Eugenio-Jesús de Ávila
Sábado, 16 de Agosto de 2025
ME QUEDA LA PALABRA

Los que desean una Zamora menguante y despoblada

Eugenio-Jesús de Ávila

 

Zamora, mi pasión, mi verdadero amor, fue perdiendo capital económico, social, cultural desde casi el inicio de la democracia. Durante estas cuatro décadas, sin embargo, esta ciudad y su provincia mantuvieron el anacrónico y secular caciquismo, principal obstáculo, al que sumar la característica apatía antropológica de los zamoranos -cobardía para ser más prosaico-, para el desarrollo de nuestra geografía.

 

Y ese caciquismo permanece aquí; late su corazón de ventrículos de envidia y aurículas de mediocridad ante cualquier señal de progreso, de cambio, de transformación. Verbigracia: durante 16 años ha impedido, con chantajes y amenazas, que el proyecto de Vicente Merino Febrero, ingeniero zamorano y leonés, el de la Biorrefinería Multifuncional, se convirtiese en realidad.

 

Estos caciques permitieron también que esta provincia perdiese su periódico centenario, vendido a una empresa a la que Zamora poco le importa. Los zamoranos se quedaron sin un verdadero portavoz de sus quejas, necesidades e intereses. Incluso esta gente foránea redujo la vieja cabecera de El Correo de Zamora a su mínima expresión, pisoteada por otra de escasos años de vida. Chulería auténtica. Defecarse sobre la historia periodística de la provincia. Aquí los caciques bendijeron aquella absorción. Todos tragaron, callaron, se convirtieron en cómplices de un atentado cultural.

 

Nos pasó con todo. Los socialistas zamoranos, los que nos decían representar al pueblo en el Congreso de los Diputados y Senado, apoyaron, o guardaron silencio, mientras los ejecutivos de Felipe González, ahora traicionado por Pedro Sánchez, en su imparable camino hacia el caballerismo político, la bolchevización del PSOE, cerraron líneas férreas, Prisión Provincial, Universidad Laboral; trasladaron el Regimiento Toledo, ejecutaron una profundísima reconversión agropecuaria, desmotaron, en definitiva, el Estado en esta provincia. Los caciques tampoco alzaron su voz ante esta deriva hacia la nada. Porque el déspota local prefiere destruir antes que crear; elige el retraso popular ante que el progreso de los zamoranos; prioriza el control sobre la población al progreso demográfico.

 

Nuestra provincia, de haber seguido un crecimiento demográfico conforme a los presupuestos establecidos, contaría ahora con unos 300.000 habitantes. La capital superaría los 85.000; Benavente, los 25.000; Toro, los 15.000. Al tiranillo local ese crecimiento le restaría poder sobre el pequeño redil. Su despotismo si iría diluyendo hasta apenas ejercer su ordeno y mando. El dictadorzuelo provinciano antepone la deconstrucción a la creación, porque resulta más sencillo apacentar a un hato de pusilánimes que a un ejército de bizarros ciudadanos.

 

Siento decirlo, pero con la llegada de la democracia Zamora no se liberó del opresor caciquil, del “padrino” provinciano. Zamora no creció, se fue desmoronando. Como un árbol viejo, perdió ramas y hojas. Ahora es un árbol seco. Y ya no se espera otro milagro de la primavera que emule al olmo machadiano. A esta ciudad y su provincia le sentó muy mal la libertad, porque siguiendo siendo tutelada por los de siempre y se alejó del progreso, del que gozan la mayor parte de las provincias castellanas: Valladolid, y su apéndice de Palencia, y Burgos.

 

Al cacique, que también domina la prensa provinciana, le molesta el progreso, el aumento de población, las nuevas ideas, los proyectos de futuro. El señorito zamorano solo piensa en una Zamora pequeña, acobardada, necesitada del nepotismo, de la propina, del favor e intentará, con medios arteros, tramposos y mezquinos frenar cualquier avance económico, demográfico y cultural; destruir todo intento de creación de proyectos empresariales.

 

 El cacique zamorano se ha convertido en el mayor enemigo de nuestro futuro. Solo ocupa su cerebro en reflexionar en cómo mantener el actual estado de postración de Zamora. Si esta democracia no liquidó el poder caciquil, el sistema no sirve, no vale. ¡Vivan, pues, las cadenas! Ese lema de los absolutistas españoles a la llegada a España del rey felón, Fernando VII, también parece apropiado para que una gran mayoría de los zamoranos lo canten en honor de sus seculares caciques. Ya tienen sus voceros en la prensa.

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