
COSAS MÍAS
Duero y Esla, metáfora de agua del futuro de Zamora
Eugenio-Jesús de Ávila
En esta vida todos somos afluentes, tributarios, de otros. Sin la experiencia, la erudición, el consejo de los demás no seríamos nada. La fotografía que tiró Enrique Alba nos muestra cómo el mágico río Esla, el de aguas cristalinas, desemboca en el Duero, el turbio, que sin sus ríos afluentes no habría pasado de la provincia de Soria, ni los hermanos lusos de Tras os Montes habrían desarrollado esos magníficos viñedos, ni Oporto sería una ciudad tan bella, ni el Atlántico tan hermoso.
La naturaleza nos enseña cada día, desde el origen de los tiempos. Nosotros quizá, por falta de sensibilidad, la ignoramos. Y nuestra Zamora se ha quedado sin afluentes, sin caudales de agua empresariales, políticos, culturales. Así, una provincia rica como la nuestra -sí, he escrito rica, porque tiene agua, el petróleo del futuro cercano, además de magnificas materias primas y una situación geográfica excepcional-, se ha convertido en tierra de arroyos, de esos que se secan en el estío. Cada cual bebe su agua, pero no la comparte con nadie. Los políticos, también los de aquí, los que nos representaron durante todo el periodo democrático, prefirieron que nuestros ríos desembocarán en otros que nos eran extraños, donde descargaron la energía y la riqueza de sus aguas.
Los zamoranos vamos a nuestro aire, cada cual a lo suyo, como si ser paisano aquí, en vez de hermano y amigo, fuese gente hostil. Solo en Semana Santa, en apariencia, hay cierta unión, aunque la gresca doméstica exista, aunque no salga a la luz de los cirios. Nos hemos hecho mucho daño por esa falta de unión, por ese exceso de envidia, por esa alegría ante el fracaso del prójimo. Siendo pocos, siempre hemos andado a la greña, como si el progreso de otros zamoranos nos perjudicara personalmente. He escrito, y también comentado a mis amigos, que aquí debió nacer Caín, porque cualquier Abel que destaca, por su inteligencia, carisma, talento y elegancia, acaba siendo eliminado con la quijada de asno de la envidia, hija primogénita del odio.
Yo, como zamorano, desde la última trinchera que ya ocupo, intentaré siempre afluir mi agua, poco a mucha, de mi talento e inteligencia, escasos, al Duero zamorano que sea mejor que yo, que posea genio e ideas para transformar Zamora, para que nuestro río baje con un enorme caudal hacia el océano de nuestro progreso y desarrollo.
Eugenio-Jesús de Ávila
Eugenio-Jesús de Ávila
En esta vida todos somos afluentes, tributarios, de otros. Sin la experiencia, la erudición, el consejo de los demás no seríamos nada. La fotografía que tiró Enrique Alba nos muestra cómo el mágico río Esla, el de aguas cristalinas, desemboca en el Duero, el turbio, que sin sus ríos afluentes no habría pasado de la provincia de Soria, ni los hermanos lusos de Tras os Montes habrían desarrollado esos magníficos viñedos, ni Oporto sería una ciudad tan bella, ni el Atlántico tan hermoso.
La naturaleza nos enseña cada día, desde el origen de los tiempos. Nosotros quizá, por falta de sensibilidad, la ignoramos. Y nuestra Zamora se ha quedado sin afluentes, sin caudales de agua empresariales, políticos, culturales. Así, una provincia rica como la nuestra -sí, he escrito rica, porque tiene agua, el petróleo del futuro cercano, además de magnificas materias primas y una situación geográfica excepcional-, se ha convertido en tierra de arroyos, de esos que se secan en el estío. Cada cual bebe su agua, pero no la comparte con nadie. Los políticos, también los de aquí, los que nos representaron durante todo el periodo democrático, prefirieron que nuestros ríos desembocarán en otros que nos eran extraños, donde descargaron la energía y la riqueza de sus aguas.
Los zamoranos vamos a nuestro aire, cada cual a lo suyo, como si ser paisano aquí, en vez de hermano y amigo, fuese gente hostil. Solo en Semana Santa, en apariencia, hay cierta unión, aunque la gresca doméstica exista, aunque no salga a la luz de los cirios. Nos hemos hecho mucho daño por esa falta de unión, por ese exceso de envidia, por esa alegría ante el fracaso del prójimo. Siendo pocos, siempre hemos andado a la greña, como si el progreso de otros zamoranos nos perjudicara personalmente. He escrito, y también comentado a mis amigos, que aquí debió nacer Caín, porque cualquier Abel que destaca, por su inteligencia, carisma, talento y elegancia, acaba siendo eliminado con la quijada de asno de la envidia, hija primogénita del odio.
Yo, como zamorano, desde la última trinchera que ya ocupo, intentaré siempre afluir mi agua, poco a mucha, de mi talento e inteligencia, escasos, al Duero zamorano que sea mejor que yo, que posea genio e ideas para transformar Zamora, para que nuestro río baje con un enorme caudal hacia el océano de nuestro progreso y desarrollo.
Eugenio-Jesús de Ávila
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