Eugenio-Jesús de Ávila
Miércoles, 27 de Agosto de 2025
REFLEXIÓN

¿Qué nos queda tras los incendios?

Eugenio-Jesús de Ávila

 

La destrucción también genera belleza. Después del apocalipsis, sobre los campos devastados aparecerán las primeras flores, buscando un rayo de sol y una gota de lluvia, para convertirse también en la tentación de las abejas. Cierto que el fuego solo rima con el averno, pero existe una catarsis que nos devuelve un alma más pura, con sentimientos más elevados, como si levitara sobre el mal.

 

En tres años, nuestra provincia perdió los colores del arco iris, regimientos de abejas, cuarteles de colmenas, árboles centenarios, bambis que se quedaron sin nada, jabalíes que renunciaron a los establos, hombres que se quemaron el alma para salvar el espíritu de su tierra. La Sierra de la Culebra lloró lágrimas de miel. A La Carballeda se le escapó su sombra verde, a Sanabria se le evaporó el perfume que desprenden sus montes cuando acarician los nimbos. A los zamoranos se nos secaron aquellos sueños eternos que cabalgaban en la grupa de Cronos.

 

¿Qué acciones reivindicativas, con rabia, exigentes, con personalidad colectiva, mostramos desde que se abrasó la epidermis de la Sierra de la Culebra? Un par de manifestaciones, sin densidad, sin mensaje, sin color, como nuestros campos tras los incendios. ¿Qué labores desempeñaron nuestros diputados, senadores, procuradores, sin distinción de ideologías, si es que la tuvieran o tuviesen? Nada.  El vacío del mundo en la oquedad de su cabeza, como el hombre del casino provinciano que describiera Antonio Machado.

 

Zamora ha ido adelgazando con el paso del tiempo, diluyéndose como el paisaje en los óleos de Da Vinci. Esta provincia padece una anemia perniciosa de hombres y de mujeres que le inyectaran glóbulos rojos de progreso. Razones por las que se ha convertido en provincia tipo, ideal, para ensayos sociales, demográficos y económicos. Los incendios parecen programados para estudiar la reacción presente y en el tiempo de una sociedad envejecida, sin fuste, sin ilusión, enferma de apatía antropológica, incapaz de rebelarse, hecha para interpretar un rol protagonista de conformismo y abulia.

 

Somos ya tan pocos que no les importamos nada. Aquí los partidos no se juegan gran cosa. No hay opciones provinciales, porque la estolidez, vanidad y candidez acabó con toda posibilidad de construir una formación política zamorana, capacitada para responder, criticar y zaherir a los PSOE y PP, a los que se sigue votando por inercia, porque toca, sin ninguna razón. Quizá este análisis lo responda algún cretino, gente resentida, ágrafa y envidiosa. Pero Zamora se quedó sin futuro, porque los zamoranos prefirieron vivir de los recuerdos, como si la memoria, madre adoptiva de los recuerdos, no se perdiese en el desfiladero del tiempo.

 

Nos han sembrado todo el fuego guardado en el infierno de la impotencia, porque saben que los zamoranos vivimos en una tierra yerma, desolada, silente, donde elegimos quemar las palabras en la hoguera de la cobardía, nunca en la de las vanidades.  Ahora que necesitaríamos un poeta, que encontrara las rimas para vincular nuestros versos de rebeldía, se nos murieron, ha tiempo, Claudio Rodríguez e Hilario Tundidor. ¿Qué nos queda? Llorar…porque no supimos defender nuestra patria.

 

 

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