Si me pierdo

Si me pierdo, buscadme entre los juncos en las orillas de mi vecino Duero, allí permaneceré escondida de los zarpazos del viento, de la lluvia y de la mala conciencia; y saldré de mi retiro tan solo al atardecer, cuando el sol se vaya a descansar porque en su ocaso, que es un poco el mío, siento que la ciudad se prepara también para dormir; se diría que ya tiene el pijama puesto, a falta de algo de cena antes de despedirse de la jornada, hasta la mañana siguiente. Entonces, cuando en la oscuridad apenas se vislumbre la tenue luz de la luna, saldré de mi escondite para perderme rúa a rúa, respirando el aroma de la piedra, el frescor de los jardines del castillo, la tibia luz de las farolas e intuyendo un poco más lejos las copas de los árboles que, en Valorio, se preparan también para pasar la noche.

Zamora es sueño y ahora aparece solitaria, más romántica que nunca, y es el escenario perfecto para los enamorados, para la gente que sueña, para los insomnes y para todo aquel que quiera beberse la vida gozando de ella, por eso, el hecho de cerrar los ojos les parece una pérdida de tiempo, sobre todo cundo los periodos son escasos y resulta vital aprovechar cada segundo.

Siento que la vida se escapa como agua en una cesta, que los días no tienen suficientes horas, que las noches son demasiado cortas y los años se suceden rápidos, envejeciendo nuestro cuerpo hasta formar una caricatura de lo que una vez fuimos. Siento que quedan demasiadas cosas por hacer, muchas ilusiones por satisfacer, otras tantas culturas por descubrir y gente con quien compartir experiencias y emociones. A veces me resisto a dormir porque, cerrando los ojos se va acortando la vida, y entonces mi mente lucha contra aspas de molinos en forma de pensamientos aterradores de un Cronos que corre sin cesar, que no puede detenerse; entonces entiendo que somos cautivos de tiempo: del que pasó, que solamente persiste en un lugar del recuerdo; el que gozamos ahora, que ya se ha convertido en pasado, y de ese porvenir en el que hay puestas tantas esperanzas que a veces sirven más como tormento que como ilusión por la ansiedad que provoca la posibilidad de no llegar.

Si me pierdo, buscadme entre las callejuelas estrellas y laberínticas donde, al abrigo de alguna placita, permaneceré escondida de miradas ajenas, protegida por las altas cúpulas de los templos que me circundan. Caminaré despacio hacia el mirador de San Cipriano y allí, junto a la iglesia, cerraré los ojos para escuchar el sonido del vuelo de las aves que revolotean para hacer compañía a quienes les observan; luego recalaré en el Troncoso y, al abrigo de los versos lorquianos, el vecino Duero me regalará una dulce modorra que precisa descanso con urgencia; así que, despacio y en silencio, me encamino a mi refugio para calmar la debilidad del cuerpo y la ansiedad del alma.

Mª Soledad Martín Turiño