y las mujeres mejor formados, dejando allí a sus abuelos con sus huertos verdes, sus pozos blancos y sus galgos corredores y alguna vaquita que ofrece leche sin pedírsela.

 

Nos hemos creído, como las militancias políticas a sus mentirosos líderes, que Zamora es una provincia pobre, que carece de todo, que sus tierras no producen y sus gentes se encuentran a gusto ocupando la última posición de la tabla en la clasificación de la actividad económica en esta patria que se quiebra, porque sus hijos más ricos prefieren amasar sus patrimonios sin ningún tipo de reparto socializante. Y no nos damos cuenta que poseemos embalses extraordinarios y el petróleo del futuro, el agua, que, a no tardar -ya nos lo demostraron hace unos veranos- , también nos las quitarán, como nos llevaron de aquí militares, prisiones, líneas férreas, más la crucifixión de nuestras tierras con una cruel reconversión agropecuaria. Jóvenes preparados para desarrollar su patria chica, gentes con ideas y proyectos, como las que tuvo Vicente Merino, derrotadas por intereses patéticos de los empresarios más poderosos y de los políticos más corruptos.

 

Pusilánimes, refractarios a toda rebeldía, acomodados en la abulia y la apatía, en el célebre y cobarde aserto “no hay nada que hacer, viajamos ya en el vagón de tercera de un tren que nos conduce al pasado, al tiempo pretérito, a la nada económica, al pasotismo activo, todo un oxímoron. Entonces comprendo por qué yo me deleito cuando paseo, en soledad, por el casco histórico mi Zamora, para restaurar mis sentimientos. Y recuerdo aquellos versos su poeta predilecto: “Todos llevamos dentro una ciudad que nos alienta y nos acusa. La ciudad del alma”.

 

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