Eugenio-Jesús de Ávila
Viernes, 15 de Agosto de 2025
INCENDIOS

Zamora, cielo de ceniza y alma seca

Eugenio-Jesús de Ávila

 

De vez en cuando, a medida que cumplo años, acuden a mi mente malos pensamientos sobre la deriva de nuestra provincia hacia la nada social, hasta convertirse en desierto demográfico. Imagino que un poder inescrutable decidió, ha tiempo, que Zamora se quedase vacía, que los jóvenes se marchasen y que estos 10.500 km2 de extensión los ocupasen ancianos, gente mayor, sin rebeldía, tomada moralmente por esa forma de sentir que es la apatía antropológica. ¿Por qué convertir a nuestra geografía en un espacio vacío? Verbigracia, porque necesitan un área, con dimensiones necesarias, para crear un cementerio de residuos radiactivos o realizar ensayos con bombardeos artificiales de nubes, Chemtrails. Pero, convencido estoy, no reportarán beneficio alguno para Zamora y sus gentes.

 

Un intelectual, catedrático de la Facultad de Geografía de la USAL, como Valentín Cavero afirmó, hace más de 20 años, que las comarcas occidentales de la provincia de Zamora eran ya un desierto demográfico y lo adjetivaba como “irreversible”. Y si había alguna duda, hace tres años se quemó la Sierra de la Culebra, y ahora lo que quedaba y Sanabria. Y esos fuegos no los protagonizan pirómanos -solo el 1% de estos enfermos mentales queman bosques-, sino incendiarios, auténticos delincuentes, que quizá reciban un premio por parte de los verdaderos beneficiarios de la quema. Quemar las tierras no es un capricho de tipos con apariencia de seres humanos y con cráneos secos, sino que existe, por supuesto, un móvil económico que no acierto a definir.

 

Más allá de la incapacidad política para evitar los fuegos del verano, la transformación social del campo en nuestra tierra en el último medio siglo me parece determinante. Los jóvenes, hijos de agricultores y ganaderos, acabaron carreras superiores, con lo que su futuro lo encontraron lejos de tierras y naves. No hubo relevo generacional en el sector primario, salvo excepciones. La provincia de Zamora perdió en este tiempo casi la mitad de su población, con incidencia marcada en el campo, donde ahora mismo viven personas muy mayores, jubiladas, con pésima atención sanitaria, tierras sin cultivar y bosques sin utilizar y sin rendimiento económico. Y la deriva hacia el desierto demográfico se potenciará en la próxima década. Como los políticos prestan escasa atención al mal denominado reto demográfico, a la despoblación, nuestra provincia se hallará, en la cuarta década del siglo XXI, convertida en una enorme residencia de la tercera edad.

 

A la quema de bosques, perfectamente diseñada, se suma este envejecimiento galopante de nuestra provincia, dos razones para sentir que Zamora se nos escapa, se nos convierte en humo, que no es otra cosa que ceniza de almas de los árboles. Nuestra Zamora es ya polvo en el viento, una ucronía demográfica, lo que pudo haber sido y no fue.

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