ZAMORANA
El contador de historias
Mª Soledad Martín Turiño
![[Img #100957]](https://eldiadezamora.es/upload/images/08_2025/1853_1430_sol1.jpg)
A la hora de la siesta, mientras la ciudad dormita, las tiendas cierran y la actividad se detiene, él, un aspirante a escritor que lleva toda la vida escribiendo, se acomoda en su viejo sillón, se pone las gafas, abre el ordenador y durante unos segundos prepara su mente para lo que en ese momento le depare la imaginación.
Este aprendiz de escritor solo tiene una regla que todos han de cumplir a la perfección: silencio absoluto. Cuando escribe, si hay alguien en la casa, debe cerrar su puerta, aislarle y no hacer ruido alguno que distraiga sus pensamientos, porque ese momento iniciático es, para él, un momento sagrado, de creación, una conexión entre el papel en blanco y sus ideas.
Desconoce cuál será el tema que trate, pero los dedos comienzan a bailar sobre el teclado y, poco a poco, las palabras van fluyendo, las ideas se disponen como en una sinfonía, y la página se tiñe de letras y signos de puntuación.
Absorto en su historia, que en ocasiones no es tal, sino una retahíla de pensamientos inconexos a los que luego, cuando repase el escrito, tendrá que dar forma, este escribidor teclea de manera incesante; no atiende a las faltas que se van marcando en rojo, porque ante todo no quiere perder el hilo conductor de su narración. Unas veces escribe sobre sus pensamientos, los miedos que le atenazan en la que ya se ha convertido en la última etapa de su vida, la preocupación por dejar sus asuntos atados y bien atados, quedar bien con todos; no prestar atención a los insidiosos, a los desleales, o a quienes le mintieron con una amistad que no era tal; gozar al máximo de las pequeñas cosas que le llenan el espíritu, ver crecer a sus nietos e interesarse más por su familia; telefonear a los amigos ausentes y mantener el lazo de unión pese a la distancia y conservar un paz mental lo más sana posible.
En ocasiones se decanta por temas más banales: alguna conversación con amigos, lo que ha escuchado a un vecino, o a la gente con la que se cruza… cualquier asunto que después modificará a su antojo para que nadie sea reconocible y el texto responda a un argumento bien fundado. En estos casos se permite utilizar la ironía e incluso el sarcasmo, dando lugar a escritos más apetecibles, con menos complicaciones y fáciles de leer.
Si algo no puede faltar en sus apuntes, es la ubicación de los personajes (o incluso de sus meditaciones), en un entorno natural que cobije y orne el escrito; así, los árboles, las aves, las nubes, el rio o los edificios donde tenga lugar una parte de la acción, han de ser coprotagonistas para formar un todo compacto y bien armado.
Cuando los dedos, deformados por la artrosis, empiezan a dolerle, tiene que parar; entonces se levanta, estira sus músculos, abre y cierra las manos para desentumecerse y se asoma a la ventana. Desde primera hora hay un bullir de gente que va y viene, camionetas que descargan productos para las tiendas cercanas, mujeres mayores que acuden a la llamada de las campanas para asistir a la misa diaria, niños que llevan al colegio… y un trasiego cotidiano que resulta un grato espectáculo tras los cristales.
Su fiel Ernestina, antes de irse al mercado, le ha dejado en la mesita baja un emparedado y un vaso de vino sobre una bandeja. Sonríe al comprobar la devoción de esta mujer que lleva con él desde su viudez y tan bien le conoce. Entonces, toma el frugal refrigerio y contempla la calle una vez más antes de sentarse frente al ordenador para reanudar su tarea.
A la hora de la siesta, mientras la ciudad dormita, las tiendas cierran y la actividad se detiene, él, un aspirante a escritor que lleva toda la vida escribiendo, se acomoda en su viejo sillón, se pone las gafas, abre el ordenador y durante unos segundos prepara su mente para lo que en ese momento le depare la imaginación.
Este aprendiz de escritor solo tiene una regla que todos han de cumplir a la perfección: silencio absoluto. Cuando escribe, si hay alguien en la casa, debe cerrar su puerta, aislarle y no hacer ruido alguno que distraiga sus pensamientos, porque ese momento iniciático es, para él, un momento sagrado, de creación, una conexión entre el papel en blanco y sus ideas.
Desconoce cuál será el tema que trate, pero los dedos comienzan a bailar sobre el teclado y, poco a poco, las palabras van fluyendo, las ideas se disponen como en una sinfonía, y la página se tiñe de letras y signos de puntuación.
Absorto en su historia, que en ocasiones no es tal, sino una retahíla de pensamientos inconexos a los que luego, cuando repase el escrito, tendrá que dar forma, este escribidor teclea de manera incesante; no atiende a las faltas que se van marcando en rojo, porque ante todo no quiere perder el hilo conductor de su narración. Unas veces escribe sobre sus pensamientos, los miedos que le atenazan en la que ya se ha convertido en la última etapa de su vida, la preocupación por dejar sus asuntos atados y bien atados, quedar bien con todos; no prestar atención a los insidiosos, a los desleales, o a quienes le mintieron con una amistad que no era tal; gozar al máximo de las pequeñas cosas que le llenan el espíritu, ver crecer a sus nietos e interesarse más por su familia; telefonear a los amigos ausentes y mantener el lazo de unión pese a la distancia y conservar un paz mental lo más sana posible.
En ocasiones se decanta por temas más banales: alguna conversación con amigos, lo que ha escuchado a un vecino, o a la gente con la que se cruza… cualquier asunto que después modificará a su antojo para que nadie sea reconocible y el texto responda a un argumento bien fundado. En estos casos se permite utilizar la ironía e incluso el sarcasmo, dando lugar a escritos más apetecibles, con menos complicaciones y fáciles de leer.
Si algo no puede faltar en sus apuntes, es la ubicación de los personajes (o incluso de sus meditaciones), en un entorno natural que cobije y orne el escrito; así, los árboles, las aves, las nubes, el rio o los edificios donde tenga lugar una parte de la acción, han de ser coprotagonistas para formar un todo compacto y bien armado.
Cuando los dedos, deformados por la artrosis, empiezan a dolerle, tiene que parar; entonces se levanta, estira sus músculos, abre y cierra las manos para desentumecerse y se asoma a la ventana. Desde primera hora hay un bullir de gente que va y viene, camionetas que descargan productos para las tiendas cercanas, mujeres mayores que acuden a la llamada de las campanas para asistir a la misa diaria, niños que llevan al colegio… y un trasiego cotidiano que resulta un grato espectáculo tras los cristales.
Su fiel Ernestina, antes de irse al mercado, le ha dejado en la mesita baja un emparedado y un vaso de vino sobre una bandeja. Sonríe al comprobar la devoción de esta mujer que lleva con él desde su viudez y tan bien le conoce. Entonces, toma el frugal refrigerio y contempla la calle una vez más antes de sentarse frente al ordenador para reanudar su tarea.
Anase | Miércoles, 20 de Agosto de 2025 a las 19:49:03 horas
Es muy bonita la historia que parece que se acomoda en el sillón y le oímos teclear, transmite sosiego y un aire literario intenso muy hermoso.
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