ZAMORANA
Tiempo de cosecha
Mº Soledad Martín Turiño
![[Img #100764]](https://eldiadezamora.es/upload/images/08_2025/6041_marisol-web.jpg)
Tiempo de cosecha, recorriendo las carreteras de la Tierra de Campos zamorana que siempre es un espectáculo, y más ahora cuando las cosechadoras están en su apogeo, desnudando las tierras del cereal que ha germinado, crecido y ahora ha sido mutilado por las cuchillas de esas máquinas gigantes dejando en el suelo una estela de pajas que, a su vez, recogerán otros artilugios mecánicos para formar las pacas que han de alimentar al ganado.
Una vez que la llanura se queda completamente desnuda, libre de su vestimenta dorada, se nota con mayor fuerza como se refleja el sol en el color amarillento pajizo, que contrasta con el verdor de muchas lindes cercanas, bendecidas por el agua que pulverizan enormes aspersores, para generar productos frescos, que chocan con la aridez cerealista de la tierra cercana.
El amor de los labradores es la tierra, porque ellos han sabido generar producto y alimento con ella; han construido viviendas para guarecerse y con el barro más fino, trabajándolo, todo tipo de utensilios domésticos. La tierra se les ha metido en el alma y en la sangre; por eso, por las venas de los agricultores corre sangre y tierra a partes iguales.
Cuando el sol relumbra directamente en la planicie, se origina el milagro de la naturaleza en estas tierras tan pobres, muchas sembradas de cantos e inoperables hasta que la mano campesina quita uno a uno los cantos para hacer productivo el terreno, antes yermo. El milagro se observa en ese brillo especial de los rayos de sol resplandeciendo sobre la llanura, como si el mismísimo Dios acariciara el terreno para regalar al agricultor una cosecha que recogerá con premura, antes de que el cielo se arrepienta y le mande un incendio, un aguacero, o cualquier otra devastación, para que seamos conscientes de que Él es infinitud y nosotros solo pequeñez.
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Tiempo de cosecha, recorriendo las carreteras de la Tierra de Campos zamorana que siempre es un espectáculo, y más ahora cuando las cosechadoras están en su apogeo, desnudando las tierras del cereal que ha germinado, crecido y ahora ha sido mutilado por las cuchillas de esas máquinas gigantes dejando en el suelo una estela de pajas que, a su vez, recogerán otros artilugios mecánicos para formar las pacas que han de alimentar al ganado.
Una vez que la llanura se queda completamente desnuda, libre de su vestimenta dorada, se nota con mayor fuerza como se refleja el sol en el color amarillento pajizo, que contrasta con el verdor de muchas lindes cercanas, bendecidas por el agua que pulverizan enormes aspersores, para generar productos frescos, que chocan con la aridez cerealista de la tierra cercana.
El amor de los labradores es la tierra, porque ellos han sabido generar producto y alimento con ella; han construido viviendas para guarecerse y con el barro más fino, trabajándolo, todo tipo de utensilios domésticos. La tierra se les ha metido en el alma y en la sangre; por eso, por las venas de los agricultores corre sangre y tierra a partes iguales.
Cuando el sol relumbra directamente en la planicie, se origina el milagro de la naturaleza en estas tierras tan pobres, muchas sembradas de cantos e inoperables hasta que la mano campesina quita uno a uno los cantos para hacer productivo el terreno, antes yermo. El milagro se observa en ese brillo especial de los rayos de sol resplandeciendo sobre la llanura, como si el mismísimo Dios acariciara el terreno para regalar al agricultor una cosecha que recogerá con premura, antes de que el cielo se arrepienta y le mande un incendio, un aguacero, o cualquier otra devastación, para que seamos conscientes de que Él es infinitud y nosotros solo pequeñez.



















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