Miércoles, 08 de Octubre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Miércoles, 20 de Agosto de 2025
ZAMORANA

La desidia política que destruye el patrimonio

Mª Soledad Martín Turiño

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Llamamos comúnmente “la villa” a un teso que circunda una parte de mi pueblo, Castronuevo de los Arcos, una zona alta donde quedan restos de lo que un día fue una fortaleza y se construyó –como todas las fortificaciones- de manera estratégica, en un lugar elevado, para controlar el paso del rio Valderaduey.

 

Según aparece descrito en la Lista Roja de Patrimonio: “Los orígenes del castillo y la muralla de Castronuevo se circunscriben a la Edad Media, siendo una de las localidades que integraban la línea fronteriza de fortificaciones del Reino de León frente al de Castilla. Su construcción se contextualiza entre los reinados de Fernando II y Alfonso IX de León; es decir, entre finales del siglo XII y principios del XIII. Consta, además, que el castillo fue uno de los edificados en las disputas por la Tierra de Campos entre el Reino de León y el de Castilla, integrando así la barrera leonesa junto a las fortalezas de Belver de los Montes, Laguna de Negrillos, Mayorga, Castroverde, Villalpando, Villafáfila o San Pedro de Latarce, entre otras.

 

En la actualidad se conservan varios tramos de muro construidos en cal y canto, siendo la parte más visible una esquina en la que convergen dos lienzos, así como la parte del muro bajo donde se encuentra una bodega particular”. (sic)

 

El abandono por parte de las administraciones, la desidia de los vecinos por no reclamar un patrimonio que les corresponde (al menos por formar parte del pueblo), y la indolencia de sus dueños para mantener lo que queda de dicha villa, han hecho que este pueblo, al igual que nuestra provincia –y en concreto Tierra de Campos- se desmorone poco a poco hasta su total desaparición.

 

Nadie quiere invertir en restaurar unas ruinas si no es para obtener un beneficio. En España, la competencia para velar por el patrimonio histórico y cultural corresponde al Ministerio de Cultura y Deporte, a través del Instituto del Patrimonio Cultural de España, que se encarga de la conservación, protección, investigación y difusión del patrimonio cultural español. Esto incluye bienes muebles e inmuebles, tanto materiales como inmateriales, de interés histórico, artístico, arqueológico, paleontológico o científico; pero no hacen nada para proteger construcciones autóctonas como la mencionada fortaleza, o palomares y bodegas, que son icono y emblema de nuestra tierra y que yacen junto a los pueblos o dispersos por los campos, hasta acabar convertidos en ruinas –muchos ya lo están- y con ellos se pierde irreversiblemente la forma de vida de nuestros antepasados recientes, un tiempo no tan remoto que enlaza con nosotros y muy probablemente con nosotros terminará, ya que nuestros hijos apenas conocen ni se interesan por este pasado, que es el suyo, condenado al olvido.

 

Por otra parte, el carácter zamorano: trabajador, resiliente, austero y discreto, no tiende a la rebelión ni a la protesta, aunque le roben su patrimonio, vacíen sus pueblos o les prometan y no cumplan; todo lo soportan y nada les parece suficientemente importante como para sentirse orgullosos de ello.

 

Fernando Vega expresó en 2015, en su exposición fotográfica “Palomares de Tierra de Campos”: “los palomares constituyen el exponente de una parte de la arquitectura tradicional de Castilla, equivalente al hórreo en Galicia o Asturias, el molino de viento en La Mancha, la masía en Cataluña o la alquería y la barraca en Valencia”.

 

El paralelismo con estas otras edificaciones propias de diferentes lugares de España, da idea de la importancia de las nuestras, al nivel de otras comunidades donde sí protegen su patrimonio histórico, además de publicitarlo y otorgarle la importancia que requiere.

 

Los zamoranos, sin embargos, somos reacios a conservar lo nuestro, a lo que no concedemos interés alguno. En la actualidad, solo ciertas subvenciones institucionales, el interés de algún particular, o el afán de determinadas asociaciones por preservar un palomar o una bodega, palían, con desigual eficacia el problema, y sensibilizan a la población de la urgente necesidad de proteger estas construcciones. Sin embargo, una gran parte de ellas engrosan la Lista Roja de Patrimonio debido a la decadencia, abandono y derrumbe en que se encuentran, a merced de las condiciones climatológicas, con un mantenimiento inexistente, condenadas a proseguir su degradación, lo que inexorablemente las lleva a un inevitable detrimento.

 

Las ruinas del castillo son un pedazo de la historia en nuestra provincia. Ya entonces hablan de luchas entre los reinos de León y Castilla e identifican Zamora como parte del reino leonés, una identidad histórica que hemos perdido desde el momento en que, con la llegada de las autonomías, conjugaron ambos reinos en la comunidad autónoma de Castilla y León; es decir, lo que fueron antaño dos reinos beligerantes entre sí, con sus correspondientes provincias, ahora los unen dejando de lado la singularidad y las peculiaridades históricas propias de cada uno; con ello se deja muy patente que hay comunidades de primera y de segunda; a las que se atiende cualquier requerimiento que demanden y otras a las que no se otorga interés alguno, aún apelando a la historia y a la identidad propia, como son los antiguos reinos de León y Castilla.

 

Las laderas de la villa se visten de verde en primavera y resulta un espectáculo grato a la vista; sin embargo, se agostan cada verano y se llenan de cardos y maleza propiciando una visión lamentable. No obstante, ahí siguen unos vestigios dejados a su suerte; incluso han desmontado restos de la muralla para hacer edificaciones en el pueblo, tal es la nula consideración que deben a sus piedras.

 

Duele pasar por Tierra de Campos y ver tantos palomares sin atender, que se van convirtiendo en reliquias mezcladas con la maleza; y bodegas comunitarias que no se cuidan y están abandonadas en algún altozano de pueblos pequeños donde también los habitantes escasean.

 

Los pueblos zamoranos mueren, los están abandonando a su suerte y, con ellos, se destruye y sucumbe una parte del patrimonio peculiar y único de estas tierras. ¡algún día nuestros descendientes nos pedirán cuentas!

 

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