
COSAS DE LA ZAMORA VACILADA
Zamora: ¡Ay si siempre fuera agosto!
Eugenio-Jesús de Ávila
Zamora, en agosto, siempre en agosto, también en Navidad y, por supuesto, en cuatro días de la Semana Santa, de Jueves Santo o Domingo de Resurrección, se convierte en una ucronía de ciudad y provincia, lo que pudo haber sido y no fue. En el octavo mes del año, porque la gente sale más a la calle, por razones obvias, la capital recibe un contingente importante de los zamoranos que un día se buscaron la vida lejos de su tierra. No quedaba más remedio. Después vuelven a nutrir nuestros pueblos y, de paso, viajan hasta la capital para tomar algo, realizar sus compras, siempre más asequibles que en otras ciudades de mayor población y nivel de vida. Entonces se observa la Zamora que pudo ser y nunca fue.
Las primeras emigraciones en la década de los cincuenta, después paliadas con el desarrollismo franquista, con la toma de decisiones de los tecnócratas, hasta un punto liberales, en un régimen en el que el Estado lo era todo, como lo fue siempre en el fascismo y el comunismo, transformaron, en parte, el medio rural, con lo que el comercio de la capital alcanzó su máximo esplendor: Bazar J, Roncero, García Casado, La Rosa de Oro, El Candado, Drogas Vaquero, Reglero, San Jerónimo…después, con la llegada de la democracia y las reformas del felipismo, las ventas online, regresamos a la pérdida de población, al envejecimiento, a la falta de actividad económica y, por ende, más pronto que tarde, surgieron nuevos caciques políticos y empresariales.
En agosto, degusto la Zamora ucrónica. Me satisface ver terrazas llenas, bares repletos, comercios con vida, calles llenas, caras nuevas, juventud, gente que no conozco, en definitiva, vida. Después, cuando acaba este mes, poco a poco, la ciudad vuelva a su tediosa normalidad. Somos los mismos los que nos cruzamos por Santa Clara, compartimos un buen vino de Toro y un pincho en los bares de moda. Los comercios pierden clientela y Zamora inicia su largo sueño invernal. Y así, hasta las vacaciones de la Navidad, cuando los que se fueron, regresan a pasar esos días de niebla, heladas y ternura con abuelos y padres. La Zamora de siempre se reencarna en la Zamora de nunca más.
Un servidor pudo marcharse. Pero, por amor, por cobardía, porque sin Zamora a mi vera, dejo de ser el que soy para perderme en la nada, me quedé a ver cómo se muere mi ciudad, cómo fenece mi provincia. ¡Ay si siempre fuera agosto! Bienvenidos los zamoranos que se fueron. Hasta siempre. Los zamoranos de dentro os esperamos en Navidad. El eterno retorno de Nietzsche. Vivir en Zamora, la ciudad del alma y pretérita, la urbe sin carne.
Eugenio-Jesús de Ávila
Zamora, en agosto, siempre en agosto, también en Navidad y, por supuesto, en cuatro días de la Semana Santa, de Jueves Santo o Domingo de Resurrección, se convierte en una ucronía de ciudad y provincia, lo que pudo haber sido y no fue. En el octavo mes del año, porque la gente sale más a la calle, por razones obvias, la capital recibe un contingente importante de los zamoranos que un día se buscaron la vida lejos de su tierra. No quedaba más remedio. Después vuelven a nutrir nuestros pueblos y, de paso, viajan hasta la capital para tomar algo, realizar sus compras, siempre más asequibles que en otras ciudades de mayor población y nivel de vida. Entonces se observa la Zamora que pudo ser y nunca fue.
Las primeras emigraciones en la década de los cincuenta, después paliadas con el desarrollismo franquista, con la toma de decisiones de los tecnócratas, hasta un punto liberales, en un régimen en el que el Estado lo era todo, como lo fue siempre en el fascismo y el comunismo, transformaron, en parte, el medio rural, con lo que el comercio de la capital alcanzó su máximo esplendor: Bazar J, Roncero, García Casado, La Rosa de Oro, El Candado, Drogas Vaquero, Reglero, San Jerónimo…después, con la llegada de la democracia y las reformas del felipismo, las ventas online, regresamos a la pérdida de población, al envejecimiento, a la falta de actividad económica y, por ende, más pronto que tarde, surgieron nuevos caciques políticos y empresariales.
En agosto, degusto la Zamora ucrónica. Me satisface ver terrazas llenas, bares repletos, comercios con vida, calles llenas, caras nuevas, juventud, gente que no conozco, en definitiva, vida. Después, cuando acaba este mes, poco a poco, la ciudad vuelva a su tediosa normalidad. Somos los mismos los que nos cruzamos por Santa Clara, compartimos un buen vino de Toro y un pincho en los bares de moda. Los comercios pierden clientela y Zamora inicia su largo sueño invernal. Y así, hasta las vacaciones de la Navidad, cuando los que se fueron, regresan a pasar esos días de niebla, heladas y ternura con abuelos y padres. La Zamora de siempre se reencarna en la Zamora de nunca más.
Un servidor pudo marcharse. Pero, por amor, por cobardía, porque sin Zamora a mi vera, dejo de ser el que soy para perderme en la nada, me quedé a ver cómo se muere mi ciudad, cómo fenece mi provincia. ¡Ay si siempre fuera agosto! Bienvenidos los zamoranos que se fueron. Hasta siempre. Los zamoranos de dentro os esperamos en Navidad. El eterno retorno de Nietzsche. Vivir en Zamora, la ciudad del alma y pretérita, la urbe sin carne.
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