REFLEXIÓN
Ser empresario en Zamora
Eugenio-Jesús de Ávila
Por mi experiencia, larga y extensa, he conocido a zamoranos que disfrutan más con el fracaso ajeno que con la gloria propia. Ese sentimiento, hijo bastardo de la envidia, forma parte del ADN de un sector de población que nació en nuestra tierra. Tal idiosincrasia del resentimiento forma parte de la jerarquía de las cuitas económicas y demográficas de nuestra ciudad y provincia. Aquí se envidia mucho, más si la víctima destaca, triunfa y, además, recoge sus éxitos con humildad, con sencillez, sin darse importancia, sin cambiar.
La generalidad zamorana eligió, desde hace décadas, estructurar su carrera laboral a través de una oposición al Estado. Una querencia profundamente conservadora, porque se trata de asegurar toda la vida hasta la jubilación. No hay riesgo ninguno. Unos meses duros de memorizar temas y después la vida sosegada. El carácter progresista, como es inventar lo que no existe, avanzar apostando, cumplir con un crédito, pagar nóminas, no existe apenas entre los zamoranos. No somos tierra de emprendedores. Los que todavía exponen patrimonio y capital para crear riqueza y trabajo, invierten en el sector agropecuario, en la obtención de materias primas, excelentes, y en su transformación.
El futuro de Zamora solo tiene un camino expedito: la transformación de los productos de la tierra, del ganado, en fábricas ubicadas por estos pagos. No hay otra salida. Porque aquí no creo que empresarios foráneos elijan nuestros polígonos para emprender. Ni pienso que el Estado, gobierne el sanchismo, excrecencia del PSOE de 1933, del caballerista, o el PP, formación sin ideología, pragmática y errática, apuesten por Zamora como polo de desarrollo.
Zamora se muere víctima de una mentalidad conservadora, temerosa al riesgo, con querencia por el conformismo –“Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”, frase del barroco español-, incapacitada para dar un salto en el tiempo, desde el siglo XIX hacia esta tercera década del XXI.
Mientras los jóvenes que ahora estudian bachiller prefieran la oposición al Estado, con más o menos dificultad, a prepararse para crear una empresa, todo un riesgo, más por estos pagos, nuestra provincia viajará hacia el pasado, donde habitan el retraso, la apatía, la tristeza y la miseria económica. Llegará un momento en el que los zamoranos solo nos moveremos para ir al cementerio. Para entonces, a no tardar, ya no quedarán empresarios en nuestra Zamora, porque invertir en esta ciudad es como llorar y sin saber por qué.
“Me han de llamar mal español porque digo los abusos para que se corrijan. Aquí creen que sólo ama a su patria aquel que con vergonzoso silencio o adulando a la ignorancia popular contribuye a la perpetuación del mal”. Hago propia esta reflexión de Larra. Cambio lo de llamarme mal español, por definirme como mal zamorano.
Eugenio-Jesús de Ávila
Por mi experiencia, larga y extensa, he conocido a zamoranos que disfrutan más con el fracaso ajeno que con la gloria propia. Ese sentimiento, hijo bastardo de la envidia, forma parte del ADN de un sector de población que nació en nuestra tierra. Tal idiosincrasia del resentimiento forma parte de la jerarquía de las cuitas económicas y demográficas de nuestra ciudad y provincia. Aquí se envidia mucho, más si la víctima destaca, triunfa y, además, recoge sus éxitos con humildad, con sencillez, sin darse importancia, sin cambiar.
La generalidad zamorana eligió, desde hace décadas, estructurar su carrera laboral a través de una oposición al Estado. Una querencia profundamente conservadora, porque se trata de asegurar toda la vida hasta la jubilación. No hay riesgo ninguno. Unos meses duros de memorizar temas y después la vida sosegada. El carácter progresista, como es inventar lo que no existe, avanzar apostando, cumplir con un crédito, pagar nóminas, no existe apenas entre los zamoranos. No somos tierra de emprendedores. Los que todavía exponen patrimonio y capital para crear riqueza y trabajo, invierten en el sector agropecuario, en la obtención de materias primas, excelentes, y en su transformación.
El futuro de Zamora solo tiene un camino expedito: la transformación de los productos de la tierra, del ganado, en fábricas ubicadas por estos pagos. No hay otra salida. Porque aquí no creo que empresarios foráneos elijan nuestros polígonos para emprender. Ni pienso que el Estado, gobierne el sanchismo, excrecencia del PSOE de 1933, del caballerista, o el PP, formación sin ideología, pragmática y errática, apuesten por Zamora como polo de desarrollo.
Zamora se muere víctima de una mentalidad conservadora, temerosa al riesgo, con querencia por el conformismo –“Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”, frase del barroco español-, incapacitada para dar un salto en el tiempo, desde el siglo XIX hacia esta tercera década del XXI.
Mientras los jóvenes que ahora estudian bachiller prefieran la oposición al Estado, con más o menos dificultad, a prepararse para crear una empresa, todo un riesgo, más por estos pagos, nuestra provincia viajará hacia el pasado, donde habitan el retraso, la apatía, la tristeza y la miseria económica. Llegará un momento en el que los zamoranos solo nos moveremos para ir al cementerio. Para entonces, a no tardar, ya no quedarán empresarios en nuestra Zamora, porque invertir en esta ciudad es como llorar y sin saber por qué.
“Me han de llamar mal español porque digo los abusos para que se corrijan. Aquí creen que sólo ama a su patria aquel que con vergonzoso silencio o adulando a la ignorancia popular contribuye a la perpetuación del mal”. Hago propia esta reflexión de Larra. Cambio lo de llamarme mal español, por definirme como mal zamorano.
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