Eugenio-Jesús de Ávila
Miércoles, 13 de Agosto de 2025
INCENDIOS

El alma quemada

Zamora, de forma inexorable, caminaba, desde hace un par de décadas, hacia el desierto demográfico, más sensible en las bellas comarcas del poniente. El proceso se ha acelerado en el último lustro y avanza hacia un caos poblacional sin parangón en España. Este vaciado social, sin duda, parte de un diseño elaborado por el poder político y económico.

 

La Zamora vacilada camina hacia su desaparición como sociedad, como provincia. Los incendios de estos días del apocalipsis son una continuidad, tras el interregno de unos escasos años, en la deriva hacia la desertización del oeste zamorano. Quedan pocas gentes, pocas ilusiones, ya no hay esperanzas. Y, sin personas, sin alegría, sin objetivos, tampoco ha lugar para los bosques. Detrás de todo incendio forestal existe un móvil económico, además de trastornos mentales de quienes echan gasolina y encienden la cerilla. Sabiendo a quién favorece la quema de tantas hectáreas de vida vegetal, averiguaremos la verdad del mal, en que cerebros se alimenta, que objetivos busca. A veces, cuando el pesimismo me abraza, siento que Zamora se entiende por el poder como un laboratorio social, como un experimento sociológico. Las viejas tierras zamoranas, elegidas para los proyectos del mal.

 

La catástrofe de la Sierra de la Culebra, que devastó la artería verde del oeste, y los incendios localizados en varias localidades de Aliste y Sayago, más los que estamos viviendo estos días, en La Carballeda, coincidentes con esta singular ola de calor y con los presupuestos climatológicos -un mes y medio después del solsticio de verano se alcanzan las temperaturas más elevadas-, potencian todavía más el abandono humano de la provincia: Zamora no es nada sin bosques, sin fauna, sin ganadería, sin agricultura. Solo medidas políticas del Gobierno central y el de la Junta ayudarían a paliar este camino a ninguna parte que ha emprendido esta desdichada provincia.

 

Ahora bien, mi escepticismo antropológico me obliga a dudar que, a partir del otoño, que promete ser más intenso en la pérdida de capacidad económica de la ciudadanía, del zamorano de a pie, el ejecutivo de Sánchez y el de Mañueco consideren a nuestra tierra como preferente en la toma de medidas que frenen el desmoronamiento zamorano.

 

Y no pasará nada si la Moncloa se olvida de Zamora, porque, después de unos años de que Iberdrola nos robará el agua del pantano de Ricobayo, todo sigue igual. Los embalses, por supuesto, aparecen más llenos, pero poco más. La rebeldía de nuestros pueblos duró un tiempo, pero después, como el mal nunca descansa y el bien necesita ocio, el daño perdura en el recuerdo y en la realidad.

 

La guerra del futuro vendrá determinada por el agua. No lo olvidemos. Nuestra provincia la tiene. Pero, como tantas cosas, nos la quitarán, nos la expropiarán. Y nos cambiarán el clima. Y echarán a los pocos jóvenes que queden, que quieran construir su vida en su patria chica, de nuestra geografía. El fuego, que todo lo destruye, ha incinerado buena parte de la provincia, la ha evaporado, la ha hecho humo. No nos queda nada… agua. A no tardar, también nos secarán el alma de nuestra tierra, su columna vertebral, sus ganas de vivir.

 

Estos incendios no son solo cortinas de humo, sino que anuncian la batalla de la próxima década: la del agua. Al loro.

 

Ahora el fuego incinera nuestra naturaleza, mañana nos robarán el agua. Ya nos han quemado el alma.

 

Eugenio-Jesús de Ávila

 

Fotografía: Bomberos de Zamora en el incendio de Puercas.

                                                                                                                                     

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