
INDIGNACIÓN
Lo que nos quedará de Zamora...
Eugenio-Jesús de Ávila
Después de que este nuevo jinete del Apocalipsis, llamado fuego, arrebatase las almas de las últimas libélulas de Sanabria y La Carballeda, quedarán cenizas, cadáveres carbonizados de ciervos, vacas, ovejas, cabras y jabalíes; colmenas transformadas en Hiroshimas de miel nuclear y cera prostituida, y palabras y…promesas políticas, idénticas, pero todavía más hiperbólicas, pronunciadas aun con mayor énfasis, a las que aparecieron en prensa escrita, televisiones y emisoras de radio hace tres años, cuando los árboles de la Sierra de la Culebra, columna vertebral del occidente zamorano, sombras de clorofila, disueltos en humo, en nubes negras, en recuerdos enlutados, hijos de predilectos de la memoria, cubrieran de luto verde Zamora.
Y estos artículos, inspirados por la destrucción que sembraron los fuegos de los discípulos de Satán, los leeré dentro de unos años, cuando me falten las fuerzas que la vejez me robará, se me pierdan las rimas en el laberinto de mi alma, y asuma que, a no tardar, regresarán las cenizas del mal a envenenar el agua pura de arroyos y ríos, donde se secarán truchas y fauna cuando busquen apagar su sed de vida, sin saber que les conducirán a la muerte que inoculó el hombre en el medioambiente.
Después de los incendios, provocados, de este agosto enfermo de calor, encoñado con sol, nos habrá quedado menos Zamora, una provincia más vieja, con el alma arrugada y la epidermis tomada por el herpes zóster; paisajes sin colores, montes alopécicos, campos sin una flor, otoños sin hojas secas. Pero permanecerán las mentiras políticas esculpidas en promesas, la descomposición de la res pública, el error del Estado de las Autonomías, cobijo de mediocridades; el feto del futuro y la decadencia de una provincia que volverá a cruzarse de brazos, sin hacer nada, mientras contempla cómo trepa el mal a la cúpula del poder. Ya solo nos podrán robar el agua, las nieblas en invierno y nuestra apatía antropológica.
En Zamora, no nos damos cuenta de que vivimos por inercia, somos muerte viva o vida muerta, sin danzar un vals con la pasión sobre las aguas del Duero.
Eugenio-Jesús de Ávila
Después de que este nuevo jinete del Apocalipsis, llamado fuego, arrebatase las almas de las últimas libélulas de Sanabria y La Carballeda, quedarán cenizas, cadáveres carbonizados de ciervos, vacas, ovejas, cabras y jabalíes; colmenas transformadas en Hiroshimas de miel nuclear y cera prostituida, y palabras y…promesas políticas, idénticas, pero todavía más hiperbólicas, pronunciadas aun con mayor énfasis, a las que aparecieron en prensa escrita, televisiones y emisoras de radio hace tres años, cuando los árboles de la Sierra de la Culebra, columna vertebral del occidente zamorano, sombras de clorofila, disueltos en humo, en nubes negras, en recuerdos enlutados, hijos de predilectos de la memoria, cubrieran de luto verde Zamora.
Y estos artículos, inspirados por la destrucción que sembraron los fuegos de los discípulos de Satán, los leeré dentro de unos años, cuando me falten las fuerzas que la vejez me robará, se me pierdan las rimas en el laberinto de mi alma, y asuma que, a no tardar, regresarán las cenizas del mal a envenenar el agua pura de arroyos y ríos, donde se secarán truchas y fauna cuando busquen apagar su sed de vida, sin saber que les conducirán a la muerte que inoculó el hombre en el medioambiente.
Después de los incendios, provocados, de este agosto enfermo de calor, encoñado con sol, nos habrá quedado menos Zamora, una provincia más vieja, con el alma arrugada y la epidermis tomada por el herpes zóster; paisajes sin colores, montes alopécicos, campos sin una flor, otoños sin hojas secas. Pero permanecerán las mentiras políticas esculpidas en promesas, la descomposición de la res pública, el error del Estado de las Autonomías, cobijo de mediocridades; el feto del futuro y la decadencia de una provincia que volverá a cruzarse de brazos, sin hacer nada, mientras contempla cómo trepa el mal a la cúpula del poder. Ya solo nos podrán robar el agua, las nieblas en invierno y nuestra apatía antropológica.
En Zamora, no nos damos cuenta de que vivimos por inercia, somos muerte viva o vida muerta, sin danzar un vals con la pasión sobre las aguas del Duero.
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