
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Cerebros liliputienses en la ciudad menguante y pretérita
He llegado al convencimiento, cuando paseo por calles y plazas, cuando leo estadísticas económicas y demográficas, que Zamora es una ciudad menguante. También, como la califiqué ha tiempo, es la ciudad pretérita. Pero vivir en una ciudad que viaja en el tiempo hacia un pasado que amenaza con no detenerse, convierte a los ciudadanos que vivimos en ella en personas menguantes intelectualmente, éticamente, políticamente. Cuando los cerebros empequeñecen, los argumentos desaparecen para dar paso al insulto, a la descalificación. Los de la ultra izquierda son muy de este jaez. Yo tengo a cuatro personajes que la gozan insultándome. Creo que, en alguna ocasión, me han definido como fascista, cuando ignoran lo que fue tal ideología. Les animo a que lean el manifiesto de San Sepolcro, de Mussolini, de julio de 1919, porque estoy convencido que lo firmarían de alfa a omega. Sé que leer, como pensar, es algo sacro para almas pequeñas y espíritus licuados. Recomiendo la lectura del “Nuevo elogio del imbécil”, de Pino Aprile, o regresar a los años 30 de la anterior centuria para conocer “La Teoría de la Estupidez”, Dietrich Bonhoeffer, fusilado por los nazis dos o tres semanas antes de la rendición de Alemania.
A mi edad, podría haber militado, desde que era un cretino, en mis años jóvenes de anarco-trotskista, en cualquier formación. Recuerdo que, sobre el año 1991, un jefe mío, del PP, me preguntó que por qué no me había hecho del PSOE. Lo miré, de reojo, porque íbamos en un vehículo. La mueca que dibujé en mi rostro se lo respondió. Yo no soy de nadie, porque los partidos políticos lo denigran todo. A las personas decentes, las convierten en amorales; a los que tienen ideales y discrepan con el líder carismático, los condenan al ostracismo. Toda formación política, si exceptuamos aquellas que se crean para defender una causa imposible, denigran al ser humano, lo envilecen, lo transforman en personas desconfiadas. Ni a la propia familia se le cuenta nada de la vida cotidiana de la formación.
El mal de la democracia española, entre otras cuestiones de profundo análisis, radica en la Ley Electoral. Los partidos independentistas, que no existen en ningún gran estado europeo, lógico, son los grandes agraciados del sistema. PSOE y PP nunca lo quisieron cambiar. ¿Por qué? Si saben el daño que provoca en nuestra democracia. Pedro Sánchez ha sido, es, rehén de Bildu, ERC y PNV, y del neocomunista burgués -Marx fue burgués, su señora millonaria, sobrina de Philipps, y los principales dirigentes bolcheviques, excepto Stalín, el más inteligente, burgueses y aristócratas-, durante toda una legislatura. Aznar también lo fue en sus primeros cuatro años en La Moncloa. Ni Sánchez ni Feijóo ganarán unas elecciones por mayoría absoluta. El socialista vivirá de pactos con los enemigos de España; y el PP, con los radicalizados hombres de Vox.
Añado otras de las claves de la decadencia de la democracia española. El pueblo no elige. Usted, lector, no elige, no pone ni diputados, ni senadores, ni alcaldes, ni concejales. No son políticos que lo representen. La gente rubrica la elección de una minoría, de una jerarquía, que dispone quién lidera las listas a las alcaldías, diputaciones, autonomías y gobierno. Los designados por el dedo por esa pequeña elite agradecerán, con su sumisión y servilismo, al jefe, caudillo o líder, su confianza; de tal manera, obedecerán siempre, por la cuenta que les tiene -el que se mueve no sale en la fotografía- al partido que al pueblo, transformado en un cómplice necesario del sistema, para que parezca democrático, cuando todo lo manejan elites políticas, en contubernio con las grandes multinacionales de obras públicas, bancarias, energía y medios de comunicación.
Si usted se cree que los diputados y los senadores del PP, PSOE y Vox les representan en las Cortes Generales y que trabajarán, hasta que se les quiebre el alma, por Zamora, le felicito por su bonhomía, alma cándida y honradez acrisolada.
Mientras, mi cerebro mengua, se romaniza y se va licuando. Son los imponderables de vivir en una ciudad menguante y pretérita, donde los minutos duran 70 segundos y se muere dos veces, antes del óbito y cuando la esquela aparece en el periódico provinciano, que ni tan siquiera es nuestro.
He llegado al convencimiento, cuando paseo por calles y plazas, cuando leo estadísticas económicas y demográficas, que Zamora es una ciudad menguante. También, como la califiqué ha tiempo, es la ciudad pretérita. Pero vivir en una ciudad que viaja en el tiempo hacia un pasado que amenaza con no detenerse, convierte a los ciudadanos que vivimos en ella en personas menguantes intelectualmente, éticamente, políticamente. Cuando los cerebros empequeñecen, los argumentos desaparecen para dar paso al insulto, a la descalificación. Los de la ultra izquierda son muy de este jaez. Yo tengo a cuatro personajes que la gozan insultándome. Creo que, en alguna ocasión, me han definido como fascista, cuando ignoran lo que fue tal ideología. Les animo a que lean el manifiesto de San Sepolcro, de Mussolini, de julio de 1919, porque estoy convencido que lo firmarían de alfa a omega. Sé que leer, como pensar, es algo sacro para almas pequeñas y espíritus licuados. Recomiendo la lectura del “Nuevo elogio del imbécil”, de Pino Aprile, o regresar a los años 30 de la anterior centuria para conocer “La Teoría de la Estupidez”, Dietrich Bonhoeffer, fusilado por los nazis dos o tres semanas antes de la rendición de Alemania.
A mi edad, podría haber militado, desde que era un cretino, en mis años jóvenes de anarco-trotskista, en cualquier formación. Recuerdo que, sobre el año 1991, un jefe mío, del PP, me preguntó que por qué no me había hecho del PSOE. Lo miré, de reojo, porque íbamos en un vehículo. La mueca que dibujé en mi rostro se lo respondió. Yo no soy de nadie, porque los partidos políticos lo denigran todo. A las personas decentes, las convierten en amorales; a los que tienen ideales y discrepan con el líder carismático, los condenan al ostracismo. Toda formación política, si exceptuamos aquellas que se crean para defender una causa imposible, denigran al ser humano, lo envilecen, lo transforman en personas desconfiadas. Ni a la propia familia se le cuenta nada de la vida cotidiana de la formación.
El mal de la democracia española, entre otras cuestiones de profundo análisis, radica en la Ley Electoral. Los partidos independentistas, que no existen en ningún gran estado europeo, lógico, son los grandes agraciados del sistema. PSOE y PP nunca lo quisieron cambiar. ¿Por qué? Si saben el daño que provoca en nuestra democracia. Pedro Sánchez ha sido, es, rehén de Bildu, ERC y PNV, y del neocomunista burgués -Marx fue burgués, su señora millonaria, sobrina de Philipps, y los principales dirigentes bolcheviques, excepto Stalín, el más inteligente, burgueses y aristócratas-, durante toda una legislatura. Aznar también lo fue en sus primeros cuatro años en La Moncloa. Ni Sánchez ni Feijóo ganarán unas elecciones por mayoría absoluta. El socialista vivirá de pactos con los enemigos de España; y el PP, con los radicalizados hombres de Vox.
Añado otras de las claves de la decadencia de la democracia española. El pueblo no elige. Usted, lector, no elige, no pone ni diputados, ni senadores, ni alcaldes, ni concejales. No son políticos que lo representen. La gente rubrica la elección de una minoría, de una jerarquía, que dispone quién lidera las listas a las alcaldías, diputaciones, autonomías y gobierno. Los designados por el dedo por esa pequeña elite agradecerán, con su sumisión y servilismo, al jefe, caudillo o líder, su confianza; de tal manera, obedecerán siempre, por la cuenta que les tiene -el que se mueve no sale en la fotografía- al partido que al pueblo, transformado en un cómplice necesario del sistema, para que parezca democrático, cuando todo lo manejan elites políticas, en contubernio con las grandes multinacionales de obras públicas, bancarias, energía y medios de comunicación.
Si usted se cree que los diputados y los senadores del PP, PSOE y Vox les representan en las Cortes Generales y que trabajarán, hasta que se les quiebre el alma, por Zamora, le felicito por su bonhomía, alma cándida y honradez acrisolada.
Mientras, mi cerebro mengua, se romaniza y se va licuando. Son los imponderables de vivir en una ciudad menguante y pretérita, donde los minutos duran 70 segundos y se muere dos veces, antes del óbito y cuando la esquela aparece en el periódico provinciano, que ni tan siquiera es nuestro.
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