Viernes, 05 de Septiembre de 2025

Eugenio-Jesús de Ávila
Jueves, 04 de Septiembre de 2025
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA

La ciudad que nos alienta y nos acusa

Eugenio-Jesús de Ávila

 

Mis paseos de atardecer, una hora y poco mas o poco menos, siempre buscan sentimientos: patrimonio monumental de Zamora, trinos de pajarillos que actúan como heraldos de la primavera, las primeras margaritas que descubrí subiendo la cuesta que desemboca en la Puerta de la Lealtad, las numerosas especies de árboles, testigos de tantas historias de amor; las rúas y plazuelas, donde el silencio se rompe cuando mis zapatos caminan por la calzada, cantos y piedras, y cruzarme con alguna dama, todo un orgasmo estético.

 

En ese íter, me detuve ante dos fuentes, una que casi pasa desapercibida, en los jardines de San Martín de Abajo, un chorro que sube quizá metro y medio en vertical, y su pequeño estanque, y cien metros más allá la fuente del siglo XVIII, la fontana que lleva tres siglos alegrando con sus caños la vida de los zamoranos, siempre de aquí para allá, como si fuera una alfaguara nómada. Yo la recuerdo en la plaza de la Constitución, cerca de mi iglesia románica preferida, Santiago del Burgo. Y, desde hace un tiempo, en esa floresta de las vegas.

 

Ya he escrito que somos agua, sí, agua que ama, que sonríe, que sufre, que llora, que se seca cuando se evapora y muere, para irse a formar parte de cualquier nube. Necesito el agua para vivir, pero también para humedecer mi alma, inundar mi cerebro de esas sensaciones que me elevan sobre la vulgaridad.

 

Si los politicastros apreciasen el agua como poesía, no como negocio; si las gentes que administran nuestros impuestos e incumplen, cuando es menester, las leyes, escuchasen la música que escribe el agua cuando se siente en libertad, desaparecerían el sectarismo, la felonía, el nepotismo y todas esas excrecencias propias de toda corrupción.

 

Detenerse unos minutos, como un escribidor decidió esta tarde, cuando el sol demostraba su poderío, ante la fuente decana entre las zamoranas para escuchar cómo recitaban sus caños sus versos de agua, sutura las heridas que no se ven, las que se guardan en la epidermis de la esencia; se te olvidan las cuitas de vivir y te curas del dolor de amar sin ser amado y de morir sin haber vivido. No sé si en Zamora se vive mejor, pero su humilde belleza, su hermosura pálida y el cantar de sus fontanas nos invitan a extraer de cada segundo de nuestra existencia el espíritu de la poesía.

 

Esa fuente del siglo XVIII , con su lírica sencillez, nos enseña que nuestra ciudad, con su poética humildad, es la ciudad del alma, la que llevamos dentro, la que nos alienta y nos acusa, como versificó Claudio Rodríguez.

 

Eugenio-Jesús de Ávila

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