
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
La torre de la Catedral, gruesa, altiva y orgullosa
Eugenio-Jesús de Ávila
Sin querer, ayer hice coprotagonista de mi canto a la Zamora monumental a la torre de la Catedral, cuando la estrella era la cúpula. Pero no se entiende una sin otra. Dos hermanas. Una redonda y chata, y su colega, vertical y hercúlea. Podría pensarse que, si observamos la Seo, forman una asimetría estética. Pero el tiempo, padre de la costumbre, ha convertido esa hermandad románica en imagen de la belleza, de una hermosura ácrata. No se entendería una Catedral sin ambas amigas. La cúpula llama la atención por sí misma. Pero la torre nunca podría presentarse en sociedad sin la totalidad de ese monumento colosal.
La torre nació para defender la ciudad. Desde su altura se mostraba a los viajeros y advertía al enemigo. Sus campanas convocaban a las almas pías a oficios religiosos y ejercían de sirenas cuando acontecían circunstancias que el pueblo llano debía conocer. Al ser tan esbelta, la señora más alta de la Zamora románica, obligaba a los zamoranos a mirar hacia arriba y descubrir el vuelo de las cigüeñas, el paso, acelerado o estático, de las nubes, y el cambio de color del cielo.
He alcanzado en tres ocasiones la cubre de la torre, he salido a su tejado y contemplé una visión distinta de la ciudad del alma, para descubrir otro Duero, un río que abraza a sus islas y se despide, en silencio húmedo, de la ciudad, que también muestra su pasado y demuestra cómo se especularon los constructores de edificios. Reconocemos desde los ojos de la torre la destrucción de la ucronía estética de Zamora, de la ciudad que pudo ser y nunca más será. Se eligió, porque lo requería el negocio, lo vertical a lo horizontal, felonía a la capital del románico.
La torre de la Catedral fue también testigo de mi amor, de mis abrazos a una dama, de mis besos en la oscuridad, mientras los árboles del parque ejercían voyerismo. El casco histórico de Zamora, que la torre protege y vigila, forma parte del libro erótico de los zamoranos.
Esa pieza única de nuestro patrimonio asimismo es nuestro músculo y metáfora de la Zamora que debería ser: fuerte, orgullosa de alcanzar más altura económica y de su historia, futuro y tradición. La torre nos mira y nos obliga a rebelarnos, a ser más descarados, a no conformarnos, a ser como ella, grande, altiva y orgullosa
Eugenio-Jesús de Ávila
Sin querer, ayer hice coprotagonista de mi canto a la Zamora monumental a la torre de la Catedral, cuando la estrella era la cúpula. Pero no se entiende una sin otra. Dos hermanas. Una redonda y chata, y su colega, vertical y hercúlea. Podría pensarse que, si observamos la Seo, forman una asimetría estética. Pero el tiempo, padre de la costumbre, ha convertido esa hermandad románica en imagen de la belleza, de una hermosura ácrata. No se entendería una Catedral sin ambas amigas. La cúpula llama la atención por sí misma. Pero la torre nunca podría presentarse en sociedad sin la totalidad de ese monumento colosal.
La torre nació para defender la ciudad. Desde su altura se mostraba a los viajeros y advertía al enemigo. Sus campanas convocaban a las almas pías a oficios religiosos y ejercían de sirenas cuando acontecían circunstancias que el pueblo llano debía conocer. Al ser tan esbelta, la señora más alta de la Zamora románica, obligaba a los zamoranos a mirar hacia arriba y descubrir el vuelo de las cigüeñas, el paso, acelerado o estático, de las nubes, y el cambio de color del cielo.
He alcanzado en tres ocasiones la cubre de la torre, he salido a su tejado y contemplé una visión distinta de la ciudad del alma, para descubrir otro Duero, un río que abraza a sus islas y se despide, en silencio húmedo, de la ciudad, que también muestra su pasado y demuestra cómo se especularon los constructores de edificios. Reconocemos desde los ojos de la torre la destrucción de la ucronía estética de Zamora, de la ciudad que pudo ser y nunca más será. Se eligió, porque lo requería el negocio, lo vertical a lo horizontal, felonía a la capital del románico.
La torre de la Catedral fue también testigo de mi amor, de mis abrazos a una dama, de mis besos en la oscuridad, mientras los árboles del parque ejercían voyerismo. El casco histórico de Zamora, que la torre protege y vigila, forma parte del libro erótico de los zamoranos.
Esa pieza única de nuestro patrimonio asimismo es nuestro músculo y metáfora de la Zamora que debería ser: fuerte, orgullosa de alcanzar más altura económica y de su historia, futuro y tradición. La torre nos mira y nos obliga a rebelarnos, a ser más descarados, a no conformarnos, a ser como ella, grande, altiva y orgullosa
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.189